Lo que quedó atrás

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—Congratulations! Tienes la suerte de ser mi compi de entrenamiento hoy, ¿verdad que sí?

Algo no encajaba en esa frase o, más bien, esa frase no encajaba en sí misma. Había algo que la hacía por sí misma incoherente, no por el hecho de estar dirigida a un adulto, sino por el mero hecho de que Mic jamás le preguntaba si quería ser su compañero de entrenamiento, él simplemente le abordaba y daba por hecho que así sería. Nunca preguntaba, porque no necesitaba confirmación de su parte, era una obligación y punto.

Por eso mismo no le extrañó que una muchacha algo más alta que Mic pasase por su lado justo después de haberse efectuado la pregunta. Era la capitana del equipo de fútbol de la U.A o al menos eso daba por hecho Aizawa, ya que en las escasas veces que había prestado atención a ese deporte —tan vacuo para él—, ella era la que orquestaba al equipo a base de arengas combinadas con amenazas y gritos.

Al principio no respondió. Se paró frente a él siguiendo su fiel tendencia a erguirse incluso cuando estaba frente a alguien de menor estatura y le contempló durante unos segundos como si no le hubiese entendido. Después atisbó fugazmente el interior de la clase y, como consecuencia de su búsqueda, se cruzó de brazos.

—Lo siento pero no, Yamada —respondió la capitana, tan ofendida como apenada—. Sólo me lo pides porque Aizawa no ha venido hoy, así que no.

—¡No seas tan mala! —protestó Mic, sin una pizca de resentimiento oculto en sus mohines.

Ella captó sus intenciones, así que abandonó su porte siempre orgullosa y le permitió escuchar su risa, privada a los pocos que de verdad la merecían.

—No lo soy. Es sólo que tengo que pensar una estrategia para el próximo partido y tú me distraerías. Pero si quieres y no tienes planes —enfatizó esas últimas palabras con un lento vaivén de cabeza— puedes venir a verme entrenar después de clase.

El partido, sabía que había algo que se le escapaba de aquel día. Un recuerdo borroso que se escapaba dejando la certeza de que era algo importante, algo que se grabó a fuego en su memoria mucho tiempo atrás con la promesa de no ser olvidado jamás. Pero, ¿qué era? El humo había dejado retazos insuficientes como para formar la imagen completa, piezas sueltas del puzle: el repiqueteo constante del agua sobre el suelo y una ominosa sensación de atribulación, tal vez pavor, puede que incluso las dos cosas.

Cuanto más se esforzaba por recordar, más distantes e inciertos se tornaban los recuerdos, así que cejó rápidamente en su empeño. Era esa chica la que no le dejaba pensar; los celos infundados hacia su persona y, por encima de eso, el odio hacia la ingenuidad de Mic al aceptar la invitación. Supo enseguida que esos sentimientos no le pertenecían, sino que eran oriundos de su adolescencia y, sin embargo, los recibió como a viejos compañeros. Ahora lo sabía, Mic no sentía nada salvo amistad por ella y viceversa, pero en ese entonces no, así que se limitaba a odiarla bajo la excusa de que era demasiado engreída, demasiado confiada.

La capitana le dedicó una última sonrisa efímera, temiendo que ese gesto deformase su imagen de chica dura, y entró en el aula dejando al pobre Hizashi balanceándose nuevamente sobre sus talones a la espera de una nueva víctima.

A raíz de ese encuentro sacó un par de conclusiones que Aizawa consideró esenciales a tener en cuenta. La primera era que sólo había dos tipos de personas —exceptuándole a él, caso aparte— en el círculo de Mic: los que lo adoraban, ya fuese por su carisma, su felicidad o su condición innata de héroe y los que no lo soportaban por sus arrebatos de estupidez y su infalible forma de corromper la serenidad de allá donde fuese. No existía término medio, salvo por el propio Shouta, que convivía diariamente entre las dos fronteras.

15 años y una semanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora