XXV
La cortina
Incluso en días lluviosos, Mary y Colin encontraban algo en que entretenerse. Una mañana en que llovía torrencialmente, Colin se sintió inquieto. Ese día se vería obligado a quedarse sentado en el sofá, porque si caminaba podría ser descubierto. En esto Mary tuvo una inspiración.
—Colin —le dijo misteriosamente—, ¿sabes cuántas habitaciones hay en esta casa?
—Supongo que mil —respondió.
—Hay cerca de cien y en la mayoría no entra nadie —dijo Mary—. Un día de lluvia me introduje en varias y no me descubrieron, aunque estuve a punto de que la señora Medlock lo hiciera al detenerme en el corredor al escuchar tu llanto.
Cien piezas misteriosas parecían tan fascinantes como un jardín secreto.
—¿Qué te parece si las recorremos en mi silla de ruedas? No sabrán en dónde estamos.
—Esa era mi intención —dijo Mary—. Hay galerías en las que puedes correr y hacer tus ejercicios. Existe una sala hindú con elefantes de marfil y una cantidad de habitaciones fantásticas.
Dieron orden a la enfermera de llamar a un criado para que transportara al niño en su silla hasta la galería de retratos, a la que se llegaba por unas escalas. Luego lo despidieron y continuaron solos.
Esa mañana olvidaron los problemas de un día lluvioso. Estaban encantados y en cuanto el criado desapareció de la vista, Colin abandonó la silla. Corrieron, hicieron ejercicios, miraron retratos y encontraron el de la niñita con el loro en la mano.
—Estos deben ser mis antepasados —dijo Colin—. Y probablemente la niña del loro es mi tía bisabuela. Se parece a lo que eras cuando recién te conocí; ahora, en cambio, eres mejor que ella.
Jugaron con los elefantes y encontraron el cojín en donde el ratón había hecho su nido. Los ratoncitos habían crecido y abandonado el lugar. Descubrieron muchas cosas más que cuando Mary visitó el lugar por primera vez, algunas de las cuales no sabían para qué servían. Fue una mañana muy entretenida vagando por una casa en que, a pesar de estar habitada, no se sentía a sus moradores.
Ese día al volver para el almuerzo tenían tanto apetito que no pudieron dejar de comer. Al advertir los platos vacíos, la cocinera exclamó:
—Esta casa es misteriosa, pero aun más misteriosos son estos niños.
Esa tarde Mary notó algo nuevo en la pieza de Colin. Sin decir nada miró fijamente hacia el cuadro que colgaba de la chimenea. La cortina estaba corrida.
—Ya sé lo que me quieres decir —le dijo Colin—. Te estás preguntando por qué las cortinas están corridas. De ahora en adelante quedarán así. Ahora no me molesta que mi mamá ría. Dos noches atrás desperté con la luz de la luna. Estaba tan brillante que me levanté a mirar por la ventana. Como el resplandor caía sobre la cortina, tiré el cordón y mi mamá me miró como si estuviera encantada de verme frente a ella. Desde ahora en adelante quiero verla siempre reír. Creo que ella es una persona mágica.
—En este momento te pareces tanto a ella, que pienso si no serás su fantasma convertido en muchacho.
La idea pareció impresionar a Colin. Pensó un momento y luego contestó lentamente.
—Si yo fuera su fantasma, mi padre me querría.
—¿Quieres que él te quiera? —le preguntó Mary.
—Lo odiaba porque él no me tenía cariño. Pero si me quisiera, creo que le hablaría sobre la magia y le daría la alegría que le falta.