Capítulo 1: 15 años antes

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Present Mic siempre había destacado entre sus compañeros por ser el más escandaloso, por lo cual era fácil deducir que sus sueños, a diferencia de ser un retiro a prueba de estrés en el que refugiarse, eran más bien una alocada sucesión de bandas sonoras y escenarios festivos en los que continuar haciendo ruido sin importar el cómo. En sus sueños cantaba hasta que su voz atravesaba la realidad onírica y despertaba a Aizawa, que se limitaba a empujarle hasta arrojarle al suelo, o bailaba y brincaba en un escenario luminiscente hasta que su cuerpo real empezaba a rebotar, lo cual también despertaba Aizawa. Esos sueños eran los más dulces y, afortunadamente, los más frecuentes.

Esa mañana, el cuerpo desnudo de Mic permanecía completamente quieto, con ambos brazos orientados a un lugar vacío y aún cálido en que, por normal general, debería de haber estado acurrucado Aizawa.

En sus sueños, presentaba una gala musical desde su cabina de comentarista. A lo lejos, se oía el rumor de una canción que no conocía. Cuando el cántico cesó, también lo hizo su propia voz, y también su respiración. Los ecos de todo jolgorio se habían extinguido y en su lugar habían dejado el más sórdido de los silencios. Por unos segundos se vio a sí mismo caminando solo hacia ninguna parte y, mientras su silueta se desdibujaba lentamente, el eco desesperado de un maullido irrumpió en su mente, arrastrándole al mundo real. Ahí tampoco respiraba ni podía moverse, pero le reconfortó el regreso del sonido a su mundo.

Inmediatamente después se percató de que se estaba ahogando o, mejor dicho, de que alguien le estaba ahogando. Mientras sus extremidades se hallaban casi completamente inmovilizadas, la presión de algo blando y suave —presumiblemente una almohada— le privaba de oxígeno. En su estado, que tan cerca estaba de la inconsciencia, forcejear con su atacante no favorecía a nada salvo a su asfixia.

Por un momento pensó que podría ser su compañero tratando de vengarse de un grito o una sacudida que le pudiese haber despertado, pero ni siquiera él sería lo suficientemente estúpido como para mantener esa teoría más allá de su planteamiento. Acumuló las últimas reservas de aire de sus pulmones, las canalizó a través de su Kosei e inmediatamente después soltó un alarido de tal potencia que la almohada y quien la sostenía salieron disparados hasta el otro extremo de la habitación.

Sin embargo, cuando Mic se recuperó lo suficiente como para levantarse, en la habitación tan sólo había una solitaria almohada tirada en el suelo y, observándola con recelo desde el estante más alto de la estantería de Aizawa, el Señor Medianoche. El gato negro, cuyo nombre era testigo de la falta de originalidad y la pereza de quien lo eligió, movía la cola cadenciosamente. Los ojos del felino se posaron en Mic, compartiendo sin palabras su intranquilidad, y posteriormente apuntaron justo debajo de la cama.

Mic asintió en silencio y se deslizó hasta el borde la cama, cargó un nuevo ataque y se asomó desde arriba justo antes de lanzarlo. Sin embargo, de sus labios no salió más que un grito normal y corriente. Debajo de la cama, un par de ojos rojos se entornaron complacidos e inmediatamente después un pie impactó con fuerza en la cara de Mic.

Reculó torpemente hasta que su espalda se topó con la pared más cercana, y desdé ahí presenció cómo su joven atacante se deslizaba al exterior y se cuadraba frente a él, listo para un nuevo ataque. El Señor Medianoche dio un brinco desde su posición hasta el regazo de Mic, desafiando entre maullidos al intruso.

¿Ese chico había anulado su Kosei? Sólo conocía a una persona capaz de hacer tal hazaña. Las posibilidades eran muy reducidas, por no decir ínfimas y, a pesar de ello, frente a él un muchacho mostraba su ojos enrojecidos mientras su cabello desgreñado danzaba como las llamaradas de una fogata. Su apostura denotaba una determinación extrañamente familiar, así como el acceso de piedad que despertaba en él la presencia del Señor Medianoche. Ese chico parecía una imagen recortada del álbum de fotos que aún guardaba de sus tiempos de estudiante insuflada de vida. Era, sin ir más lejos, un Aizawa adolescente.

15 años y una semanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora