Ella estaba ahí, a mi lado, con su cabeza apoyada en mi hombro, mojando mi playera de lágrimas. La lluvia se escuchaba caer desde su habitación. Llevaba su pijama gris de verano y un moño desarreglado. Su rostro había quedado rojo de tanto llorar. Intentaba calmarla, pero los gritos de sus padres eran mucho mas audibles que mis susurros.
Amaba ver a Auri así: esa Aurora débil, desarreglada y sin miedo de demostrar sus emociones. Porque esa Aurora solo existía para mí: era una parte de ella que sólo yo podía ver. No se mostraba débil ante nadie, ni siquiera frente a su familia. Así que cuando decidió llamarme no dudé en venir.
Hubiera escalado un árbol hasta llegar a su habitación como los protagonistas de sus películas favoritas, pero había tres problemas importantes que lo impedían: no había ningún árbol cerca de su habitación; yo tenía (más bien sigo teniendo) miedo a las alturas; y finalmente, la habitación de Auri quedaba en planta baja, por lo que solo tuve que pasar por el ventanal.
"Siguen peleando, Ethan", me dijo la rubia sin despegarse de mi hombro.
"¿Quieres que te lea?", pregunté. A Auri no le gustaba leer, le costaba concentrarse en lo que leía, pero le encantaba que yo le leyera, pues decía que mi voz la tranquilizaba.
Asintió y me abrazó más fuerte. Tuve que contenerme, fingir que no había sentido ese escalofrío por todo mi cuerpo. Aún así, me permití decirle todo lo que quería con un beso en la frente, ella nunca supo ni sabrá cuántas cosas quise decirle con ese simple gesto.
"¿Qué libro?", pregunté. En su estante había únicamente cuentos infantiles. Amaba eso también: ese infantilismo que Aurora demostraba en sus momentos débiles, ese anhelo de vivir algo que no había podido: una niñez normal, con padres que le prestaran atención. A veces me decía que le hubiera gustado tener un padre como yo, entonces yo le respondía que aún era muy inmaduro para ser padre, y ella reía.
"Peter Pan", pidió ella. No fue una sorpresa, solía pedirme ése, decía que quería encontrar su Peter Pan y volar con él hacia nunca jamás... y yo solía soñar ser con quien ella cumpliese ese deseo.
Tomé el libro, que estaba en el estante, entre La Sirenita y Rapunzel (cuya historia me parece muy poco apropiada para niños, he de decir), los otros dos libros favoritos de la rubia.
Me senté en la cama y crucé las piernas mientras sentía como ella se acurrucaba contra mí.
"Había una vez...", comencé. A medida que avanzaba el cuento, fui bajando la voz hasta que sentí que el brazo de Auri ya no me agarraba con tanta firmeza. Se había dormido.
Allí, roncando bajito, con el moño despeinado y la sonrisa inocente... Auri era Auri. Y no había ser en el mundo que pudiese igualarse a ella en belleza, o al menos eso sentí en ese momento.
Y es que la vida de Aurora era una farsa bien armada: una familia que se veía feliz, pero pendía de un hilo. Hasta ella en sí era una farsa: un cascarón vacío, un disfraz que escondía a la verdadera Auri, quien luchaba por salir... y a veces lo lograba. Entonces yo era feliz, porque había logrado llegar a la Auri de la que me había enamorado.
El pueblo estaba en silencio, por las noches no veías a nadie despierto, por lo que era bastante seguro. Decidido a irme, intenté soltarme de su agarre, pero fue inútil, pues se aferró aún más. Me acomodé como pude en el lugarcito que ella no había ocupado y cerré los ojos.
Me desperté con el sonido de una Aurora cantarina. No entendía una sola palabra de lo que decía, pues hablaba en español.
"¡Ah, Ethan!, no te había escuchado. ¡Buen día!", sonrió mientras cuidaba los panqueques.
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El Secreto de Giselle
Genç KurguPara Ethan, Giselle siempre fue un misterio: su eterna sonrisa le traía consternado. Él siempre soñó con escapar de aquel pueblo en el que ambos vivían. Pero un día algo cambió, algo nuevo apareció... o quizás algo que siempre estuvo allí, pero él...