El ministro estaba acorralado y desprovisto de dispositivos de transportación. Le grité que parara de correr, que todo había terminado para él, y apunté mi vaporizador a su rostro compungido.
—¡Capitán, lo encontré! —llamé. Me dirigí al ministro y añadí—: Queda detenido por alta traición a los códigos de la Federación, trata de personas y lavado de activos.
El capitán apareció tras unos instantes.
—Buen trabajo, protector —me felicitó.
Extrajo su vaporizador. Adiviné que me ayudaría a movilizar al ministro, pero me disparó. Lo último que oí fue la risa de ambos entremezclarse con el susurro del viento.