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DAWSON

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DAWSON

Tuve que hacerme a un lado para dejar pasar las camillas; un grupo de jóvenes se había intoxicado en una fiesta o al menos eso fue lo que logré escuchar cuando atravesé el Servicio de Emergencia. La sala de espera estaba repleta de gente, quizá todo se debía a que era lunes, y a las personas nos encanta hacer cada estupidez los fines de semana. Sí, como a mí, que me había dado por ir al mirador a ver las estrellas y me había quedado dormido en una de sus bancas.

—¡Vaya, hasta que al fin te apareces! —espetó mi padre, cuando entré a dirección—. ¡Eres un irresponsable!... ¡Son las diez de la mañana y ni siquiera te has presentado en tu puesto de trabajo!

—¿Para esto me mandaste a llamar?

Se quitó los anteojos, y pasó la mano por su rostro, intentando mantener la calma.

—¿Se puede saber dónde estuviste?... Anoche fue la cena con el directivo de la Asociación Médica y tú, para variar, ni te apareciste.

Ignoré su comentario, y me puse la bata.

—¿No piensas decir nada?

—¿Qué quieres que te diga? —Me encogí de hombros—. Lo olvidé.

—¡Eres un cínico! —Su rostro se enrojeció; la vena de la frente parecía que le iba a estallar.

En otras circunstancias, hubiera perdido la poca paciencia que me quedaba, pero ya yo estaba acostumbrado a esto; mi padre era un hombre bastante autoritario, que se creía el dueño y señor de mi vida.

—Tuve que mentir para no dejarte mal —añadió.

—¿Para no dejarme mal, o para no quedar mal tú?

Suspiro, ya no parecía enojado, sino más bien resignado.

—Dawson, por favor, tienes que sentar cabeza, ¿por qué no puedes ser como Lizzie? —«Y ahí va con el sermón de todos los días»—. Puntual, responsable...

—Ya, ¿sí?... Deja de compararme con mi hermana.

—Solo quiero tu bien.

—Te creo, Kurt, te creo.

—No me llames así, ¡respétame, soy tu padre! —Se levantó de la silla y golpeó con sus puños el escritorio—. Deja de comportarte como un adolescente. ¡Ya madura!

—¿Eso era todo? —Sus ojos azules centellearon.

Giré sobre mis talones y caminé en dirección a la puerta; no lo iba a seguir escuchando, ese día no.

—¿Dónde crees que vas?... ¡No vas a dejarme hablando solo!... ¡Dawson! —Y, como no obtuvo respuesta de mi parte, agregó—: Dejarás el laboratorio.

Me detuve y volví a mirarlo.

—¿De qué estás hablando?

Tomó asiento nuevamente y se aflojó el nudo de la corbata.

—Irás Hemato-Oncología —sentenció.

—Pero... ¡te has vuelto loco! —Guardó silencio—. No puedes hacerme esto, Kurt.

—Claro que puedo. Soy el dueño del hospital, ¿no?

Me acerqué nuevamente a su escritorio.

—Pero..., sin las prácticas en el laboratorio no podré terminar el master, mucho menos irme a Suiza. El comité no lo aprobará.

—Por eso no hay problema, trabajarás en la unidad de investigación. Ayudarás al Dr. Díaz a monitorear los tratamientos de la Tocciocatmina.

—Ed y Spellman se encargan de eso —dije.

—No. Ahora tú y Edward se encargan de eso. Spellman ocupará tu lugar en el laboratorio.

—¿Qué?

—Es un excelente investigador —Y, no mentía, pero yo sabía que esa no era la razón por la que mi padre lo pondría en ese cargo. No. su único y verdadero motivo siempre fue fastidiarme la existencia.

—No sé nada de la Tocciocatmina. No sé si lo recuerdes, pero en el laboratorio trabajo con los medicamentos de la fibrosis quística, no con los del cáncer.

—Aprenderás.

Apreté la mandíbula.

—No te cansas, ¿eh?

No hubo respuesta, me extendió una carpeta y añadió:

—Estos son tus pacientes.

Salí de aquel lugar hecho una furia; enojado conmigo mismo y con el resto del mundo.

No era más que un chico perdido, desorientado y confundido; un chico de veinticinco años que no había hecho nada con su vida, que no fuera seguir las órdenes de su padre.

No era más que un chico perdido, desorientado y confundido; un chico de veinticinco años que no había hecho nada con su vida, que no fuera seguir las órdenes de su padre

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(Completa) Mi Dulce DoctorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora