XIX
¡Ha llegado!
Naturalmente que se llamó al doctor Craven luego de la rabieta de Colin. Siempre se hacía y cada vez se encontraba con el niño acostado, temblando, malhumorado y con rastros de histeria. Al doctor no le agradaban estas visitas. En esta ocasión, al llegar preguntó a la señora Medlock cómo seguía su paciente.
—Bueno, señor —contestó el ama de llaves—, usted casi no lo va a creer, pero esa niña poco agraciada lo ha embrujado. Anoche como una fiera le ordenó que se callara, y lo consiguió.
La escena que vio el doctor lo dejó abismado. Los niños conversaban y reían mirando uno de los libros sobre jardinería. Al ver al doctor, Mary se quedó quieta y Colin lo miró preocupado.
—Siento saber que estuviste enfermo anoche —dijo el doctor nerviosamente.
—Estoy mejor, gracias —contestó Colin hablando como un raja—. En uno o dos días saldré en mi silla al jardín. Quiero tomar aire fresco.
El doctor lo observó y le tomó el pulso mirándolo con curiosidad.
—Si sales, tiene que haber sol; además, hay que tomar precauciones para que no te canses.
—El aire fresco no me cansará —contestó el niño, con sus ademanes de joven raja—. Ahora me gustará porque saldré con mi prima y no llevaré a la enfermera —agregó en tono de magnificencia—, y un niño que tiene fuerza y empujará mi silla.
El doctor se sintió alarmado. Si este niño histérico se mejoraba, él perdería todas las posibilidades de heredar Misselthwaite Manor. Pero aun cuando era un hombre débil, tenía escrúpulos y no permitiría que su paciente corriera ningún peligro.
—Necesito saber quién te acompañará —dijo.
—Dickon —contestó Mary. Ella pensaba que todos lo conocían y, en efecto, así era porque al oír su nombre el doctor sonrió aliviado.
—Con Dickon estará a salvo, tiene más fuerza que los mampatos del páramo.
Ese día era la primera vez que, luego de una rabieta, la visita del doctor fue corta. No dio medicinas ni órdenes. Cuando bajó para encontrarse con la señora Medlock iba verdaderamente perplejo.
—Es inaudito, pero no se puede negar que se ve mejor que antes —dijo el doctor.
—Creo que la madre de Martha tiene razón. Ella dice que los niños necesitan de los niños —dijo el ama de llaves.
Esa noche Colin durmió sin despertar ninguna vez y, a la mañana siguiente, al abrir los ojos sonrió sin saber por qué. Era maravilloso estar despierto. Su mente estaba llena de planes y se sentía feliz de tener algo en qué pensar.
Al poco rato, oyó correr a Mary por el pasillo; la niña traía consigo una ráfaga de aire fresco, unido a la fragancia mañanera. Había estado corriendo afuera; su pelo estaba suelto y el aire había enrojecido sus mejillas.
—¡Está precioso! —dijo casi sin aliento—. Jamás lo he visto así. ¡Ha llegado la primavera! Creí que había venido días atrás, pero era sólo un anuncio. ¡Hoy está aquí!
—¡De veras llegó! —gritó Colin aunque sin saber realmente en qué consistía—. Abre la ventana —añadió, sentándose en la cama y riendo de felicidad. Luego, lleno de imaginación, exclamó—: ¡Quizás escuchemos trompetas doradas!
Mary abrió la ventana de par en par y, junto con entrar la fresca fragancia del aire, se oyó el múltiple canto de los pájaros.
—Ahora respira a grandes bocanadas: eso es lo que hace Dickon en el páramo. El llena de aire sus venas y por eso se siente fuerte y cree que vivirá para siempre.
—¡Para siempre! ¿De veras que él siente eso? —dijo Colin, mientras respiraba profundamente una y otra vez hasta sentir que algo nuevo y maravilloso le estaba sucediendo.
Mary le explicó que las plantas apiñadas trataban de brotar a la superficie y las flores empezaban a abrir. Había brotes por todas partes y un velo verde cubría casi por completo la pared gris. Los pájaros apresurados terminaban de fabricar sus nidos, mientras otros peleaban por encontrar un lugar en el jardín secreto. Dickon llevaba a diario a sus pequeños animales y ahora había agregado un corderito recién nacido que había encontrado al lado de su mamá muerta. Lo llevó a su casa envuelto en su chaqueta y, junto al fuego, lo alimentó con leche tibia. Esa mañana, en el jardín, lo había depositado en la falda de Mary. ¡Un corderito que parecía un bebé!
A medida que ella describía todo esto, Colin la escuchaba respirando profundamente el aire puro que entraba por la ventana abierta. Así los encontró la enfermera. Muy sorprendida, preguntó:
—¿Está seguro de que no tiene frío, señorito Colin? —dijo.
—No —contestó—, estoy tomando aire para robustecerme. Hoy desayunaré en el sofá con mi prima. Además quiero decirle que un niño vendrá a verme con sus animalitos. Los quiero aquí, dígale a Martha que los acompañe. El es su hermano y es un encantador de animales.
Comieron con gran apetito y no esperaron mucho hasta escuchar un graznido dentro de la casa.
—Ese es Soot —dijo Mary—. ¿Escuchas un balido?
—Sí —dijo Colin enrojeciendo de excitación.
—Es el corderito recién nacido. ¡Ya vienen!
Las botas de Dickon eran gruesas y pesadas y, a pesar de que trató de caminar sin hacer mucho ruido, sus fuertes pisadas retumbaron en el corredor.
—Si lo permite el señor —anunció Martha abriendo la puerta—, aquí está mi hermano con sus animalitos.
Dickon entró con su mejor sonrisa. Llevaba al corderito entre sus brazos mientras el pequeño zorro trotaba a su lado. Nut se había sentado en su hombro izquierdo y Soot en el derecho. La cabeza de Shell se asomaba por el bolsillo de su abrigo.
Colin los miró fijamente con admiración y encanto. La verdad era que aun cuando le habían descrito a Dickon, no se lo había podido imaginar. Colin jamás había hablado a otro niño y en este momento, abrumado de felicidad y curiosidad, se quedó mudo.
Dickon, en cambio, no se sentía avergonzado ni incómodo. Caminó hasta el sofá y despacio colocó al corderito en la falda de Colin. Inmediatamente la criaturita empezó a acurrucarse entre los pliegues de la bata del niño y a golpear con su cabeza. Colin no pudo dejar de preguntar qué era lo que quería.
—Quiere a su mamá —dijo Dickon sonriendo—. Le traje la botella de leche porque sabía que tendría hambre. Le gustará ver cómo se alimenta.
Terminada la leche el animalito se durmió y Dickon le contó a Colin cómo lo había encontrado. Estaba escuchando una alondra que volaba cada vez más alto, cuando oyó un sonido diferente y supo que era un corderito hambriento. Lo buscó por largo rato hasta que por fin vio un bulto blanco cerca de una roca. Al trepar, lo encontró medio muerto de frío.
Mientras conversaban, Soot volaba solemnemente saliendo y entrando por la ventana, a la vez que graznaba observaciones sobre el paisaje. También Nut y Shell excursionaban entre los grandes árboles del exterior. Captain, en cambio, se había acurrucado cerca de Dickon, junto a la chimenea.
Miraron los dibujos de los libros de jardinería y Dickon, que conocía los nombres de las flores, les mostró las que en ese momento crecían en el jardín.
—¡Las tengo que ver! —gritó Colin—. ¡Las veré!
—Sí —dijo Mary muy seria—, y no debes tardar.