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Una vez que estuvo fuera de la habitación, parecía algo más tranquila. Aunque la palabra clave en todo esto sería "algo". Me miró como quien contempla a un bicho asqueroso y parecía que me estuviera midiendo con cada paso que daba.

Recién entonces, cuando ya no debía preocuparme por atajar lo que me tirara y que no estaba tapada por una manta, me di cuenta de lo rara que era la ropa que estaba usando. Llevaba un vestido que abajo parecía una campana y que por poco no le llegaba a los tobillos. Bueno, sí, sé que exagero, no era tan poco, pero para lo cortas que son algunas de las polleras que se usan, la de ella parecía de monja.

—¿Sabes dónde está mi familia? —Negué con la cabeza y ella frunció el ceño. Pasó de largo el lugar donde me encontraba y avanzó por el pasillo, mirando todo con extrañeza. La seguí escaleras abajo, siempre manteniendo una distancia prudencial, y descubrí que no le había prestado suficiente atención al resto de la casa en mi intento de evitar los posibles bichos.

Lo que me habían parecido muebles tapados por una sábana eran, en realidad, varias personas. La chica se detuvo con un grito, acusándome de haberlos matado. Antes de que quisiera volver a golpearme, me apuré a asegurarle que todo estaba así cuando entré y que no había sangre, por lo que difícilmente pudieran estar muertos. Además, las posiciones en que se encontraban eran un tanto extrañas.

Había una mujer en un sofá vestida de manera similar a la chica, que tenía la pierna derecha cruzada sobre la izquierda y en sus manos todavía sostenía la aguja con la que probablemente había estado trabajando en un vestido, que descansaba en el suelo, cubierto de polvo. En el sillón que estaba frente a ella, un hombre con un traje que parecía sacado de la lámina de un libro de historia tenía una pipa en la boca y un diario desplegado sobre el regazo. A sus pies yacía desmayado un cachorro, moviendo las patas de manera espasmódica.

—Che, ese perro parece que estuviera soñando. ¿Puede ser que ellos también estén dormidos?

—¿Dormidos? Es imposible —rechazó, y se les acercó—. ¿Madre? ¿Padre? —Tocó a la mujer, quien no reaccionó a pesar de sus esfuerzos; lo mismo sucedió con el hombre.

La dejé seguir intentando y comencé a pasearme por el lugar. Todos los muebles necesitaban una buena limpieza lo más pronto posible. Cometí el error de pasar un dedo por una mesa y sufrí tal ataque de estornudos que mis anteojos volaron hacia una de las sillas. Lamentándome por la mugre que tendrían, fui a buscarlos. Pero cuando alcé la cabeza después de limpiarlos y volver a ponérmelos, encontré una nota. Me cubrí la mano con la manga y procuré limpiarla un poco antes de mirarla por arriba. De inmediato, miré hacia donde se encontraba la chica. La vi junto al perro, acariciándolo con insistencia.

—Jacques, reacciona pequeño.

—Dejá a Jack y vení un toque, necesito que veas algo.

—Es Jacques, no Jack —me respondió, con las cejas alzadas y la nariz fruncida.

—Da igual. Vení.

—Sí que hablas raro —dijo mientras se me acercaba.

—Sí, bueno, lo tuyo no es normal tampoco, señorita Pretenciosa.

Antes de que pudiera responderme, le puse la nota en frente de los ojos y esperé por su reacción, la cual no tardó en llegar.

—¿Qué? Esto es ridículo. ¿Cómo que dormidos?

—Eso es lo que trataba de explicarte antes. Vine hasta acá porque me encontré esto. —Saqué la libreta de mi bolsillo y se la mostré—. La leí y cuenta una historia bastante rara sobre una chica dormida en esta casa. Y esa nota parece coincidir con la historia, solo que agrega otra parte.

—Es ridículo. No es posi... —Su queja se interrumpió en el momento exacto en que sus ojos se cerraron y empezó a caerse al piso. Por suerte tuve reflejos rápidos. Por desgracia, como ya dije, la fuerza no es lo mío, así que, aunque la atrapé a tiempo, caímos los dos encima del polvo acumulado. Aunque creo que voy a respetar más a la mugre después de que aplacó nuestra caída. Unos segundos más tarde, abrió los ojos y me miró.

—¿Qué pasó?

—Te dormiste —respondí, medio ahogado. Ella se giró un poco para ponerse de pie, al hacerlo se apoyó en mí y me dejó sin aire. Cuando por fin se levantó, se me escapó un suspiro de alivio. Me miró con los ojos entrecerrados—. Fue solamente un ratito, pero te dormiste. ¿Ahora sí pensás que puede ser posible?

Negó con la cabeza pero no dijo más nada, solamente se quedó mirando la carta en tanto que yo revisaba la libreta. Hasta que encontré algo que me llamó la atención.

—Che, acá hay algo —me miró—. Parece que estas anotaciones son de la nieta de la que durmió a tu familia. No solo cuenta la historia, incluso esta parte que nos faltaba, sino que dice que, con el paso del tiempo, su abuela no estaba segura de lo que había hecho y creía que podía haberse equivocado con el hechizo.

—¿Y por qué no lo ha arreglado?

Me encogí de hombros y ambos nos quedamos en silencio un rato.

—Entonces tú me ayudarás.

—¿A qué?

—A encontrar a esa muchacha para que me ayude a despertar a mi familia.

Despertate, RositaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora