Esta es la misión

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¡Domingo de actualización! Espero les guste ❤

NOTA AL FINAL DEL CAPÍTULO.

La mejor forma de averiguar si puedes confiar en alguien es confiar en él.

Ernest Hemingway

El vuelo fue eterno. Melina agradeció en el alma cuando el piloto anunció por los altavoces que estaban próximos a aterrizar. 

-Vaya, y yo que pensaba que el lujo pondría a cualquier mujer de buen humor.-Murmuró Leonardo. Tenía los ojos cerrados, audífonos puestos y todo el asiento recostado. Él definitivamente estaba disfrutando la primera clase.

-Podría, sino estuviesemos a punto de caer contra el concreto.-Respondió ella mordaz.

Ahora eso atrajó su atención. Leonardo se incorporó y echó un vistazo por la ventanilla redonda.

-No hay gritos, ni fuego y sigo viendo las nubes.-Dijo él pensativo.- ¿Tienes miedo a volar?

-Claro que no.- Respondió ella rapidamente. Él la miró.- El aterrizaje es lo que me pone nerviosa.-Admitió a regañadientes.

-Tranquila, de todas formas si nos estrellamos no hay nada que puedas hacer. Mejor morir tranquilos.

-Realmente no ayudas.-Se quejó cubriendose los ojos con un brazo. Sudor frío empezaba a perlarle la frente y estaba segura que se veía horrible.

¿Por qué de todas las personas él tenía que ser el que presenciara su momento de histerismo?
No había hecho un gran alboroto de ello cuando le dijeron que tenía que volar, se había confiado a que estaría rodeada por extraños que no prestarían un minuto de su atención a la loca retorciendose. Además, los asientos eran grandes y estaban lo suficientemente separados entre si como para que eso le permitiera tener algo de privacidad. A excepción del acompañante, que se suponía, estuviera vacío.

-¿Quieres que tome tu mano?- Ofreció él. Melina lo miró de reojo, pero no pudo determinar la expresión de él. Insegura de si se estaba burlando de ella, que era lo más probable, bufó.

Escucho como Leonardo hablaba en voz baja con la azafata, que había estado demasiado amable desde que empezó el vuelo. Minutos después algo frío toco sus labios haciéndola sobresaltarse por la inesperada sensación. Miró hacia abajo para encontrar un pequeño vaso de vidrio, con dos dedos de un liquido que olía fuerte y tres cubos de hielo.

-Bebelo.-Ordenó él. Cuando ella no lo tomó de inmediato, alzó una ceja.-Tienes de dos, o lo bebes por tu cuenta como una obediente niña, o abriré tu boca y lo haré que lo tragues. 

-¿Qué?- Estalló ella.- No puedes malditamente hacer eso.- Él la observó con sus ojos de retame, lo que provocó un escalofrío en ella. Miró sus gruesos brazos y supuso que si de verdad se lo proponía, lo haría.-Te arrancare un dedo.-Advirtió ella. Cuando él continuó imperturbable, ella suspiró y de un trago se bebió el contenido, teniendo cuidado con los hielos. Su garganta ardió e ignoro su mirada presumida. No necesitaba manchar su traje nuevo con sangre.

Finalmente terminó reconociendo que la técnica había funcionado aunque fuese en algo. Su cuerpo estaba más relajado, pero aún así tuvo que cerrar los ojos. Un trago no era suficiente para calmarla totalmente, y dado que aterrizando tenían que ir al edificio de seguridad federal, un segundo trago no era una opción. Cuando la azafata salió para revisar que todos tuvieran puestos sus cinturones de seguridad, empezó a respirar un poco más aprisa.

Todo esta bien. Se dijo. Clavó sus uñas en el asiento acolchado y esperó. Pero entonces, algo que definitivamente no había visto venir, ocurrió. 

Entre balas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora