Tres.

327 52 5
                                    


Primero su camisa, luego esas medias hasta la rodilla que le hacían ver las piernas más largas. Era una mierda ser tan baja.

Deslizó la falda tableada por sus muslos desnudos, parecía que pronto no entraría en ella si seguía comiendo de ese modo. Y esos mofletes, Dios, parecían ser cada vez más grandes.

Soltó un gran suspiro, y se resignó a atar su corbata a rayas. Para ese momento su jersey ya estaba por entrar por sus delgados brazos.

Lunes. Otro lunes del que tacharía de su calendario.

Sus pasos se hicieron resonar por sus pisos de madera en cuanto se colocó las zapatillas de no menos de diez centímetros que usualmente calzaba para asistir al instituto.

No pudo evitar mirarse en el espejo al cruzar su habitación, en busca de algún cumplido que pudiera realizarse. ¿Cuánto peso había ganado en las últimas semanas?

¿Dos? ¿Tres? Quizás cinco o siete. Había perdido la cuenta. Fue entonces cuando lo pensó aún más, ¿Los números importan?

Ese pelo enmarañado y esas grandes ojeras llamaron su atención cuando subió la vista, estaba tan descuidada. No pudo evitar recorrer su mano esquelética por toda su rubia cabellera. Toda ella era un desastre. Quizás debería empezar por ordenar su vida y su cabello un poco también.

No pudo evitar teñir sus labios de un tono escarlata y bajó cada escalón que su escalera le presentaba, debía apresurarse si no quería llegar tarde esta vez. No quería ser regañada por algo tan insignificante como eso. No quería esa fama.

Las luces seguían apagadas a esa hora de la mañana, a pesar de lo oscuro que el cielo se notaba. Mamá no estaba en casa, no había llegado esa noche, y era demasiado temprano como para que regresara. Probablemente estaría intentando colarse en los bóxers de algún hombre de dinero.

Realmente no le importaba.

Se colgó su bolso en el hombro y salió de casa sin probar bocado. No tenía tiempo para eso.

Pero, enserio, ¿cuantos kilos había ganado? No podía permitírselo.

Subió al bus en cuanto llegó a su parada y se sentó en los primeros asientos vacíos que encontró. Miró a la ventana, el cielo comenzaba a amanecer, y de algún modo seguía tan azulado como antes.

Joder. Otro día en ese lugar de mierda.
Ese lugar era una verdadera mierda. Gris y aburrido.

Quizá debería irse de ahí, desaparecer a media noche y escapar a un lugar distinto, con gente distinta y clima distinto, tal vez. Incluso nadie la buscaría, su padre estaba muy ocupado con su preñada y joven nueva esposa, y su madre quizá estaría mejor sin sus gastos del colegio ni de la universidad que planeaba ir.

Si, sonaba tan bien. Irse a un lugar nuevo, un lugar mejor, cualquier parte que no fuera ahí.

Pero....

Siempre había un pero. Y ese siempre sería Anna, ¿Que pensaría de ella después de eso? Le guardaría rencor, y no podría morir con ese peso encima.

Joder, ¿Que iba mal con ella? ¿Como había pensado en la minúscula posibilidad de irse? ¡Demonios, contrólate! No debería ser tan difícil.

Un suspiro pesado salió de sus labios en cuanto miró que había llegado a su destino, era hora.

Una sonrisa gigante apareció en su rostro, parecía haber rebobinado. Volver a ser la Elsa Arendelle de la que todo el mundo hablaba.

Una mierda total.

– Bien, Elsa, contrólate – Susurraba para sí misma, caminando para bajar del bus– Hola, Punzi. Hola, Astrid. No, no, más alegremente. Hey, ¿como están, chicas? No... ¡Bueno días!

– ¡Elsa!

– Mierda. Mierda. Mierda, vienen para acá –susurró una vez más, sonriendo aún más. Como si eso fuera posible– ¡Hey...! ¡Hola, chicas! ¿Qué tal su mañana?

– Un desastre –Respondió la pelidorada de la falda corta– Adivina quien se mudó a vivir con papá y yo..

– Tus hermanastros...

– ¡Exacto! Esos mocosos echaron a perder mi móvil, y los apuntes de historia que hiciste para mi quedaron en lo más profundo del inodoro –se quejó.

– ¿Y tú, Astrid? ¿Qué tal tu mañana?

– Ñah', como siempre –Respondió encogiéndose de hombros– ¡Por cierto, Punzie! Mañana son los exámenes de iniciación, ¿Que harás sin tus apuntes...?

Y para ese momento, la albina se encontraba una vez más perdida en pensamientos.

Puff, mira esa puta familia feliz, caminando con sus hijos para dejarlos al colegio en su estúpida camioneta a prueba de niños. Esposa embarazada y tus pequeños bebes rubios.

Pero la niña no se parece mucho a ti, ¿no es verdad? Crees que lo tienes todo de este mundo, ¿no? No tienes idea.

Imbéciles ignorantes...

– ¿Entonces, Els? –Su mente salió de las nubes, había estado tan pensativa durante el camino al colegio que se le dificultaba volver a tomar el hilo de la conversación.

– Ah, si, si.. Claro –Rapunzel casi gritó de la emoción en cuanto la oyó.

– ¿Enserio? ¡Gracias, gracias, gracias~! –La ojiazul la miró confundida.

No debió haber dicho nada.

– ¡No puedo creer que hayas aceptado ayudarme a estudiar!

Mierda.

LIAR. [Jelsa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora