Sonrisas furtivas

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    Ahora sí, ya era el momento. Su víctima estaba en posición y él preparado para el ataque. Su conciencia se iba ensuciando por cada minuto que pasaba, pero no se iba a detener. Necesitaba hacer algo para sacarse el peso de la culpa por una cosa que todavía no había hecho, así que empezó a mirar. Examinaba a todo el que pasaba hasta poder encontrar a la persona correcta a quien confiarle su secreto. Una morocha con mochica azul, un hombre alto de uniforme negro, una mujer con maletín... 

NADIE.

    Pero, como siempre, cuando se pierde la esperanza es cuando llega algo que te la hace recuperar. Y ese era un algo en forma de mujer; delgada y de rizos color ciruela, pestañas parpadeantes y unos ojos que lo pudieron encontrar. Dos pupilas color café que lo observaron furtivamente a través de la calle, para volver a su posición anterior y fingir que no había pasado nada. No era raro, todas las personas hacen eso cuando encuentran la mirada de un extraño; sin siquiera preocuparse por sonreír. Pero ella lo había hecho, le había mostrado los dientes a un desconocido sin tener la obligación de hacerlo. Por eso es que Ián se decidió por ella.

    Entonces cruzó la calle a paso decidido y le tocó el brazo a su Consejera Furtiva

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    Entonces cruzó la calle a paso decidido y le tocó el brazo a su Consejera Furtiva. "Disculpe, señora" , le dijo. Ella se giró hacia él, y con mirada cariñosa le preguntó qué era lo que necesitaba. Por un momento, pareció como si sus cuerdas vocales dejasen de funcionar; pero se recuperó rápido, como siempre lo hacía. 

- ¿puede ver este ladrillo? - la Consejera asintió - es para tirárselo a un hombre, aquél que está del otro lado de la calle -  la mujer abrió los ojos como platos, con la sorpresa plasmada en el rostro.

- ¿por qué querés hacer eso? 

- porque él... - y con el simple hecho de pensar el decirlo, se le prendían fuego las cuerdas vocales - él violó a mi hermana

- ¡Dios mío! En ese caso, creo que deberías decirle a tus padres... o a la policía - era un consejo lógico, de esos que son inútiles porque lo que te dicen fué la primer idea que se cruzó por tu cabeza; pero que no es una opción.

- Eso ya lo hice, y fueron mis padres quienes me motivaron a tomar la decisión.

- No te conviene

- Lo se. - y con eso me despedí, como quien acaba de terminar una pelea. Giro sobre sus talones y regresó al lugar en el que había estado deambulando antes; ahora unas pocas personas comenzaban a salir de sus trabajos, envueltos en camperas, bufandas y cualquier cosa que los mantenga calientes. 

    El plan ya estaba listo, en este momento solo quedaba esperar a que se hicieran las siete (hora en la que generalmente el "hombre" se quedaba dormido por el efecto del alcohol) para poder llevarlo a cabo.


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    Entre el frío y las lágrimas, el mundo se volvía más borroso de lo que lo era antes. Ián subía las escaleras a paso lento mientras pensaba en lo que estaba a punto de hacer; meditaba las consecuencias y se comenzaba a preguntar si en realidad valía la pena.

   Entre reflexiones entremezcladas, ya había llegado al balcón. Asomó su cabeza los segundos suficientes para que se le revuelva el estómago por el vértigo. El mareo lo consumió por un instante, pero logró recuperarse. Ya había podido ver al Hombre Manos De Delito, retorciéndose por la resaca. Faltaba poco, pero tenía que matar el tiempo, así que se entretuvo dibujando sobre el vaho que se pegaba sobre una ventana al soplar sobre esta. 

    Luego de unos minutos, los quejidos dejaron de oírse, y el hombre se había quedado inmóvil. Ese era el momento. Y al darse cuenta de esto; las manos de Ián comenzaron a temblar, su pulso estaba aceleradisimo y una fina capa de sudor le cubrió la espalda. Tomó su pesada arma que había dejado en una esquina y la sostuvo frente a él, en el aire y fuera del balcón. Estaba sobre la cabeza del Hombre Manos De Delito; y al verlo, se la pudo imaginar cayendo y partiéndole el cráneo con la misma facilidad con la que su madre rompía los huevos del supermercado para preparar un pastel. Aflojó el agarre, y la voz de la Consejera Furtiva resonó en su mente. La verdad es que ella tenía razón, hacer lo que había planeado no era lo correcto; aunque el deseo de venganza y la certeza que que ese hijo de su madre no iba a poder contaminar a nadie más era tentadora. Pero se resistió a la tentación. Por una vez en su vida hizo lo que su corazón no le decía, pero la razón sí. Y lo hizo simplemente para que Zoe no se avergüence de ser la hermana del chico que le partió la cabeza a un borracho con un ladrillo, y lo hizo también porque no quería agrandarle el peso a sus padres de que, además de tener un hijo sin vida propia, que este sea un delincuente. 

    Así que bajó los escalones con pesar, y se despidió de una mala decisión con tristeza; pero al ver al hombre tirado y sin resentimiento aparente, un calor insoportable le subió al pecho. Entonces agarró una botella rota que estaba tirada en el piso, y la ubicó al lado del delincuente dormido con el filo apuntando hacia su espalda

EYLEM. #PNovelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora