Están equivocados

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Domingo al medio día en el Palacio de la familia del Zar.

Las niñas corrían de habitación en habitación ayudándose mutuamente para estar listas y salir en familia.
Viktoria, como siempre, era ayudada por la Zarina quien cuidadosamente cepillaba el cabello de la pequeña.

-¿Ya? –giro la cabeza tratando de mirar a su madre

-Aun no –delicadamente movió la cabeza de la niña para que volviera a mirar al frente

-¿y ahora?

-Viktoria, te lo he dicho muchas veces, no puedes salir si no estás peinada correctamente. Deja de moverte o podría lastimarte

La niña sentada en las piernas de su madre se quejaba de la atención que recibía, se movía en su lugar en espera del momento adecuado para salir corriendo.
Odiaba tener que permanecer quieta en un solo lugar.
Odiaba que siempre fuera su madre quien la peinara.
Odiaba no poder salir de casa cuando quisiera.
Odiaba que existieran tantas reglas.
Odiaba las lecciones de cada día.
Pero existía algo que odiaba más, era el tener que salir perfectamente peinada y arreglada.

Si, le encantaba que la miraran, que le dijeran lo hermosa que se veía, que la admiraran y la elogiaran; pero la niña tan solo quería jugar, salir, subir, bajar, gritar, brincar, correr por los jardines y ensuciar sus ropas. Pero nada de eso era permitido por ser la hija del Zar.
Siempre querían que estuviera con una imagen pulcra y para Viktoria ese era el reto más grande al que se enfrentaba a diario.

En las últimas semanas la niña se comportaba aún más inquieta de lo que de por sí ya era, cada que podía escapaba de su lecciones corriendo por todo el edifico hasta que alguien la atrapara, si no es que antes lograba esconderse en la cocina.

Listo! , ¿Ves? No fue difícil el tener que esperar un poquito más.

La niña se levantó de un salto, se miró en el espejo que se encontraba a un costado de la habitación contorneando su pequeña figura para poder verse desde todos los ángulos posibles, tomando las puntas de su vestido para que este se moviera a su gusto, ladeando la cabeza de un lado a otro comprobando que su peinado no se cayera por sus movimientos.

Gracias! ¡Es muy lindo mamá! –La niña corrió hasta su madre, abrazando sus piernas. Luego de una hermosa sonrisa salió de la habitación antes que su madre se lo impidiera.

La Zarina se sentó al borde de la cama, mirando la puerta donde su niña acababa de salir. Observo cada rincón de la habitación de Viktoria, los sombreros que colgaban en una esquina de la habitación junto a todas las cintas de cabellos que a su hija le gustaba coleccionar; los juguetes olvidados en un rincón, porque la niña tenía suficiente con correr por todo el palacio; los vestidos colgados en el armario hechos especialmente para la niña, con hermosos bordados, cintas y brillos que hacían resaltar su belleza femenina.

-¿Qué es lo que le estamos haciendo a nuestro hijo Nicolás? –En ese momento no era la Zarina, era una madre sufriendo en silencio, recriminándose las consecuencias de las decisiones tomadas. Odiándose por no poder romper el silencio y decir la verdad.
¿Cómo podía ser capaz de tratar a su hijo como una hija? ¿Cómo rompería con todo aquello después? ¿Cómo le diría a Viktoria que realmente es Viktor? ¿Cómo decirle que ya no podrá usar aquellos vestidos que tanto le gustan y que su cabello que tanto ama tan solo es parte de la farsa y que hay que cortárselo?

Aquella madre se lamentaba, estaba a punto de romper en llanto, oculto su rostro con las manos. Tenía que ser fuerte pero el peso que cargaba poco a poco comenzaba a aplastarla.

El Último Nikiforov (Viktuuri -YoI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora