Engagement

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Mi corazón latía agitado en un frenesí de emoción y adrenalina, aquella palabra derrumbo mi mundo por completo.

«Compromiso»

Eso escuche de los pérfidos labios de mis progenitores, pero dios... ¿cómo iba a poder casarme cuando mi corazón le pertenecía ya a alguien especial? Y era cierto Yūgi, tú eras aquel que ocupaba mis pensamientos, aquella fría noche escape corriendo de casa y a causa de lo mismo mi respiración era notablemente agitada y tanto mis piernas como mi pecho, como cada jadeo que salía de mis labios, como aquel calor instalado en mis mejillas, ardía, todo ardía, ardía respirar, cada bocanada de oxígeno ingresando en mis pulmones me quemaba y de forma inconsciente mis pies me llevaron al parque en el que conocí a aquel bello portador de ojos amatistas, caí rendido sobre el pasto riendo de una forma un tanto estruendosa, viendo como incluso los transeúntes aquella gente de alta sociedad me veía extrañada ante aquel comportamiento completamente impropio de un caballero.

—¿Yami? ¿qué haces aquí? —tu voz, oh, tu dulce y angelical voz.

—Yūgi... Me han comprometido.

Aquellas palabras salieron de forma entrecortada de mis labios, deslizándose con notable amargura desde el fondo de mi garganta cuando lo noté, aquellas saladas gotas se abrían paso a lo largo de mi cara, cayendo delicadamente desde mis ojos, Yūgi abrió sus dos orbes impactado, sus ojos amatistas mostraban preocupación, recordé en el peor momento que hace tiempo leí que las personas de ojos violáceos sufren el conocido ‹sindrome de Alejandría› o algo así que les da ese color tan particular a sus ojos, Alejandría la hermosa y radiante Alejandría, nombrada así por Alejandro Magno quien la conquisto y le nombró para dejarla, jamás volvió a pisarla y en cambio nombró otras cincuenta ciudades de la misma forma, sentía los brazos de mi hikari, mi luz abrazándome de forma delicada, antes sólo tuve el placer de sentir las yemas de sus dedos, pero ahora sentía sus cálidos brazos rodearme y sentí por un momento cesar aquellas saladas gotas que caían de mis ojos, no lo podía soportar, no más, me levanté, tomé aquella muñeca blanquecina y jale a mi amado hasta un lugar con menos gente.

—Yami... ¿qué sucede?

Comencé a pensar ¿será bueno responderle? Vi su delgada y rosada boca y no lo soporte, nuevamente en un impulso choque mis labios contra los suyos y los moví levemente, me separé viendo a mi desconcertado acompañante, genial ahora jodí nuestra amistad. Recordé otra vez a Alejandro quien conquisto una linda ciudad, la llamo Alejandría y la dejo para no volver, haciendo que la misma floreciera de forma esplendorosa, si lo analizaba se parecía a mi situación y aquellas bellas joyas amatistas que me miraban, besé aquellos labios, aunque ello significará no volver a tocarlo o siquiera verle, la diferencia era que yo no lo hago porque quiera.

—Yo... lo si-siento —me di la vuelta en un banal intento de huida.

Mi huida fue fallida sentí como algo tiraba de mi saco y voltee esperando encontrarme con que me atore con alguna cosa estúpida que me impedía continuar, pero Yūgi era quien me detenía con un notable sonrojo y cabizbajo, se acerco a mi y volvió a unir nuestras bocas en un beso, un dulce y casto beso para saborear aquel hermoso y cálido sentimiento.

—No im-importa, que este-tes comprome-metido.

Aquellos dulces y temblorosa labios, oh dios perdone mis pecados, pero simplemente he caído en la tentación misma, aquella piel sabor a chocolate que me invitaba a probarle, su alma de manzana que me tentaba haciéndome estremecer, tengo que hacer algo o será demasiado tarde. Lo besé de nuevo, pero ahora mancillé aquel inmaculado beso que me ofrecía, lo mancillé con las terribles gotas de mi deseo, aquel que mancho su boca con mi saliva y la allanó con mi lengua, aquel libido que saboreó su dulzura sumergiéndome en el auténtico paraíso, aún siendo indigno de alcanzarle.

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