La Muerte.

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Abrí los ojos en un lugar frío e inhóspito, totalmente sólo.
No puedo moverme, por lo cual me limitó a ver el techo por un momento sin saber en donde estoy ni mucho menos que debo hacer.

Mi cuerpo viejo y demacrado acaba de tener un nuevo amanecer, escucho gente reír afuera. -¡Ayuda!- grito.
Pero nadie se acerca.

Alguien viene durante la mañana, alguien por la tarde, alguien por la noche, me alimentan, me cuidan y me dicen que pronto saldré de ahí.

Poseo él raciocinio de una persona con años de conocimientos, puedo comunicarme de muy buena manera pero no recuerdo algún día en mi vida haber tocado un libro, no tengo idea que soy o que hago aquí.

Una chica lloraba en mi habitación, con sonidos de guitarra parece que su más cruel placebo fuese que la música despedazara en trozos más pequeños su débil corazón cansado de llorar, sus ojos cubiertos de delicadas lágrimas podrían quebrar el corazón más fuerte, su llanto era tan amargo que ni las palabras más detalladas podrían definir ni en poca medida el sentimiento de incapacidad al verme postrado sin poder ayudarla.

Peor dolor que la tristeza, resulta no poder curarla, la cruel vida clava sus dagas en tus entrañas y las mueve a su antojo en una risa tan malévola. No puedo aconsejar a esa chica cuando yo no se sobre la vida, puedes sentir sus penas pero jamás entender su dolor ni mucho menos curarlo, puedes tratar de ayudarla y sin embargo, no poder hacer nada.

En este hospital veo gente morir todos los días, yo cada día me siento mucho mejor.
Las delgadas cortinas dejan entrever un paisaje gris con lluvia, el frío golpea mis pies y las lágrimas se deslizan por mis ojos.
No se a donde debo ir ahora, no siento como pasan los días. Desde que desperté no se cuanto tiempo llevó aquí pero tras cada amanecer y anochecer presiento que ha sido mucho.

El RetrocesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora