La última tarde de entrenamiento Fernanda estuvo sola. Ya no practicaba en el gimnasio, sino que Doriat le había señalado un claro alejado del complejo en donde ella pasó horas arrojando flechas hacia diferentes árboles.
Ninguno de sus dos guías le informó que estaría sola, y por consiguiente tampoco le dijeron por qué motivo el último día decidían abandonarla, pero luego de pasar el shock de la sorpresa, Fer descubrió que estaba mejor sin ellos. Sin Keveth para señalarle su debilidad o Doriat para corregirle la postura, se sentía más relajada y estaba acertando más flechas.
Había logrado agarrarle la técnica a lo de ser arquera, aunque su puntería seguían siendo un poco mala, al menos las flechas traspasaban su objetivo, se clavaban en la corteza del árbol y allí se quedaban vibrando unos segundos, hasta que ella las recuperaba y volvía a empezar. Empezó a anochecer cuando Doriat apareció tras su espalda aplaudiendo.
—Felicitaciones, florecilla. Creo justo decir que en dos semanas lograste bastante. —Fernanda sonrió y caminó hacia el árbol, tomó las flechas y se volvió hacia su guía.
—Gracias, siendo honesta no sé cómo lo logré.
—Yo sí. —Fer lo miró con cierta suspicacia, por algún motivo sentía que Doriat no iba precisamente a alabar su gran capacidad de aprender rápido—. El polvo, ¿recuerdas que te dije que les confirió ciertas habilidades?
—¿Me dio la habilidad de aprender rápido?
—Algo así, sí. Somos conscientes de que les damos poco tiempo para entrenarse, así que les brindamos una pequeñita ayuda extra mágica.
—Pues lo agradecería, sino fuera por hecho de que las personas aquí que sí han tenido conocimientos en el mundo real con combate, ahora son mucho mejores que antes.
—Deja el pesimismo, florecilla. Lo harás bien. Ahora, vengo por tus flechas.
—¿Eso por qué?
—Mañana empieza el torneo y debemos lanzarles ciertos hechizos a las armas de los participantes. Recuerdas que no dejamos que nadie salga herido.
—Entonces, ¿las vas a volver inútiles?
—No, inútiles no. —Doriat tomó las flechas, pero ignoró el arco—. Digamos que todas las armas van a dejar el fantasma de una herida que luego desaparecerá. Si atacas a alguien con una de tus flechas luego de que las encante, digamos que le traspasas una pierna. Sentirá como su pierna se duerme. Como el fantasma de una herida real, menos doloroso, luego de una hora será como si nada hubiera sucedido.
—O sea que si, por ejemplo, esta chica peligrosa me atraviesa con su espada, no me va a travesar en realidad, pero sentiré como que sí.
—Exacto, y si te atraviesa es posible que te desmayes, como si hubieras muerto, pero estarás bien.
—Perfecto.
—Ahora ve a ducharte y colocarte la ropa que te dejé sobre la cama. —Fer se extrañó, ¿por qué Doriat le escogió ropa si ella se disponía a dormir? Al ver su mueca de incomprensión, él agregó—. Keveth está allí, te lo explicará todo.
Y se fue sin decir más. Ella obedeció, no muy contenta al saber que Keveth estaría esperándola, eso quería decir que una vez más tendría que vestirse delante de él. A veces odiaba a las hadas y su fría superioridad. Se comportaban todo el tiempo como si fueran mejores que los humanos y como si apreciaran cosas que ellos no. Lo desconcertante del caso, era que las pocas veces que había tenido que desvestirse frente a Keveth, el actuaba como si en verdad no estuviera sucediendo la gran cosa, y Fer no terminaba de decidir si eso la ofendía o tranquilizaba.
ESTÁS LEYENDO
La senda de las flores [La Senda #1]
FantasyPRIMERA PARTE DE LA SENDA Fernanda es una veinteañera que se dedica a la fabricación de pasteles. Hasta que una mañana dos sujetos de aspecto estrambótico aparecen de la nada ante ella. Así se entera Fernanda de que las hadas son reales y de que el...