P E R C A B E T H ✨ 11

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Apenas la reconocí. Llevaba un vestido de seda blanca sin mangas, como el de C.C. Tenía el pelo rubio recién lavado y peinado, y también trenzado con hilos de oro, pero lo peor era... que la habían maquillado. Nunca habría creído que Annabeth se dejara pillar en semejante estado ni muerta. Quiero decir, tenía buen aspecto. Muy buen aspecto. Se me habrían atragantado las palabras seguramente, en caso de que hubiera sido capaz de decir otra cosa que rit, rit. Pero, por otra parte, había en su aspecto algo del todo equivocado. Aquélla no era  Annabeth, sencillamente.  Ella miró alrededor de la habitación y frunció el ceño. "¿Dónde está Percy?" Yo me desgañitaba gritando, pero ella no parecía oírme. C.C. sonrió. "Le están aplicando uno de nuestros tratamientos, querida. No te preocupes. ¡Estás preciosa! ¿Qué te ha parecido el tour?"
[...]
"Tú querida, tienes madera de hechicera, como yo." Annabeth dio un paso atrás. "¿Hechicera?" "Sí, querida," C.C. alzó la mano y una llama surgió de su palma y bailó por la punta de sus dedos. "Mi madre es Hécate, la diosa de la magia. Reconozco a una hija de Atenea en cuanto la veo. Tú y yo no somos tan diferentes; las dos buscamos el conocimiento, las dos admiramos la grandeza y ninguna necesita permanecer a la sombra de los hombres."  "No... no acabo de comprender."  Grité una vez más con todas mis fuerzas, tratando de llamar la atención de Annabeth, pero ella no podía oírme o no creía que aquellos ruidos tuvieran importancia. Mientras tanto, las demás cobayas habían ido saliendo de sus cubículos para echarme un vistazo. No sabía que las cobayas pudieran tener un aspecto tan chungo, pero aquéllas me demostraron que sí. Había media docena, y todas tenían el pelaje sucio, los dientes roídos y los ojos enrojecidos. Estaban cubiertas de virutas y olían como si realmente llevaran allí trescientos años sin que nadie limpiara la jaula.  "Quédate conmigo," le decía C. C. a Annabeth. "Estudia conmigo. Puedes unirte a nuestro equipo, convertirte en hechicera, aprender a dominar la voluntad de los demás. ¡Te volverás inmortal!"  "Pero-"  "Eres demasiado inteligente, querida. Demasiado para confiar en ese estúpido campamento para héroes. Dime ¿Cuántas grandes heroínas mestizas serías capaz de enumerar?"  "Bueno... Atalanta, Amelia Earhart-"  "¡Bah! Son los hombres los que se llevan siempre toda la gloria." Apretó el puño y extinguió aquella llama mágica. "El único camino que les queda a las mujeres para adquirir poder es la hechicería. ¡Medea y Calipso son ahora muy poderosas! Y yo, desde luego. La más grande de todas."  "Usted... ¡C. C. es Circe!" "Sí, querida." Annabeth retrocedió y Circe se echó a reír. "No temas. No voy a hacerte ningún daño." "¿Qué le ha hecho a Percy?" "Sólo ayudarlo a encontrar su auténtica forma."  Annabeth escudriñó la estancia. Finalmente, reparó en la jaula y me vio arañando con desesperación los barrotes, rodeado de cobayas. Abrió los ojos como platos.  "¡Olvídalo!" dijo Circe. "Únete a mí y aprende los caminos de la hechicería." "Pero-"      "Tu amigo estará bien atendido. Será enviado a tierra firme, a un nuevo hogar maravilloso. Los niños del jardín de infancia lo adorarán. Y tú, entretanto, te hará más sabia y más poderosa, tendrás todo lo que siempre has deseado."  Annabeth seguía mirándome, pero con una expresión soñadora. La misma que yo debía de tener cuando Circe me había embelesado para que bebiera aquel batido maléfico. Chillé y arañé con todas mis fuerzas, tratando de sacar a Annabeth de su ensueño, pero me sentía del todo impotente.  "Déjeme pensarlo," murmuró Annabeth. "Solo un minuto... a solas. Para despedirme."  "Claro que sí, querida," susurró Circe. "Un minuto. Oh... para que dispongas de completa intimidad..." Hizo un ademán con la mano y descendieron de golpe unas barras de hierro sobre las ventanas. Luego se deslizó fuera y cerró la puerta con llave.  La expresión embelesada de Annabeth se desvaneció en el acto. Se acercó corriendo a la jaula. "Bueno, ¿cuál eres?" Me puse a chillar, pero lo mismo hicieron las demás cobayas. Annabeth parecía desesperada; escudriñó la estancia con la mirada y divisó las perneras de mis tejanos asomando bajo el telar.  ¡Sí!  Corrió hacia allí y hurgó en mis bolsillos.  Pero, en lugar de sacar a Riptide, encontró el bote de vitaminas de Hermes y empezó a forcejear con el tapón.  Yo quería gritarle que no era momento de tomar vitaminas ¡Tenía que sacar la espada!  Se metió en la boca un limón masticable justo cuando se abría la puerta de golpe y entraba Circe de nuevo, acompañada de dos azafatas.  "Bueno," suspiró, "¡qué rápido pasa un minuto! ¿Cuál es tu respuesta, querida?" "Ésta," dijo Annabeth y sacó su cuchillo de bronce. La hechicera dio un paso atrás, pero enseguida se recobró. Sonrió con desdén. "¿De veras, pequeña? ¿Un cuchillo contra toda mi magia? ¿Te parece sensato?"  Circe se volvió hacia sus ayudantes, que sonrieron. Alzaron las manos, como disponiéndose a lanzar un conjuro.  ¡Corre! habría querido decirle a Annabeth, pero lo único que lograba emitir eran ruiditos de roedor. Las demás cobayas chillaban y se escabullían hacia los rincones. Yo también sentía el mismo pánico y el impulso de correr a esconderme... ¡Pero tenía que pensar en algo! No podría soportarlo si perdía a Annabeth como había perdido a Tyson.     "¿Cuál sería la forma adecuada para Annabeth?" dijo Circe con aire pensativo. "Una cosa pequeña y malhumorada... ¡Ya sé, una musaraña!"  De sus dedos surgieron espirales de fuego azul, que se retorcieron como serpientes alrededor de Annabeth.  La miré paralizado de horror, pero no sucedió nada. Annabeth seguía siendo Annabeth, solo que ahora más furiosa. Dio un salto y le puso a Circe la punta del cuchillo en el cuello. "¿Y por qué no convertirme en una pantera? ¡Una que te ponga las zarpas en el cuello!"  "¿Cómo demonios...?" aulló Circe.  Annabeth alzó el bote de vitaminas para que lo viese la hechicera.  Circe dio un alarido de frustración. "¡Maldito sea Hermes y sus vitaminas! ¡No son más que una moda pasajera! ¡No te aportan ningún beneficio!"  "¡Devuélvele a Percy su forma humana!" dijo Annabeth. "¡No puedo!" "Tú lo has querido."  Las ayudantes de Circe dieron un paso adelante, pero su jefa las detuvo. "¡Atrás! ¡Es inmune a la magia mientras dure el efecto de esa maldita vitamina!"  Annabeth arrastró a Circe hasta nuestra jaula, le arrancó el techo y vertió en su interior el resto de vitaminas.   "¡No!" gritó Circe.  Yo fui el primero en atrapar una gragea, y todas las demás cobayas salieron corriendo de sus escondrijos para probar aquella nueva comida.  Me bastó un bocadito para sentir un ardor por dentro. Seguí royendo, y de pronto, la vitamina dejó de parecerme enorme, la jaula empezó a achicarse y... ¡Bang! La jaula explotó y me encontré sentado en el suelo, otra vez con mi forma humana-también con mi ropa puesta, gracias a los dioses- rodeando de seis tipos que parpadeaban con aire desorientado mientras se sacudían virutas del pelo.  "¡No!" gritó Circe. "¡Tú no lo entiendes! ¡Estos son los peores!"  Uno de ellos se puso en pie: era un tipo enorme con una barba negra, larga y enredada, y con los dientes negros también. Vestía de un modo bastante incongruente, con ropa de lana y cuero, botas altas y un sombrero de ala flexible. Los otros vestían de modo más sencillo-con calzones y camisas blancas llenas de manchas. Todos iban descalzos.  "¡Arggg!" bramó aquel tipo. "¿Qué me ha hecho esta bruja?" "¡No!" gimió Circe.      Annabeth ahogó un grito. "¡Te conozco! ¿No eres Edward Teach, el hijo de Ares?"  "Sí, muchacha," gruñó él. "¡Aunque todos me llama Barbanegra! Y ésa es la hechicera que nos capturó. Vamos a cortarla en pedazos y luego me zamparé una buena ensalada de apio. ¡Arggg!"  Circe gritó y salió corriendo con sus ayudantes, perseguida por los piratas. Annabeth envainó su cuchillo y me miró. "Gracias..." dije con voz temblorosa. "Lo siento mucho-"  Antes de que se me ocurriese algún modo de excusarme por haber sido tan idiota, ella se acercó y me dio un abrazo. Luego se separó de mí con la misma rapidez. "Me alegro de que no seas una cobaya."  "Yo también." Confiaba en no tener la cara tan roja como la sentía. Ella deshizo los hilos de oro que tenía trenzados en el pelo. "Vamos, sesos de alga," dijo. "Tenemos que largarnos mientras Circe esté distraída."

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Me encanta😻

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⏰ Última actualización: Jun 04, 2017 ⏰

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