Capítulo 1: Pensamientos

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Lo mismo. Mismo paisaje, mismas casas, mismos silencios. Siempre lo mismo, siempre igual. Sabía que en aquel pueblo no podría aspirar a mucho más, tenía que escapar, ver mundo, conocer... ya saben, tener una vida. Una vida de verdad.

Pensaba en eso todos los días, mientras caminaba por las mismas calles empedradas, pasando por las mismas tiendas aburridas y saludando a todo ser viviente por nombre. Mas, aunque lo pensara y lo pensara, no lograba descifrar qué era aquello que le faltaba a mi vida. Qué era aquello que me haría vivir de verdad.

Envuelto en mi monotonía, subí por las escaleras de mármol rápidamente. Para ser bachillerato, era una clase bastante silenciosa... sin mencionar que había llegado media hora antes de que empezara. La única persona allí, en su banco de siempre, era Giselle.

Ya fuere por cómo el sol iluminaba su cabello rojizo hasta tornarse levemente rubio, o por cómo sonreía, o quizás por mi curiosidad... tal vez, en ese momento, me quedé admirando un poco de más a la muchacha, quien observaba por la ventana. Pensando qué era lo que le hacía tan feliz, qué era lo que hacía que su sonrisa siempre brillara entre un mar de ceños fruncidos, pensando cuál sería su secreto para estar tan radiante en un pueblo tan oscuro.

Agité la cabeza, quitándome esos pensamientos a medida que el resto de los alumnos llegaban. Yo, en contra de mi voluntad, era uno de ellos. Uno de esos alumnos ansiosos por escuchar la campana sonando, por graduarse y por salir de ese estúpido pueblucho. Yo era un tipo común, con una vida común, un físico común (lo típico: ojos negros, cabello negro, flaco, no muy alto, con algunas espinillas por aquí y por allá...), pero sabía en el fondo que mi futuro sería grande. Que yo llegaría a estar por encima del promedio, que dejaría de ser común, que dejaría ese pueblo.

Otra con grandes ambiciones era Aurora. Aurora era hermosa, me gustaba desde aquella vez que me pidió ayuda para ese ejercicio de matemáticas. Su cabello era de un rubio blanquecino y sus ojos eran de un color claro, casi blanquecino también. Su rostro era perfectamente perfilado, como si un ser mitológico la hubiese tallado con sus propias manos, su nariz era puntiaguda, pero no demasiado. Solo había una cosa mal con Aurora, y era que me consideraba un amigo... su mejor amigo.

Se sentó a mi lado y puso su cabello de un lado, sonrió tímidamente y comenzó a sacar sus útiles, de un color verde pastel.

"Hola", dijo ella. Al no saber qué responder, le sonreí levemente. "¿Cómo has estado?"

"Bastante bien, creo. ¿Tú?", pregunté.

"Un poco aburrida, extrañando mi ciudad allá y eso...", contestó.

"Lo sé", mi vista se desvió de nuevo hacia Giselle, quien dibujaba con una sonrisa mientras el sol dorado la adornaba.

"¿Qué miras?", preguntó Aurora e intentó seguir mi mirada.

"A Giselle", susurré y en seguida que me di la vuelta, vi a la rubia confundida. "Digo, no es que me guste. Es solo que, siempre me pregunté qué le hace sonreír todo el tiempo".

"Ethan, nadie sonríe todo el tiempo", Aurora negó con la cabeza. "Y menos estando en este pueblito".

"Ella sí, es como si le gustara estar aquí", musité.

"No creo, ¿a quién le gusta vivir en este sitio?", interrogó ella como si fuese obvio.

"No lo sé, pero quizás tengas razón", asentí. Aurora no pronunció otra frase.

La profesora de Literatura entró cantarina, como siempre hacía. Sus lentes de armazón rojo relucían con la luz solar, dándole vida a su rostro. Entre ella y Giselle, las dos competían a ver quién era la más feliz... o al menos así lo veía yo.

Al terminar la clase, la profesora nos dio una tarea tan simple como complicada: realizar un texto acerca de la felicidad, acerca de qué era la felicidad para cada uno, o qué nos hacía felices. Y ya sabía muy bien quién daría la nota...

Ya era de noche, me encontraba pensando en qué hacer para mi ensayo. Mordí el lápiz nuevamente, como si eso fuera a darme alguna idea. La felicidad para mí... ¿qué era la felicidad para mí? Un nombre se me vino a la cabeza: Giselle. Giselle podría ser la felicidad en persona, pero este trabajo era acerca de lo que me hacía feliz... y nada me hacía tan feliz como ver a Aurora, ver su hermoso cabello rubio casi platino combinando con sus gloriosos ojos grises. Bien, ya tenía mi idea, ahora era importante jugar con las palabras de forma que no pareciese que hablaba de ella, leerlo a la clase mirando la pared y recoger mi dignidad en pedazos al final del discurso. Genial. Suspiré y arrojé una bola de papel hacia el basurero.

Carcomiendo mi cabeza, las preguntas que tenía para hacerle a Giselle aparecieron de nuevo, me rodearon mientras se repetían una y otra vez, pude jurar que sonaban como si alguien las susurrase en mi oído, como si la propia Giselle las susurrase en mi oído. Agité la cabeza una vez más, sentí como esas preguntas se esfumaron, dejándome concentrarme. Entonces, fue como si una luz se encendiera encima de mi cabeza, tomé el lápiz mordido y con inspiración digna de Cervantes comencé a escribir.

Cansado de tanto esfuerzo mental, bajé las escaleras de madera una vez terminado mi ensayo y me premié con un sándwich. Al terminar de comer, me tiré en la cama, que me recibió con un rechinido y me quedé observando el techo hasta dormirme, pensando en qué podría hacer a Giselle tan feliz.

El Secreto de GiselleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora