Capítulo 12: El pasajero.

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La casa de Giselle se escondía en el más lejano rincón del bosque de Smalltown. Una casa bastante rústica, con techo de tejas de madera y paredes de hormigón de un color blanco desteñido, con algunas enredaderas que se habían apoderado del frente, y una puerta, también de madera, que había perdido el brillo.

La puerta chirrió de emoción al escucharnos entrar. Se notaba que no acostumbraban a tener visitas en esa casa.

"Perdona por eso", dijo, "mi padre solía hacer las reparaciones aquí".

"¿Qué pasó con él?", pregunté.

"David de vez en cuando venía a ayudarnos y eso... entenderás que la casa sufrió mucho la ida de ambos", terminó.

"Parece que la puerta estaba feliz de verme, entonces". Giselle sonrió en un toque calmo, con los labios pegados y los ojos entrecerrados.

Al instante, pude oír cómo la madre de Giselle bajaba las esacaleras con un deje sospechoso y a toda prisa. La mujer rondaba los treinta años, su cabello era de un color castaño claro, vestía jeans, botas a la rodilla y una camisa de franela roja a cuadros.

"Gi, estoy escuchando voces, ¿está todo bien?", sus ojos color ámbar se cruzaron con los míos. Giselle, al notar el ambiente, explicó:

"Él es Ethan, un... compañero de clase".

"Wow, yo... no sé qué decir". Miró hacia el suelo un momento y, al volver la vista hacia mí,  sonrió. "¿Dónde estan mis modales? Soy Ginger Green", extendió la mano hacia mí, pero en el momento no supe reaccionar. Quitó la mano, haciendo como si se arreglara el cabello, "¿y tu nombre es...?".

"Ethan Williams, un placer", esta vez pudimos lograr un apretón de manos como es debido.

"Bienvenido", dijo por fin. Pude ver algo más que felicidad en sus ojos, pude ver esperanza.

Al entrar a la habitación de Giselle, lo primero que llamó mi atención fue un enorme cuadro de el bosque donde nos reuníamos. El cuadro estaba en medio de dos grandes estanterías cubiertas de libros y justo bajo él descansaba una cama de cobertor color crema y almohada blanca. En la pared izquierda tenía un hermoso ventanal y, abajo de este, un lugar donde sentarse a leer (con almohadones artesanales y ese tipo de cosas). En el suelo había tarros de pintura vacíos y almohadones de croché.

En seguida, captó mi atención un cabestrillo con una manta cubriéndolo. Me acerqué a él como por efecto de un trance y cuando estaba a punto de levantar la manta...

"¡No!", gritó Giselle. Detuve mi mano al instante, mirándola con confusión. "Aún no está terminado", explicó con una sonrisa nerviosa.

"Ah, claro", dije entonces. Pero ese cuadro no salía de mi mente.

Sin saber cómo, terminamos tirados en el piso, quizás riéndonos de alguna estupidez. Perdiendo el tiempo, mientras las gotas de lluvia golpeaban la ventana de Giselle.

"Gi", la llamé entonces, haciendo que me mirara con sus ojos verdes. "¿Qué le pasó a tu padre?".

"Mi padre es camionero", contó ella. "Entonces tiene que hacer viajes largos, por lo que no siempre esta en casa. Pero bueno, hacemos lo que podemos".

Quedamos en silencio, ese silencio incómodo que se forma cuando no se sabe qué decir.

"¿Te gustaría que me hiciera voluntario del orfanato?", pregunté.

"No", contestó ella. "No a menos que tú quieras. Trabajar con niños es difícil, por lo que te tienen que gustar mucho para aguantar. Y como eres voluntario, no recibes pago. Ninguno".

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⏰ Última actualización: Nov 23, 2018 ⏰

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