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Aquello no era como los juegos del hambre. Pensó Fernanda de forma inquieta mientras mordisqueaba unas bayas que tomó hacia cinco minutos de un arbusto. Estaba teniendo pensamientos muy terrenales, como comenzó a llamarlos. Desde que comenzara el torneo, juego, disputa o como fuera que se llamara aquello, sus pensamientos vagaban de forma inquieta hacia el mundo humano.

Pensó en películas y libros que había leído, pensó en series que no había terminado. Pensó en sus padres y su negocio, pensó en sus empleados, incluso se dio cuenta que sus pensamientos traían a una persona en la que ya casi no pensaba; su exnovio Luis.

Se metió un par de bayas a la boca y se sacudió las manos en la falda del vestido. Tenía el arco en el regazo y el carcaj apoyado a su lado en la gran roca en donde sentada apoyaba la espalda. Pronto tendría que buscar algún sitio para dormir, pues a pesar de que las copas de los arboles la medio abrigaban, prefería no dormir tan desprotegida.

Además, hacia media hora fue testigo de una pequeña batalla. Luego de que Keveth alzara el vuelo dejándola sola, ella solo caminó. Caminó y caminó, hasta que se dejó caer a la sombra de un árbol para descansar, e instantes luego los escuchó. Eran dos chicos. Fernanda supuso que se habían encontrado de frente mientras avanzaban en direcciones opuestas, justo a un par de metros de donde ella se encontraba.

Los observó escudada por su árbol. Ambos llevaban espadas y pelearon largo rato. Fer los vio lanzar estocada y esquivar, rodar por el suelo y gritar. En cierto momento incluso uno de ellos perdió su espada y arremetió con puños, hasta que pudo recuperarla. Había rodado por el suelo para lograrlo y su contrincante, juzgándolo como el momento perfecto para dar la estocada final, se arrojó sobre él, pero en ese instante el otro logró empuñar de nuevo su espada, detener el golpe del contrincante, desviar su espada y con un último esfuerzo, rebanar el abdomen del otro.

Luego le siguió un momento de incertidumbre, quizás porque hasta ese momento ni Fernanda ni el resto creían que las hadas hablaban en serio cuando dijeron que nadie saldría herido, pero en ese momento, tanto el chico vencedor como Fer, supieron que era verdad. El vencido cayó al suelo, pero no salió sangre y la espada del vencedor seguía limpia como hasta hacia segundos antes.

Al comprobarlo, el vencedor sonrió y guardó su espada en la vaina que tenía en el cinto de sus pantalones ligeros blancos. Luego continuó su camino. Fer permaneció un rato más allí, pensando qué hacer. Tenía curiosidad por saber cómo sacarían de allí a los perdedores, pero algo le decía que no se quedara a descubrirlo, así que no lo hizo. Salió de su árbol y se alejó de allí. Caminó largo rato hasta que las sombras comenzaron a alargarse, luego encontró las bayas, las comió y descansó en aquella gran roca y entonces comenzó a pensar en su antigua vida.

No tenía ni idea de cuantos enfrentamientos como aquel habían sido llevados a cabo hasta el momento y no sabía tampoco si podían descalificarla por no luchar con nadie, pero supuso que aun tendría algo de tiempo antes de usar sus flechas.

Sonrió, observando el arco en su regazo. ¿Qué dirían si la vieran entonces todas las personas que la conocían? Estaba casi segura de la reacción. Sus padres la mirarían con una ceja alzada, medios preocupados por su salud mental. Su antigua mejor amiga, esa que desde hacía tres años no veía, la instaría a volcar todas sus energías en su pastelería, después de todo para Lilian lo que ella consideraba real era lo único que importaba, lo cual Lilian podría traducir como: dinero, estabilidad emocional y laboral, sueños al mínimo porque nunca se cumplían.

Mili sin embargo, la miraría con ojos soñadores. Dos años menor que ella, a Mili le iban todas esas cosas de mundos mágicos y sin lugar a dudas enloquecería si llegara a descubrir que algo tan fantasioso como las hadas y la magia hada eran reales.

La senda de las flores [La Senda #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora