El estruendo de la nave le advirtió que lo habían encontrado. Atravesó la ventana y corrió bajo la lluvia, abandonándolo todo excepto la esperanza.
—Es inútil —prorrumpió uno de sus perseguidores, acercándose.
Estaba rodeado. Los cuerpos sintéticos de los neo-hombres, aberración de apéndices de titanio, brillaban en la oscuridad como depredadores hambrientos.
—Jamás me uniré a Génesis —juró.
—¿Acaso rechazas la inmortalidad, último humano?
—Rechazo convertirme en una máquina esclavizada.
—Tranquilo, conservarás tu lamentable consciencia.
Le llegó el olor de su propia sangre antes de caer entre sombras, derrotado.
Tras despertar, no sintió dolor ni siquiera cuando bajó la mirada hacia sus manos para descubrir que ya no eran de carne y hueso.
—Ahora te llamas MT-7109 —le susurró alguien a su lado—. ¿A quién perteneces?
—A Génesis.
Una cierta incomodidad lo carcomía por dentro, pero esa era la única respuesta. Después de todo, eran los dioses del nuevo mundo, en el que había desaparecido la desdicha de los hombres primitivos.