Mi hermana Maureen desapareció a las 11:55 de la mañana del jueves 4 de mayo, hace tres años y siete meses.
Era un jueves como cualquier otro, un jueves normal de otoño. El color dorado se difuminaba sobre las colinas tibias y frías sombras bajo los árboles. Las cigarras habían dejado de cantar hacía semanas.
Reenie, como le decíamos a mi hermana Maureen, no hubiera notado el sol en la hierba o las sombras. A ella no le interesaban ese tipo de cosas.
No había nada en ese día que fuera diferente. Nadie se despertó esa mañana con un escalofrío de terror bajándole por los brazos. Ni había un aquelarre de urracas en los cables de la luz conjurando un desastre.
Eso es lo aterrador de días como ese jueves. Los desastres pueden lloverle a uno desde un cielo perfectamente despejado.
A las 11:10 en esa mañana de jueves el teléfono sonó en el apartamento de encima de la ferretería, donde Reenie vivía con dos amigas.
Reenie había hecho la secundaria con una de ellas, Myra, en el mismo colegio al cual yo voy ahora. Pero yo tomo el bus todos los días desde la granja (el viaje toma cuarenta minutos) mientras que durante la mayor parte de la secundaria, Reenie volvió con Mamá en el pueblo.
La otra niña con la que compartían el apartamento, Elaine, acababa de llegar al pueblo. Elaine trabajaba en el banco, pero la semana en que Reenie desapareció, se había tomado diez días libres para ir a la boda de su hermana en su ciudad, Sydney.
Según Myra, quien estaba en cama con gripe, Reenie contestó el teléfono en la cocina. Habló durante tres minutos, tal vez menos.
Puedo dar estos detalles porque todos los hemos repasado cien mil veces.
Cada retazo de información retumba en mi cabeza como si yo hubiera estado en la destartalada cocina con la meda de laminex, con las patas de acero que siempre parecía que fueran a abrirse como las de una gimnasta pero que nunca lo hacían, y la tetera en el centro, aunque ninguna de ellas tomaba té.
Yo le había regalado la tetera a Reenie de despedida.
Tenía forma de gallina, empollando sus huevos. Yo no sabía que Reenie jamás tomaba té. No es algo de lo que uno hable con su hermana menor cuando viene al pueblo a ver a su mamá: ''Oye, ¿Sí sabes que no me gusta el té?''.
Pero a ella le gustaba la tetera, de eso estoy segura.
No la ponía en la mesa únicamente cuando yo iba a verla.
A las 11:13, había un reloj en la mesita de noche, Reenie colgó y entró al cuarto de Myra.
-Era Johnie -explicó Reenie.
Johnnie era su novio, desde hacía seis meses. Pero ella no dijo para qué había llamado.
-Creo que voy a ir al supermercado a conseguir un poco de pan para el almuerzo. ¿Quieres que te traiga algo?
Myra negó con la cabeza. Cuando Reenie estaba saliendo del cuarto dijo:
-Pañuelos de papel. y una revista. Estoy aburrida de estar aquí. Mi bolso está en la silla del salón.
-Muy bien -Dijo Reenie-. ¿Alguna revista en especial?
-Cualquiera que se vea interesante -dijo Myra-. Todas son la misma cosa.
Oyó que Reenie iba al salón. Era apenas del tamaño suficiente para que cupiera el viejo sofá, que Papá le había dado a Reenie cuando Myra y ella se fueron a vivir allá, y dos sillones (creo que esos ya estaban allá) y el televisor de segunda mano que compraron en una venta de garaje.
Myra creyó haber oído que Reenie abría su bolso, pero es difícil tener certeza sobre un sonido tan vago como ese.
Cuando Myra revisó su bolso después, dos días después, le pareció que faltaba un billete de 10 dólares, que es lo que probablemente uno sacaría para comprar unos pañuelos y una revista.
-Vuelvo en una media hora -gritó Reenie-. También voy a devolver el video.
La puerta del apartamento se abrió, se cerró.
Myra nunca volvió a ver a Reenie.
Tip 1 - Guardada-
Entendido sr.
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SOMBRAS
Teen Fiction-La única razón por la que pensamos que Reenie nunca regresó al apartamento ni le contó a nadie que había terminado con Johnnie fue porque Myra nos dijo eso. -Papá parpadeó como si todavía estuviera medio dormido. -¿Por qué mentiría myra? -Por...