*2*

93.5K 7.3K 838
                                    

MELISSA

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

MELISSA

Desde mi cama, miré a Carol y a su acompañante, un doctor al que nunca había visto.

—Caso 1456. Paciente de dieciocho años. Fue sometida a una mastectomía y a una reconstrucción en su seno izquierdo. Hace tres semanas fue su primer ciclo con la Tocciocatmina. No ha presentado vómitos, pero sí dolores en las articulaciones. Esta mañana tuvo fiebre y se le aplicó un antipirético por vía intravenosa. —Tocó mi frente con la palma de su mano y musitó—: ¿Cómo te sientes, hermosa?

—Mejor... —respondí, y aprovechando que el desconocido escribía en su tablilla de notas, le pregunté—: ¿Quién es?

—El Dr. Dawson Schindler. Ocupará el lugar del Dr. Spellman, así que lo verás muy seguido.

Mi nuevo médico vestía pantalones rotos en la rodilla, camiseta negra y botas militares.

—Por curiosidad, ¿qué edad tiene?

Carol soltó una sonrisita como si aquello fuera un chiste; pero la verdad es que a mí esos médicos tan jovencitos no me daban buena espina.

—Tranquila. Más de la que aparenta —me aseguró.

—Carol, en cuanto puedas lleva a la oficina su historia clínica —intervino el doctor, levantando su vista de las notas.

Sus ojos eran dos motitas de chocolate perfectamente pintadas sobre el lienzo de su rostro, rodeadas de espesas y largas pestañas que le daban profundidad a su mirada. Me recordaban las tardes lluviosas en la granja de mis abuelos: hermosas, pero frías.

—Como ordene —asintió ella.

El médico recorrió la habitación como si buscara algún desperfecto; le dio una vistazo al mural de fotos que tenía pegado en la pared, donde Hannah siempre resaltaba haciendo caras chistosas, y se detuvo frente a un lienzo sin terminar. Lo examinó, reparando en cada detalle, como un cruel crítico de arte; el fondo era azul celeste y sobre este se dibujaba un paisaje, aun sin terminar.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Una pintura —respondió la enfermera.

—Sé que es una pintura —espetó, sujetando un par de oleos que había sobre mi buró—. Me refiero a qué hace esto aquí. La paciente no se puede exponer a esta clase de químicos. Es perjudicial para el estudio y puede traer consecuencias negativas en su tratamiento. —Me miró—. ¿Acaso no se le informó de eso cuando ingresó al ensayo?

—Esos óleos no son tóxicos —balbuceé—. Yo misma los hago.

—El doctor Spellman debió haberlo olvidado —intervino Carol, intentando sacarme de aquel apuro—. Son sólo pinturas y como dice ella, no son tóxicas. Además, eso le ayuda a distraerse.

—Esto no es un lugar de distracción. Es un hospital. Y los hospitales tienen reglas. Quiero que saquen esto de aquí ahora mismo.

—No, por favor —supliqué—, no puedo estar lejos de mis pinturas.

—Señorita... —Buscó mi nombre en sus notas—. Melissa... Melissa Cole, verá, existen una serie de normas en lo que respecta a ensayos clínicos. —Me entregó dos hojas grapadas—. Léalas, porque parece que no las conoce ni usted, ni el personal que labora en este hospital.

—Dawson —llamó otro médico desde la puerta—. ¿Puedes venir un momento?

—¿Qué pasa? No ves que estoy ocupado.

—Tu padre te está llamando.

Mi nuevo doctor soltó un bufido.

—No quiero ver esto cuando regrese —nos advirtió.

Cuando me quedé a solas con Carol, agregué:

—Es un antipático, ¿cómo haces para soportarlo?

—Mel, la primera impresión no siempre es la correcta —me dijo.

Acomodé la cabeza sobre la almohada y solté una bocanada de aire.

No solo tendría que estar encerrada en ese hospital sino que además tendría que soportar a ese malhumorado.

—¿Cómo es que se llama el doctor? —pregunté.

—Dawson Schindler.

—Uhm... —«Mejor lo llamaré Dr. Antipatía Schindler, sí, ese nombre le queda perfecto»—. ¿Te puedo pedir un favor?

—Lo siento, no puedo hacer nada por tus pinturas.

—No, no se trata de eso. Bueno... sí se trata, pero no es lo que piensas. Yo solo quiero que me dejes terminar el cuadro.

—Mel...

—Por favor —supliqué.

Miró el reloj de su muñeca.

—Bueno, pero no tardes.

Cuando estuve frente al lienzo, decidí hacerle unos cambios; ya no quería pintar un amanecer sino una tarde lluviosa en la granja de la abuela.

Y, ese día sin darme cuenta, pinté los ojos de mi nuevo doctor: pinté su mirada.

Y, ese día sin darme cuenta, pinté los ojos de mi nuevo doctor: pinté su mirada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
(Completa) Mi Dulce DoctorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora