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Nat se encontraba mirando hacia el patio, cómo muchos niños corrían de un lado a otro riendo de algo divertido.

Suelta un suspiro, se levanta de su lugar y da media vuelta para volver a su habitación.

En el camino tropieza con un niño que estaba leyendo un libro.

Se levanta del suelo poniendo una mueca de dolor por la caída, mira al chico ya levantado y dedicándole una mirada tímida.

–Lo siento.–se disculpa el niño.

La niña lo mira fijamente causando que el chico se ponga colorado y nervioso.

Al final termina aceptando sus disculpas, iba a retomar el camino a su habitación cuando algo le llama la atención.

El libro que sujeta el niño es demasiado grueso y grande como para que un niño de su edad lo leyera, eso se pregunta la niña.

–¿Cómo puedes leer un libro tan grueso?

–Es interesante.–El niño responde con timidez, su rostro se vuelve colorado otra vez.

"Parece un tomate" piensa la niña, decide no decírselo porque lo pondría más nervioso.

La niña pregunta sobre otras cosas que le interesaron del niño

Sin darse cuenta, la noche cae. Habían pasado todo el día hablando que no se dieron cuenta de la hora que ya era.

Nat aprendió muchas cosas sobre el chico: se llama Dylan, tiene su edad y le gusta leer.

Fueron juntos a cenar y al terminar se despidieron para que cada quien volviera a su habitación.

Estaba metida bajo las sábanas de su cama, cuando reacciona a lo que acaba de pasar.

Ella dijo que no tendría amigos, que no hablaría con nadie.

Y sin darse cuenta, ya tenía uno.

Queridos padresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora