Capítulo 3 "Promesas"

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El aeropuerto estaba demasiado abarrotado para ser un sábado a las seis de la mañana. Mis párpados pesaban más que nunca y las legañas me dificultaban la vista. Apenas me habían dado tiempo a vestirme decentemente así que me puse una chaqueta encima del pijama y andando. Por no hablar de mi pelo. Por favor, no hablemos de mi pelo.

El sueño superaba cualquier otra emoción que pudiera sentir en esos momentos así que no estaba afectada por la despedida. A diferencia de Ruth, que lloraba sin parar.

Me abrazó por novena vez desde que llegamos al aeropuerto. La verdad es que no me extrañaba que estuviera exagerando, dramatizaba por todo.

—Prométeme que llamarás. Aunque sea una vez a la semana. No quiero que perdamos el contacto.

—Ruth, sabes que no me gusta hacer promesas.

Mi hermano no tenía buena relación con mis padres. Hace unos años, cuando Sergio tenía mi edad, empezó a salir con unos chicos que eran mala influencia para él. Llegaba a casa borracho, mi madre le pillaba fumando porros e incluso la policía le arrestó por robar en una tienda. Le pedí que dejara aquella vida y Sergio, al ver que su hermana menor estaba tan preocupada por él, recapacitó. Dejó la bebida, la droga y su mala conducta atrás y se reformó. Se puso las pilas en los estudios y se graduó en el instituto con tan buenos resultados que le aceptaron en la universidad. Me prometió que aunque estuviera lejos me llamaría, que vendría a verme y que no se iría de mi vida. La cumplió solo por dos meses, después vino una notificación diciendo que Sergio había cancelado su matrícula. Esa fue la última noticia que tuvimos de él.

Por eso no me gustaba hacer promesas ni que otros me las hicieran. Mi hermano y yo estábamos muy unidos e incluso le ayudé a que dejara la mala vida, pero no fue capaz de cumplir una simple promesa aunque fuera por mí.

—Haré lo que pueda por llamarte. Ni siquiera sé si en ese sitio te dejan utilizar el móvil. Pero aún así intentaré ponerme en contacto conmigo.

Le sonreí para tranquilizarla y recibí el décimo abrazo de regalo.

Me despedí de mis padres que se hacían los enfadados pero en el fondo sabía que echarían de menos a la alborotadora de la casa.

Me dirigí a las puertas de embarque y aunque no lo pareciera estaba asustada, qué digo, aterrorizada. No tenía ni idea de lo que me depararía Brasil.

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