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En un momento estaba sentado en el borde del colchón con mis labios en los de una desconocida dormida; al siguiente, estaba otra vez desparramado en el piso y algo blando se estampaba con fuerza en mi cara. Una almohada. Y mierda, dolió. Al que les diga "qué te va a hacer una almohada", golpéenlo fuerte con una, van a ver cómo se calla.

Apoyé el arma en mi costado y comencé a incorporarme, pero terminé caído de nuevo cuando otro proyectil se estampó en mi nariz.

—¡Aaaauuu!

Me levanté y en esa oportunidad mantuve la almohada en mi mano, resultó muy útil como escudo ante el tercer golpe. Zafé. Miré a mi atacante; quien la viera en ese momento, rebuscando entre las sábanas algo más que tirarme, no hubiera podido creer que hacía apenas un minuto estaba en el séptimo sueño, babeando. Decidido a proteger mi integridad antes de que encontrara algo que arrojar (y decidiera buscar alguna otra parte de mi cuerpo que doliera más aún que la cara), me fui sobre ella y le sostuve las manos. De inmediato, empezó a gritar. Y tenía mucho oxígeno para alguien que acababa de despertarse.

Me las arreglé para taparle la boca con una de mis manos e inmovilizar sus brazos para tratar de que me escuchara.

—¡¿Qué te pasa?! ¡¿Estás loca?! Estoy tratando de ayudarte.

Lamenté mucho no haberle hecho caso a mis amigos con la sugerencia del gimnasio cuando un pie se incrustó en el costado de mi torso, desestabilizándome lo suficiente para que ella se escapara de mi control y con una nueva patada me tirara de la cama. Otra vez al piso.

—¿Ayudarme? ¡Estabas propasándote!

—Yo no...

—¿No estabas, acaso, besándome?

—No es lo que parece, solo quería despertarte.

—¿Y es que crees que ese es un modo adecuado de despertar a alguien?

Sin darme tiempo a responderle, saltó de la cama de forma repentina y aterrizó en el suelo. Antes de que pudiera dar dos pasos, las rodillas le fallaron y se desplomó boca abajo. Fui rápido hacia donde estaba para tratar de levantarla, pero consiguió hacerlo por sí sola, y aunque sus piernas se veían algo temblorosas, eso no le impidió producir un cierto ritmo bamboleante con sus piernas y empezar a morderse los labios, mientras miraba con desesperación a un lado y al otro.

—¿Estás bien? —pregunté, acercándome, aunque solo un poco, por si decidía seguir con los golpes.

—N-no sé dónde estoy, no reconozco este lugar. Y necesito...

—¿Qué?

—Em... ¿sabes dónde está el wc?

—¿El qué?

—¡El water-closet!

Me quedé mirándola sin comprender de qué hablaba, en tanto ella seguía dando saltitos, hasta que decidió ignorarme y se apresuró hasta la puerta. Pero apenas se asomó, regresó con la frente fruncida y mordiéndose el labio inferior.

—No sé dónde estoy —me dijo, desolada. Luego comenzó a pasearse por la habitación, buscando algo.

Se estaba poniendo cada vez más frenética, hasta que finalmente decidió desistir y salió corriendo. Desconcertado, la seguí por el pasillo y descubrí que no solo se movía con rapidez, sino que iba abriendo puertas a su paso. Se detuvo en otro dormitorio, donde comenzó a revolver todo hasta que dio con un recipiente que parecía un jarro ancho y se lo llevó detrás de un biombo que había en un costado de la habitación.

Entré al cuarto sin saber muy bien a qué me enfrentaba. Un momento después, oí el repiqueteo del cayendo sobre la cerámica. Pronto, ese sonido fue reemplazado por el del agua golpeando contra una superficie líquida, acompañado de tal suspiro satisfecho que comprendí su desesperación.

—¿Te estabas pillando?

Por toda respuesta recibí un alarido que sonó similar a un "vete" —sí que hablaba raro esta chica—, y temeroso de qué podría ser lo siguiente que volara hacia mí, decidí esperarla afuera.

Despertate, RositaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora