Capítulo 2: Las pequeñas cosas.

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Tres días después.

El otoño se acercaba, y a Aurora eso le disgustaba. Detestaba usar bufanda, pero estaba obligada debido al asma. Nuestras pisadas se escuchaban armoniosas en el suelo de gravilla, el viento nos acariciaba el rostro con una fuerza imponente pero con una delicadeza maternal, las hojas revoloteaban a nuestro alrededor, todo parecía muy romántico... de no ser por sus quejas.

"Detesto el otoño", estornudó una vez terminada la frase. Asentí levemente.

"Lo sé", ella sonrió.

"Prefiero la primavera mil veces", aseguró. "A pesar de que también me causa...", un estornudo la interrumpió de nuevo, se frotó la nariz, "pues eso".

Una vez llegamos a la institución subí la capucha de mi sudadera azul. Entramos los dos juntos y nos sentamos, Giselle ya se encontraba allí, como de costumbre, sonriendo mientras escribía en su cuaderno, posiblemente terminando su ensayo. Sonreí orgulloso al saber que yo ya tenía el mío listo, me dirigí a Aurora.

"¿Tienes el trabajo de Literatura?", pregunté. Aurora frunció los labios y negó con la cabeza.

"Sí, lo hice sobre mi ciudad", dice ilusionada. "Imagínate esto: playa, sol, arena dorada y suave, el ruido de las olas y cuarenta grados de calor. Cádiz es totalmente opuesto a Canadá, ¿eh?", decía ella dejándose caer sobre el asiento. Aurora tenía un gusto por el drama quizás exagerado, todos sus movimientos tenían una cierta delicadeza y expresaban una cierta emoción. Lanzó un suspiro de nostalgia, como quien aún no logra desprenderse de sus raíces. "Aún no me acostumbro del todo, ¿sabes? ¡En el invierno me congelo y en el verano me resfrío!", se quejó ella. Se había mudado hace cinco años, hasta había cambiado el acento, pero aún así, no lograba acostumbrarse al clima frío de Smalltown.

Si ella se iba, yo iría con ella. Ya lo tenía planeado, simplemente agarraría el bolso y escaparía de casa si fuera necesario. Por supuesto que no había dicho nada a mi madre, sino le hubiera dado un ataque.

Pasaron las horas, hasta que por fin llegó la hora de Literatura.

Con su sonrisa radiante, preguntó por la tarea. Entre los pocos que la habíamos hecho, estaba Giselle. Curioso acerca de qué trataría su discurso, la observé yendo hacia el pizarrón.

"Muy bien, Giselle, ¿quieres exponer?", la chica asintió enérgicamente. "Vale, me voy a sentar"

"Las cosas pequeñas", comenzó Giselle.

Las cosas pequeñas.

Por Giselle Green.

Las cosas pequeñas son mi felicidad. Las cosas pequeñas, esas cosas que nadie tiene en cuenta. Esas estrellas que decoran el cielo, esos insectos que se mueven lentamente por el mundo, esas hojas que caen de los árboles en otoño, esos copos de nieve que caen en invierno, esas letras que forman poesía, esas notas que forman música, esas células que dan vida.

Cosas que podrían pasar desapercibidas si nos acostumbramos a ellas, esas cosas que lentamente damos por garantizadas, esas cosas que no valoramos, esos pequeños detalles hacen nuestra vida menos monótona, menos cotidiana, más asombrosa.

Desde el detalle más grande hasta el más pequeño merecen ser notados. Desde la persona más colorida hasta la más gris. Desde el elefante hasta la hormiga y todo lo que hay y habrá en el medio.

Esa es mi definición de felicidad, ver el mundo que nos rodea de una forma distinta.

El texto no tenía nada de especial, no tenía excentricidades, no tenía nada novedoso. Representaba muy bien la personalidad de Giselle, una personalidad optimista, alegre, pero al mismo tiempo, alguien que se concentraba en ver los aspectos buenos de la vida.

El Secreto de GiselleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora