Capítulo 10: Una visita inesperada.

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Era un día, normal. Como todos. Sin ningún tipo de sorpresa. Estábamos en clase de química, el profesor hablaba de distintas sustancias y de cómo reaccionaban frente a algún estímulo. Bah, como les digo, todo normal, todo casual, nada fuera de lugar.

Hasta que sentí un ritmo, un ritmo monótono pero aún así inquietante: como el golpe de un bastón. Estos golpes se sintieron por última vez, para luego ser seguidos por un pequeño período de silencio. Finalmente, alguien tocó la puerta con una melodía, como una especie de clave.

"Adelante", permitió el profesor.

Entonces entró: su ropa parecía sacada de una feria de artesanías; llevaba los mismos zapatos beige de siempre; su vestido estaba algo ajado pero no parecía importarle; su cabello estaba más corto, lo que me pareció extraño, pero decidí no darle importancia.

"¡Giselle, que bueno verte!", exclamó el profesor. "Toma asiento y pídele a alguien que te pase lo que dimos".

"No es necesario", dijo ella en su semble tranquilo de siempre.

Giselle no había cambiado. Su sonrisa radiante, aunque algo triste, seguía estando ahí. Entonces comencé a pensar cuántos matices tenía la sonrisa de ella: Aurora sólo tenía dos tipos: la falsa (para "amigos", familiares, y "amigos" de sus familiares, de esas en las que muestras todos los dientes a fin de esconder su falsedad) y la verdadera (esa que existía solo para mí... ah, y David). Sin embargo, la sonrisa de Giselle presentaba tantas facetas como un abanico: desde la sonrisa plena (esa en sus momentos de euforia), la nostálgica y la que tenía cierto deje de tristeza o incomodidad.

Entonces vi sus manos: sus manos, como no, también eran únicas. Todos los días venían manchadas colores variados, aunque los tonos de azul, verde y naranja eran los que más se veían. Las manos de Aurora estaban siempre limpias y con una suavidad casi como la seda; pero las de Giselle eran toscas, ásperas, rústicas. Tenía manos de artesana. Pero este día, sus manos no venían cubiertas de pintura como siempre, sino que estaban limpias, limpias de todo rastro de arte.

Se sentó en el banco de siempre, al frente y a la vista de todos, sacando lentamente sus cosas, como quien no tiene consciencia de su entorno, como perdida, como aislada. Lo que hasta hoy no pude saber es si lucía así de desconectada por accidente o porque quería evitar ese mundo que tanto daño le había hecho.

Le avisé a Aurora que iría con ella y me respondió algo así como: "¡Ve por ella, tigre!". Me senté al lado de Giselle y actué completamente normal, como si siempre me hubiese sentado ahí, como si no fuera la primera vez. Apenas me miró, luego siguió concentrada en su dibujo, pero pude ver cómo su sonrisa se extendía. Eso fue suficiente para mí.

Me alcanzó un pequeño papelito:

Perdona lo que pasó con David el viernes.

¿Por qué no querías verme?

No quería arruinar la sorpresa.

¿Qué sorpresa?

Me corté el cabello, ¿no lo notaste?

Se te ve bien, aunque me resultó raro que faltaras una semana entera a clase.

Ah, por eso no te preocupes. Solamente fueron asuntos familiares.

Bueno, sí, pero me preocupé porque no faltas nunca.

¿Qué te pasó?

No puedo decirte. Es personal, lo siento.

Se cruzó de brazos, apoyó su cabeza en ellos y se quedó mirando por la ventana, dando por finalizada la conversación. Miré a Auri en un intento desesperado y ella sólo se encogió de hombros con una mueca de pena. Fijé la vista en mi cuaderno y comencé a garabatear (ya que no era muy bueno dibujando), pero de vez en cuanto desviaba mi mirada hacia la pelirroja.

El Secreto de GiselleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora