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Sam no recuerda haberse encontrado tan ansioso y preocupado cómo lo está ahora.

Tenía la impotencia de querer sacar un cigarillo de su paquete y encenderlo ahí mismo, pero sabía que le llamarían la atención las enfermeras. No le quedaba otra que sacudir su pierna con nerviosismo, apoyando sus brazos sobre sus rodillas y observando a la gente pasar por delante de sus ojos.

Se levantó de inmediato cuándo vio a su hermano Nathan y a Elena con un precioso bebé en sus brazos, la pequeña Cassie, finalmente su sobrina.
La pareja caminó hacia él y Sam asintió ante ellos con una pequeña sonrisa para asegurarlos de que no había problema alguno.

—¿Todo está bien? –Nathan preguntó.

—Eso creo. –contestó. —Le ha dado algunas contracciones en el coche camino a casa, menos mal que estábamos cerca del hospital. –resopló Sam algo aliviado.

—¿Cómo lo está llevando? –intervino Elena balanceando suavemente a la pequeña Cassie para mantenerla tranquila.

—Aún no he recibido información pero le están haciendo pruebas.

Sam se volvió a sentar en aquellos asientos  blancos de plástico y se pasó una mano por sus cabellos hacia atrás, volviendo a su método de antes de mover-la-pierna-porque-no-puede-fumar-en-un-hospital.
Su corazón latía a mil por hora mientras que en su estómago tenía una inmensa sacudida que le hacía estremecer los vellos de su cuerpo.
No paraba de repetirse a sí mismo que tal vez esa misma noche iba a ser oficialmente padre.

Era bastante cómico si se ponía a pensarlo.

Cuándo él tenía 17 años se hizo una promesa a sí mismo de que no quería formar una familia, porque le resultaba algo innecesario. Sólo quería vivir aventuras, junto a su hermano, pero y sobre todo, no seguir los pasos de su padre.

Recuerda cómo si fuera ayer el día que [__] apareció como un brillo en su vida. Fueron siete meses antes de que él entrara en la cárcel de Panamá con Nathan y Rafe. Desde entonces, ella ya no recibiría más noticias de él.

Pero todo en general era como una montaña rusa, había subidas y bajadas; subidas cómo lo que realmente sentía por la persona que actualmente era su mujer, en cómo sus ideas iban cambiando a medida que más tiempo pasaba con ella, en cómo aprovechó cada segundo para recobrar el tiempo perdido al haber estado encerrado quince años.
Bajadas cómo las peleas que solían tener, la distancia que hubo entre él y [__] cuando ella se enteró de su gran mentira sobre encontrar el tesoro de Henry Avery para la supuesta "deuda de comprar su libertad".

¿Pero de eso se trataba ser una pareja no?
No todo son maravillas, también había altibajos.

—¿Señor Drake?

Saliendo de sus pensamientos, se levantó de su asiento con la mirada clavada en la enfermera que se acercó a ellos.

—¿Ha pasado algo?, ¿mi mujer está bien?

—Está bien, no se preocupe, acabamos de hacerle varias pruebas, ha sido un alivio que hubieran llegado a tiempo.

—¿Llegado a tiempo?

—Así es. –sonrió la enfermera mirando los documentos que llevaba en la mano. —Su mujer está de parto en estos momentos.

Dicho esto, la mujer se retiró con una dulce sonrisa y Sam se quedó atónito ante la noticia. Estaba tan sorprendido y en estado de shock que no le quedaba otra forma que agarrarse al asiento para respirar entrecortadamente, nervioso. 

Ahora si que necesitaba un cigarrillo de verdad.

Fue como si una ola satisfacción y felicidad le golpease en la cara, haciéndole que regresara a la realidad a la que pertenecía.
Se sintió rodeado de una inmensa calidez y nadie sería capaz de quitarle aquella gran sonrisa que llevaba en su rostro.
Pasando una de sus manos por su cabello, miró hacia Nathan, aún con la incredulidad visible en él.

—Enhorabuena hermano, vas a ser un gran padre, lo presiento.

Padre.

Con sólo decirlo ya tenía ganas de ver a la pequeña criatura en brazos de su madre, de pasar noches contándole historias sobre piratas, de enseñarle cosas nuevas y de verla crecer.
Podía ver toda la vida que tenía por delante y pensaba en darle todo lo que él no tuvo cuándo era un crío.

—Nathan, ¡Nathan voy a ser padre! –agarró los hombros de su hermano sacudiéndole emocionado.

—Lo sé, lo sé. –rió. —Ahora entiendes cómo me sentía yo.

—Dios, es una de las mejores sensaciones hermanito. –sonrió.

  
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[__] sentía que el dolor poco a poco se desvanecía. Estaba tan agotada y cansada, que lo único que resonaba en su interior era el sonido de su corazón latir fuertemente, temiendo a que en cualquier momento saliera de su pecho.
Los médicos salían y entraban en su sala, casi perdía la cuenta de cuántos había, sólo lo hacía para mantenerse despierta, por mucho que le pesaran los párpados.

Pero fue entonces cuándo volvió a escuchar ese llanto.
Ese llanto que hacía despertar todos sus sentidos y el que escucharía sin un parar por un largo tiempo.

Fue capaz de levantar una de sus manos para apartar las lágrimas que se asomaban en su [c/o] ojos, mientras veía a la enfermera traer a su hija en brazos y envuelta en una amarillenta manta.
Hizo el último esfuerzo de extender sus brazos para cogerla y acercarla a su pecho, con una clara sonrisa feliz en sus rosados labios.

Mis dos hermosas chicas.

Sonrió en dirección a la voz de Sam, quien había entrado con el permiso de las enfermeras para poder ver a su querida mujer y su recién nacida y hermosa niña.
Podía notar el leve temblor en su voz, cómo si estuviera emocionado y a punto de llorar a la vez.

Se acercó para depositar un cuidadoso beso en la frente de [__]. Ella suspiró aliviada porque tenía a Sam a su lado y su hija en brazos, no podía pedir nada más.
Con un leve gesto, le indicó a su marido de que podía sujetar a la pequeña criatura en brazos.
La simple vista de verle cómo un verdadero padre y verle admirar cada rasgo de la recién nacida con una tímida sonrisa, hacía derretir a [__] en aquel preciso instante.

—¿Cómo crees... cómo crees que deberíamos llamarla cariño? –comentó [__] con fuerzas para hablar.

Sam sonrió en su dirección, desviando sus ojos en otra parte en el último segundo, indeciso de sus siguientes palabras.

—¿Por qué no optamos por llamarla... Avery?

—¿Avery, cómo el pirata? –rió la mujer suavemente. —No era mentira cuándo Nate me dijo que estabas obesionado con los piratas.

—Por favor amor... Prometo no más chistes sobre piratas. –arqueó una ceja intentando convencerla.

—Vale, vale... –rió de nuevo. —Avery entonces.

Avery Drake ya era una más de la familia y ambos padres no podían pedir nada más.
Estaban listos para comenzar la familia.

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