3. Lena, sé agradecida

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No era muy tarde, apenas anochecía, cuando Carmen dio por concluida su jornada laboral de aquel lunes.

Ya solo le quedaban un par de detalles a su entrevista para poder enviarla y que apareciese en la portada de la página web a medianoche. Por la mañana todos los periódicos de AD Rotterdam tendrían su artículo a doble página en la sección de deportes, y durante los siguientes dos días el resto de medios de comunicación regionales y nacionales se nutrirían de su entrevista. Siempre era igual.

La única preocupación que Carmen tenía aquella despejada tarde de noviembre era dónde había ido a parar su carné de identidad.

Había buscado por toda la redacción, y había inspeccionado todos los recovecos de su Citroen, pero esa minúscula tarjeta no aparecía. Quizá se lo había dejado en casa, aunque no era muy habitual que ella se dejase nada olvidado en casa. Era un tanto perfeccionista, aunque en cierto modo su vida era un caos; todo parecía estar a punto de venirse abajo.

Había pensado en llamar a Lena, su compañera de trabajo, de piso, y su mejor amiga, pero supuso que ella no tendría tiempo de buscar su carné; ya lo haría ella cuando llegase a casa.

Aparcó en la calle. Decidió no meter su coche en el garaje por si la llamaban de la redacción diciendo que su documento había aparecido. Seguidamente se bajó del vehículo, se ajustó el gorro, expulsó un poco de vaho por la nariz y cruzó la calle hasta la acera.

Justo frente a su casa había un hombre alto. Estaba de espaldas, llevaba gorro, bufanda y guantes, y bajo la luz de la farola parecía más peligroso que a simple vista. Carmen comenzó a andar hacia el portal de su casa dando grandes zancadas. Pasó por delante del hombre sin mirarle a la cara y se quedó horrorizada cuando escuchó:

-Eh, Carmen.

Se quedó quieta, aunque en el intervalo de dos segundos que duró su pausa pensó incluso en salir corriendo. Finalmente se dio la vuelta y vio a Michiel Kramer sonriéndole de manera amistosa.

-¿Michiel? ¿Qué haces aquí?

Michiel sacó algo del bolsillo e instintivamente Carmen retrocedió. Imperceptiblemente, pero lo hizo. Cuando vio de lo que se trataba se relajó.

-Se te cayó esta tarde en la cafetería -dijo, entregándole su carné-. Fue una suerte que me dejaras tu dirección.

Carmen agarró con fuerza su carné y respiró aliviada.

-No sé cómo agradecerte que lo hayas guardado y hayas venido a traérmelo.

Sus mejillas ardían pese al frío. Llevaba tanto tiempo idolatrando al chico que tenía delante que cada cosa que hacía la enamoraba profundamente. Más si cabía.

-No es nada -respondió él como si tal cosa.

-Eres genial -soltó Carmen-. Me concedes una entrevista, eres increíblemente amable conmigo, encuentras mi carné de identidad y vienes a mi casa a devolvérmelo, ¿y todavía me dices que no es nada?

Michiel sonrió un poco.

-Dicho así parezco más altruista de lo que soy.

A Carmen se le pasó por la cabeza invitarle a cenar, qué menos después de lo que había hecho por ella, pero quizá era una situación violenta para Lena, así que se armó de valor e hizo lo que había deseado hacer desde el primer momento en que lo había visto. Se puso de puntillas tras aproximarse a él y besó sus labios. Durante unos segundos se quedó esperando una reacción por parte del chico, que la atrajo hacia sí tomándola suavemente por la nuca.

Notó que Carmen estaba dando todo en el beso, y él trató de corresponderla, pero... no sentía nada.

Michiel era la clase de hombres que se enrollaba con quien fuese, sin remordimientos, sin sentimientos, pero en aquel momento se sentía incómodo. Carmen le estaba besando con sentimiento, él no. Cuando Carmen paró de besarle se quedó paralizado. Miró a la chica de arriba abajo. Era alta, rubia, de piel blanca, ojos azules, y labios carnosos. En definitiva, era la clase de chica que probablemente acabase un viernes a la noche en su cama, pero la situación era distinta.

Lena, sé el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora