[Enigma]➰

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 ─¡Abigail! ¡Abigail! Es hora de que salgamos ─ anunció su madre en la planta baja.

Abigail abrochó el último botón de su falda, y acomodando aún la blusa por debajo, salió de su habitación colocándose los converse blancos altos.
Su largo cabello estaba mojado y apenas destilaba pequeñas gotas desde las puntas, y el corto fleco casi estaba pegada a su frente.

Hacía media hora que su madre había decidido salir a las compras a la plaza que quedaba en el centro de Delphic, donde la mayoría de los residentes solían pasar su tiempo libre.
Los jóvenes y adolescentes se paseaban por la zona cuando su madre aparcó el auto en la otra esquina que daba frente al parque.
Y unos que otros miraban con sigilo su figura al descender tranquilamente.

Gemma, su madre, colocó el bolso en su hombro derecho, e indicó el camino a su hija.
Con cuidado de no trastabillar los pasos fueron rápidos y precisos. La grava se removía en su lugar cuando los pies ajenos eran recargados en ellos, y musitaban crujidos al chocar con la superficie.

Abigail fue la primera en pisar el suelo firme, donde las baldosas se habían convertido en losa, y la enorme entrada de cristal automática se abría al sensor dándole la cálida bienvenida a la construcción.

Lo primero que hicieron fue recorrer cada una de las tiendas, encontrando a su paso ropa y más ropa.
A Abigail le resultaba aburrido, el simple hecho de mantenerse al margen porque su madre era la que proporcionaba su ropa y adecuaba cada una de sus prendas.
Su madre continuaba en un estante buscando vestidos de tonos pasteles, donde su blanca piel combinara.

Pero Abigail no usaba vestidos, y lo sabían.

Dando un suspiro anunció a su madre que se encontraría afuera, bajo aquel columpio que habían visto antes, y salió contando los pasos.
Cuando salió el frío golpeó su pecho inundando sus fosas nasales de aquel viento helado.
El cielo aún estaba nublado y se podría decir que cada vez peor, algunas nubes más oscuras que otras y el fuerte viento sacudiendo las copas de los arboles con salvajismo.
El viento alborotó su cabello mandándolos directamente a su rostro, cubriendo sus ojos en un sólo soplo y ella apartó cada mechón colocándolo detrás de su oreja.
Su mirada aún yacía en el suelo cuando aquellas aquellos zapatos negros posaron frente a los suyos.
Y asustada elevó los ojos encontrándose von un par que escaneaban los suyos.

Abigail se apartó apresurada y con el corazón en la mano. Nerviosa sólo le miró atónita por su cercanía y llevó una de sus manos a su pecho.
No podía decir nada en ese momento su boca había quedado cerrado del gran susto que se había llevado.

Aquellos fanales de un color que en particular era extraño aún permanecían en su persona.
El cabello revuelto de color naranja adornado de una misteriosa capucha de color negro.
Sus cejas espesas adornaban el puente de sus ojos
Y aquellos prominentes belfos estirados apenas formando una pequeña sonrisa de medio lado.
Parado frente a ella sin ninguna intención de moverse causaba que su corazón palpitase más rápido aún.

─¿T-Tu quién eres?...

Abigail interrogó mirando con el ceño fruncido al muchacho misterioso.
Aquel chico ni siquiera movía un músculo y eso descolocó a la menor.
Decidida le dio la media vuelta y dispuesta a seguir avanzando dio dos pasos tratando de alejarse.
Pero el peli naranjo fue más rápido interponiéndose de nuevo en su camino.
Obligándola a pararse a su lado con un mano en su cintura tieso como una estatua.

Jimin

─¿Dijiste....? Acaso tu... ¿Acaso mencionaste algo?
Preguntó confundida.

Otra mirada más y aquel tipo ni siquiera un pestañeo.
Abigail quería irse y alejarse se aquel extraño, pero algo obligaba a sus piernas quedarse en ese mismo lugar.
Su mente rogaba porque diese un paso pero raciocinio no estaba de su lado en ese momento.
Los pensamientos no lograban aterrizar del todo enviándole a su cerebro pequeños fragmentos que su cuerpo no lograba entender.

─Jimin.

Habló por fin el peli naranjo.
─Mucho gusto, Abigail.

Abigail se tensó en su lugar, afianzando duramente el suelo con sus dedos dentro de las zapatillas.
Reiterando su mirada tan fuerte en el contrario inquieta ante el próximo movimiento.

─¿Cómo es que sabes mi nombre?.

El muchacho se encogió de hombros. Su piel pálida adquiría ese tono grisáceo colocando un leve tono entre rosa y morado a sus labios regordetes.
Sus pupilas verdosas cayéndose levemente al gris examinaban su cuerpo, causando un leve sonrojo en las mejillas de la morena.

─Sé más de lo que te imaginas.

Respondió.

Su voz aterciopelada mencionaba cada palabra como un leve tono dulce y agrio, tenía una voz chillona y madura al mismo tiempo, inundando sus oídos de gratitud porque es lo que sentía al escucharlo.

Cuando Abigail al fin entendió lo que había dicho abrió los ojos desmesuradamente que la luz del sol que alcanzaba a irradiar le aturdió haciéndole cerrarlos al mismo momento.

¿Que quería decir eso? ¿A qué se refería con sé más de lo que te imaginas?
Le volvía loca el sólo pensar que tal vez se conocían y ella no le recordaba.
Pero borró todos esos pensamientos cuando vio su cuerpo alejarse lentamente, deslizando las suelas de sus zapatos por la pedregosa terraceria.
Que crujían a cada paso.

Abigail siguió sus pasos acelerada porque le había perdido de vista en la esquina que daba hacia el otro lado del edificio.
Donde los arboles comenzaban a ser contados y pasaban por desapercibido con los edificios de rascacielos que comenzaban justo desde el centro.

Pero no había rastro de él, como si de un fantasma se tratase.
Entonces comenzó a suponer un montón de cosas
¿Como es que había escuchado aquel nombre?
Justo antes de que sus labios gesticularan palabra alguna, ahí dentro de su cerebro ella había escuchado claramente a aquella voz distorsionada que susurraba delicadamente aquel nombre.

Hinchando las aletas de su nariz comenzó a buscarle a travez de toda la calle, recorriendo cada callejón que estaba a la redonda pero no había rastro.
Ni siquiera le había visto al doblar la esquina como si de la nada su cuerpo se hubiese desvanecido.
Y cuando se dio cuenta las pequeñas partículas de lluvia comenzaban a caerle en la piel.
Resignada decidió regresar a donde se suponía debía quedarse.
Había recorrido casi cuatro cuadras y ni siquiera se había dado cuenta, había perdido la cuenta de cuantos callejones vacíos había cruzado pero sabía el camino de memoria.
Tampoco era una estúpida.

Al doblar la última esquina ya la lluvia había arreciado y sus calcetas tenían manchones negros debido a que cuando las gotas golpeaban con el suelo las piedrecitas y el polvo sucio brincaban salpicándome.
Empapada avanzó hasta el auto esperando pacientemente que su madre llegara pronto.
Y encendió la calefacción abochornándose pues el agua estaba helada y le tenía miedo de coger un resfriado.
Igual y no importaba pues no iba a la escuela hasta nuevo aviso.

A lo lejos vio la pequeña figura de su madre saliendo con un montón de bolsas blancas dónde al parecer llevaban la ropa.
Incluso un par de cajas de zapatos y comenzaba a preguntarse de donde sacaban tanto dinero sus padres.
Si bien su padre era el director del pequeño hospital, estaban en un pueblo a lo que se le hacía rarísimo que siempre tuvieran para darse millones de lujos.

No era nada extraño tampoco, pero era su duda existencial.

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Dark boy[PJ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora