Capítulo IV

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Con tus labios había escapado del planeta

Y olvidaba por completo que tú no eras el mundo

Sólo el mío.

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El tiempo que me tomaba llegar al trabajo era de media hora a una hora, dependía del tráfico. Dos autobuses me transportaban para quedar justamente allí. Ubicado en la planta baja de una residencia, y con la entrada abriéndose a la avenida; una ventaja para las ventas. Claro, esta vez Key me llevó y no tuve que ir por la rutina de siempre.

Sulli y otro chico (Abraham), trabajaban junto a mí, pero mi tío tuvo que negociar con él para despedirlo, ya que no tenía suficiente dinero para mantener a sus trabajadores. Y en el caso de Sulli, sabemos que pasó con ella.

Mi tío desde su asiento abrió la cerradura del local, con el interruptor blanco pegado a la pared. Cuando entré y lo saludé, ordenó rápidamente sus cosas para hacer todo aquello que tenía pendiente. Mientras, yo dejé lo mío guardado en una gaveta en la habitación trasera al mostrador. Aprendí a vivir sin un bolso o cartera, eso llamaba más la atención de los delincuentes, así mismo, me limité a llevar nada más que el celular, las llaves y billetera. No era mucho lo que cargaba en el bolsillo de mi... Joder, ¿en qué momento me traje el saco de Key? Observaba su oscuro color con los ojos en blanco. Sí había estado oliendo su perfume todo este tiempo, pero me acostumbré y no noté que aún permanecía sin su presencia. Tengo la ventaja de cubrirme del aire acondicionado con él... Coloqué mi nariz sobre el saco (Que aún llevaba puesto) jalándolo con una mano hacia ella para olfatearlo con mayor intensidad. Era como una droga placentera. Mi tío me habló desde la entrada:

—Amber, ya me voy ¿Me escuchas?

—Sí —perdí un poco el equilibrio al levantarme y llegué al mostrador—. Bendición.

—Dios te bendiga, cuidado con quien venga, no le abras a nadie sospechoso. Los robos últimamente están peor que nunca.

—Lo sé. No tienes que repetirlo cada vez que te vas —suspiré agotada de vivir con ese pensamiento.

—Ya que no pude salir en la mañana, no tendré tiempo para venir a cerrar —me informó—. Le dices al hermano de Carolina, tú novio, que te ayude a bajar la Santa María.

—No es mi novio. Lárgate, es demasiado tarde.

Asintió y partió del lugar.

Le eché un vistazo a los accesorios en los mostradores, asegurándome de que estuvieran como debían estar; en buenas condiciones, con su precio indicado y bien ordenado. Puedo ser floja, pero no quiero perder mi trabajo. Ahora siendo tan difícil encontrarlo. Sonreí viendo que no tenía que acomodar nada. Tome provecho del tiempo y con la escoba, le eche una barrida al piso, así no tendría que hacerlo antes de irme. Bueno, sólo si no se ensuciaba mucho luego... En ese momento, escuché que alguien tocó la puerta. Me apresuré a confirmarlo, y con los ojos entrecerrados reconocí la figura de Key. De nuevo me quedé congelada, no habían pasado ni cuarenta minutos desde que nos separamos. Coloqué la escoba en su lugar y presioné el interruptor, dejándolo entrar.

—¿Por qué le mentiste a tu tía? —Key puso encima del mostrador una bolsa con un frasco de sopa dentro—. Te vas a morir si dejas de comer.

—Como si fuera la primera vez... Simplemente me iba a saltar una comida, no es la gran cosa —dije—. Además, ¿cómo sabes que le mentí a mi tía? Se supone que ya no eres una cosa que observa lo que vivo desde el más allá.

Una segunda oportunidad (¿Te quedarás esta noche?) | Keyber ver.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora