*3*

91K 6.8K 592
                                        

DAWSON

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

DAWSON


—Son un encanto nuestros pacientes, ¿verdad? —comenzó Ed—. ¿Sabías que esa chica pinta?... Spellman dice que es una gran artista. Creo que hablaré con ella y le pediré que me muestre sus cuadros, tal vez le compre uno a mamá.

—¿Ahora te involucras con las muestras?

—¿Muestras? —Se detuvo; estábamos en el Servicio de Pediatría, rodeado de paredes multicolores, y bajo la mirada curiosa de una docena de mujeres y sus hijos—. Deja de ser tan duro con los pacientes, y date la oportunidad de conocerlos. Estoy seguro que te sorprenderán. Además, recuerda que hicimos un juramento de velar por...

—Ya —siseé para que se callara—. No me vengas con tu código de moral y buenas costumbres. No lo soporto. Ya me diste el recado de Kurt, ya déjame en paz, ¿sí?

—¿Qué demonios te pasa? ¿Acaso yo tengo la culpa que te enviaran a Oncología?

—Te dije que me dejes en paz. ¿Eres sordo?

Ed rio y, como el alacrán que era, soltó su veneno.

—No eres más que un niñito berrinchudo.

—¿Qué dijiste?

—Que no eres más un niñito berrinchudo... ¡Hijito de papi!

Ni siquiera lo pensé, formé un puño con mi mano y lo estrellé en su cara.

Ed me devolvió el golpe y, en cuestión de segundos, todo se volvió un alboroto. Nos dimos unos cuantos puñetazos hasta que algunos camilleros lograron separarnos.

Edward Smith, era por decirlo así, mi mejor amigo; nos habíamos conocido en la escuela de medicina, donde por cierto, también nos golpeamos un par de veces. Y era que mi amigo tenía el don de acabar con mi paciencia.

—¿Qué pasa con ustedes? —cuestionó Elizabeth.

—Pregúntale al imbécil de tu hermanito.

—No me provoques, Ed. ¿O quieres que te enderece tu tabique desviado?

—¡Hazlo! No te tengo miedo.

—¡Basta! —sentenció mi hermana—. Se están comportando como unos niños... ¿No les da vergüenza?

—Dawson comenzó.

—¡Tú me provocaste!

—¡Dije que basta!... Ed, ve a curarte ese golpe... Y, Dawson, contigo necesito hablar.

—Tú y yo no tenemos nada que hablar —espeté, dándome la vuelta.

—Sí, vete —gritó Ed—. Huye como siempre.

Los volví a mirar.

—¡Váyanse al diablo los dos!

Caminé de prisa; no quería mirar a nadie, lidiar con nadie.

Cuando atravesé el Servicio de Traumatología, un sonido me hizo detenerme; un sonido con olor a nostalgia y a duraznos.

Me asomé en la habitación y vi a un chico con la pierna enyesada, tocando la guitarra. Una fugaz sonrisa apareció en mi rostro, tan fugaz como la paz que me invadió en ese instante. Me recordó a mí mismo cuando era un adolescente que aun creía que con su música, podía cambiar el mundo.

Cuando la melodía terminó, el vacío regresó, como solo regresan las cosas dolorosas: con más intensidad. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


—¿Ahora qué quieres? —espeté, apenas entré a dirección, pero no tardé en arrepentirme al percatarme que mi padre estaba acompañado por una doctora—. Lo siento, yo...

—¿Qué te pasó en la boca? —inquirió mi padre.

—Nada... —logré, balbucear atontado por la belleza de la chica—. ¿Me estabas llamando?

—Sí, quiero presentarte a alguien, ¿recuerdas a la hija de mi amigo Albert Hoffman?

Me quedé pensativo y se me vino a la memoria una niña gordita.

—No puede ser... ¿Anastasia? —Ella asintió, sonriendo—. Vaya, sí que has cambiado.

—También tú. Ya no te pareces nada a ese molesto niño que me llamaba cerdita.

—Lo siento —me disculpé.

—No pasa nada, eran cosas de niños.

—Dawson, hijo, Anastasia se quedará a trabajar con nosotros. ¿Podrías enseñarle el hospital?

—Claro, vamos —la animé.

Ella me siguió, y cuando estuvimos en el Servicio de Emergencia, preguntó:

—¿Cómo te diste ese golpe?

—Fue una tontería, no tiene importancia.

—¿Cómo que no tiene importancia? —Guardé silencio, sintiéndome avergonzado de contarle—. Bueno... ¿al menos limpiaste la herida?

Negué con la cabeza, y ella fue por gasa y antiséptico.

—Vamos a curarte ese golpe —musitó, tiernamente.

Aquello me provocó un gran ardor.

¡Ed, hijo de... me las vas a pagar!

—¡Listo! —sonrió. Sus labios eran delgados y poseían una mezcla entre inocencia y sensualidad—. Ahora sí, ya me puedes enseñar el hospital. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
(Completa) Mi Dulce DoctorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora