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Hay cosas que uno no debe recordar. Cuando te conocí, por ejemplo.

Vestías un traje que tu abuela usó cuando tenía tu edad. Cogías los extremos de la falda, levantándolos, y ensayabas unos pasos extraños, dando vueltas, lentamente, sobre ti misma.

Teníamos doce años. Mi tío, un poeta surrealista, había buscado un actor de tu edad, para una pequeña obra de teatro. Me entregó un diálogo que practiqué con esmero. Ya lo sabía de memoria cuando nos encontramos.

—La vida está llena de terremotos y tengo miedo —te decía.
—Siento lo mismo, pero bailo como quien entra en un sueño y así me olvido de todas las cosas —respondías, con gracia infantil.

Allí aprendí que las conversaciones entre un actor y una actriz pueden ser más verdaderas que las cotidianas.

Todo el tiempo en que te conocí, lo único que hicimos fue hacer que nuestros personajes conversen.

—Soy un soldado de plomo que siempre olvida sus pasos de baile —improvisaba mientras bailábamos un vals.
—Y yo soy una muñeca que ha perdido su corazón real más de siete veces —respondías mirándome a los ojos, sin el menor asomo de duda.

Nos hicimos adultos y nunca dejamos de hablar así.

Nos hicimos viejos mirando el mar desde la ventana.

No debo recordar esto, porque viene el otro recuerdo: cuando me dejaste solo en la isla. No fue tu culpa, ni la mía; fueron las hojas, la tierra, el cielo, nuestros propios huesos.

Sigo hablando en el mismo lenguaje hasta disolverme.  

Imagen: Autor desconocido 

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Imagen: Autor desconocido 

FANFICTION - Diario de Sabah (La estrella de Haruna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora