Epílogo

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¿Cómo que no me creen? ¿Qué decís vos, el de los ojos chuecos? ¡No me estoy inventando nada! Esto pasó de verdad, que no haya salido en los diarios no quiere decir que no sea como se los cuento

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¿Cómo que no me creen? ¿Qué decís vos, el de los ojos chuecos? ¡No me estoy inventando nada! Esto pasó de verdad, que no haya salido en los diarios no quiere decir que no sea como se los cuento. Es más, podría haber exagerado las cosas y no lo hice. Podría haberles dicho que yo soy un príncipe azul, ¿no? O que sí había ido al gimnasio. O que estoy buenísimo y Rosa había caído rendida en mis brazos en cuanto se despertó. Pero preferí decirles la verdad. Además, lo otro no me lo hubieran creído.

¿Cómo? ¿Que qué pasó después? Rosa y su familia se quedaron un tiempo en el pueblo. Su padre pensó que irse de una a Buenos Aires sería un cambio demasiado brusco después de todo el tiempo que había pasado. Plata no les faltaba, aunque ya no valía lo mismo que en ese momento (esa fue una de las cosas difíciles de explicarles, todos los cambios de moneda que hubo en el medio).

Rosita tuvo que hacer la secundaria completa con profesores particulares y rindió de forma libre los exámenes, por suerte, es tan inteligente que no tuvo problemas. Y, bueno, después sí se fue a Buenos Aires a estudiar Historia. Digamos que había quedado un poco traumada con todo lo que se había perdido en ese siglo.

¿Y yo? Yo también estoy estudiando en Buenos Aires.

Y ya que seguro se lo preguntan, sí, seguimos en contacto, por decirlo así. Estamos de novios y ya casi casi logré que sea una habitante normal del siglo veintiuno. Si alguno se quiere hacer el loco al bailar con ella, entre los dos lo mandamos a volar. Lo único que no conseguí sacarle es la tendencia a golpearme con almohadas si la despierto. Pero eso se soluciona fácil, o la dejo que duerma o voy preparado con un casco.

Despertate, RositaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora