Pequeño idiota

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La casa entera se estremeció cuando un nuevo grito, aún más enérgico que el anterior, salió de la potente garganta del joven rubio. Los pájaros que atestaban los árboles de los alrededores salieron en desbandada y los gatos callejeros que remoloneaban en el jardín a la espera de su desayuno dieron un brusco respingo y huyeron por los tejados que lindaban con la casa de Aizawa. El escándalo debió de haber despertado a uno de los vecinos, o quizá a todo el vecindario.

—Lo voy a matar —musitó la madre de Aizawa, con el rostro encendido. Al contrario de lo que creía firmemente su marido, el hijo de los Yamada no era un encanto de niño, sino un pajarraco ruidoso y mal educado.

Su marido se acercó a ella y depositó un suave beso en su frente, rogándole un poco de paciencia.

—No podemos dejar que te vea así —opinó el padre.

—No —ratificó Aizawa.

—Ni siquiera deberíamos abrirle la puerta, que se joda —insistió la mujer. Los dos hombres le dirigieron una mirada de reproche, a lo cual ella sólo pudo encogerse de hombros haciendo un mohín.

Aizawa agradeció en silencio no haber heredado ese matiz infantil de su madre ni la sensibilidad sobrehumana de su padre. Pretendía responderle, pero el apremiante golpeteo que había comenzado a sacudir la puerta principal le detuvo, obligándole a ocultarse antes de que el pequeño terremoto que aguardaba al otro lado de la puerta irritase aún más a su madre.

—¡Shouta! —Escuchó la puerta abriéndose de repente—. Oh... ¡Hola señor Aizawa!

—Buenos días, Mic —le saludó su padre, en tono jovial—. Tan exultante como siempre, ¿eh?

—Naturalmente, señor. La vida es una fiesta con múltiples opciones, y la más acertada siempre es divertirse.

—Y que lo digas, muchacho. Nuestro hogar es más bien un tanatorio, pero estás invitado a entrar de todas formas.

—¡Gracias! — Sus pasos ligeros se hicieron eco en el salón, donde ahora sólo estaba la señora Aizawa fingiendo que leía un periódico arrugado y roto. Mic le saludó con el mismo fervor, pero, a diferencia de la obtenida anteriormente, la única respuesta fue un par de gruñidos desganados—. Guau. ¡Menudo humor! Mi madre también se pone así cuando le da la regla.

La mujer, que había estado hasta entonces mordiéndose el labio, giró muy lentamente la cabeza hacia el recién llegado y compuso una sonrisa forzada.

—Deja de gritar si no quieres que te arranque la garganta, mocoso —le advirtió, y justo después volvió a enfrascarse en su falsa lectura.

Después de eso, el silencio se extendió durante un par de segundos en los que Mic parecía haber adquirido el suficiente sentido común como para comportarse como una persona normal. Aizawa aprovechó ese momento para atisbar desde su escondite el entorno, más concretamente a Mic. Su sonrisa refulgía casi tanto como su propia presencia, diferenciándose del resto del mundo por su alegría incondicional y su positivismo irracional. Su pelo estaba bastante más corto que el del adulto, pero ya empezaba a peinarlo primorosamente hacia arriba. Sus ojos, a pesar de estar escondidos tras sus sempiternas gafas de sol, danzaban inquietos de un lado a otro de la habitación, buscando algo que no podían encontrar.

—¿Dónde está Shouta? —preguntó tras haber inspeccionado cada rincón del salón y la parte visible de la cocina.

—Está... Indispuesto... —respondió el padre, no muy convencido.

—Oh... Está en el baño, ¿cierto? Esperaré.

—No, animal —dijo la madre de mala gana, acompañando sus palabras por un nuevo crujido y una mirada exasperada—. Está enfermo.

15 años y una semanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora