Capítulo 3

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Los Ángeles no era sólo una ciudad, si no más bien una jungla de asfalto en la que únicamente el más fuerte, el más apto, el más agresivo, podría sobrevivir.

En los dos meses que llevaba viviendo en la ciudad de la Costa Oeste, Rung ya había aprendido cuál era el verdadero propósito de una ciudad tan civilizada pero extrañamente salvaje como aquella. El pobre incauto se había embarcado en una búsqueda personal, en un encuentro con los mismísimos ángeles para su crecimiento y purificación... Pero entonces, ya era demasiado tarde para darse cuenta de la verdad: los ángeles se le estaban tragando. Su amigo Ratchet tenía razón: Había algo sucio, manchado y corrupto en ese asfalto de ciudad kilométrica. Era como un glamour casposo y pasado de la tuerca, pero que aún así el mundo entero deseaba para sí. Aún así, el inglés recordó al gran y célebre poeta griego Cavafis, cuyo poema La Ciudad reflejaba que no era la ciudad la que suponía un problema, si no los juicios internos de uno mismo reflejados hacia el exterior. Se dio cuenta que, fuese donde fuese, esa sensación angustiosa iba a acompañarle tanto en su cuna de origen como miles de kilómetros más allá.

Surgían estos pensamientos mientras el taxi donde se hallaba rodaba lentamente por el asfixiante asfalto que amenazaba con quemar las ruedas. Tuvieron tan mala suerte de encontrarse con un interminable atasco que los había aprisionado entre humo y pitidos de claxon durante más de media hora. La mañana de verano de ese día estaba resultando demasiado calurosa para Rung, que tuvo que abanicarse con la mano para no desfallecer.

-¿Falta mucho? - el pelirrojo preguntó con un hilo de voz, muy desesperanzado cuando vió que la hilera de coches delante de ellos no parecía menguar.

El taxista, un hindú bajito y regordete, movió los hombros y luego seguido presionó el claxon, rechistando en su lengua materna.

-¡Mi no saber! Mullholand Drive no estar lejos, ¡pero atasco joder todo! - el hindú sentenció con su marcado acento y suspiró, encendiendo la radio y mirando derreojo a su copiloto, que parecía más nervioso y acalorado que nunca. -¿No gusta atasco y coches, eh? -

Rung giró el rostro pecoso y negó con la cabeza. El hindú notó a la legua que aquel chico que llevaba en su taxi no era un hombre de grandes ciudades, pero prefirió no hacer comentarios al respecto.

-Me produce una angustiante e interminable sensación de claustrofobia - contestó el inglés, colocándose la pajarita algo torcida, que ese día era de un color amarillo claro, como su chaleco.

-Entonses si parecer bien, tomaremos un atajo. Así, cabeza de fuego no tener que soportar pitidos de claxones- el taxista dijo con algo de gracia, y se dispuso a girar hacia una callejuela de mala muerte (no sin algo de dificultad) para después desaparecer del atasco que parecía no querer finalizar.

Rung ni se inmutó con el nuevo sobrenombre que el taxista le había dando, pues estaba ya más que acostumbrado a que la gente le pusiese motes absurdos debido a su físico tan peculiar. No os voy a engañar si digo que nuestro protagonista temió exageradamente por su vida en aquellos instantes, pues el taxista hindú conducía por unos lugares realmente estrechos y extraños, además a velocidades realmente inadecuadas. El inglés pensó que por esa clase de cosas, nunca iba a ser capaz de sacarse la licencia de coche en su vida. Lo suyo indudablemente era pasear tranquilamente con la bicicleta por los suaves y amorosos paisajes del Hyden Park.

El temor desapareció pronto cuando por fin, se vieron libres de la sombra de los altos rascacielos de la ciudad. Ahora iban efectivamente por la autopista del Norte, y Rung pudo observar como se alejaban de ella para entrar en una zona montañosa y muy bella que procuraba unas vistas espléndidamente panorámicas de Los Ángeles, aunque la ciudad se viese tristemente empañada de un humo de contaminación en aquellas horas de la mañana. Primero, el taxi se tambaleó al ritmo de la música hindú por los bosques interminables de robles y centenos, hasta que al cabo de unos pocos minutos llegaron a lo que parecía ser una zona residencial de la carretera de Mullholand Drive. El taxista murmuró la dirección en la que su copiloto debía destinarse y entonces, dió un frenazo inesperado que casi le cuesta las gafas a Rung.

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⏰ Última actualización: Mar 17, 2014 ⏰

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Un gentleman en la jungla de asfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora