—¿Seguro de que quiere realizar esta transacción? —repitió el ministro, con una expresión de desconcierto—. Esto no se puede revertir, señor Muldoon. La suma que se retirará de su cuenta es de...
—Setecientos sesenta millones —completó Julius Muldoon, esforzándose para resaltar la firmeza de su decisión en sus palabras—. Lo sé bien.
Recordó cuando esa cifra había calado en su corazón por primera vez. Por ese entonces era un niño de nueve años que ya dedicaba sus horas al trabajo en el campo, arando los cultivos que con tanta desesperación necesitaba el resto de personas. Todavía había esperanza en subsanar el daño hecho, o al menos eso era lo que los líderes aseguraban en sus discursos llenos de promesas de cambio.
La realidad fue por completo distinta: una etapa de cataclismo climático azotó cada continente con la humanidad como principal responsable, mientras esta abandonaba el planeta en el Arca, una masiva nave espacial presta a aguardar durante un siglo que las condiciones en la Tierra mejorasen lo suficiente como para habitarla nuevamente.
Julius obtuvo un puesto en el Arca debido a su juventud, a diferencia del resto de su familia. Noventa años más tarde se encontraba a punto de gastar cada punto que había ganado durante las décadas de servicio incansable a bordo.
—Tengo que insistir en que usted debería acudir a un centro médico antes de confirmar el pago.
—Escúchame —le dijo al banquero—. Aunque me veas arrugado, no estoy loco. He ahorrado todos estos años para comprar un pase de Dios por seis horas. Entiendo que te sorprenda que no sea un millonario excéntrico quien lo quiera, sino un viejo con un último sueño; pero debes aceptarlo.
Por suerte, accedió.
Los altísimos muros resplandecientes de la sala de control mundial fascinaron incluso a Muldoon, que creía haberlo visto todo. Una pantalla holográfica superpuesta contra el cristal curvo que delimitaba la habitación permitía observar la Tierra.
—Hermosa, ¿no? —comentó el supervisor.
—Mucho —coincidió.
—Si yo fuera usted, gastaría estas seis horas en otras cosas. Por un alto precio, ha comprado un pase de Dios:: es capaz de manejar el Arca y hacer lo que se le ocurra. —Girándose, extendió los brazos frente al amplio tablero de control—. Bajo mi aprobación, claro.
—Claro —dijo Muldoon antes de extraer una jeringa de su abrigo y clavarla en el cuello del pasmado supervisor, que cayó inconsciente segundos después.
No escuchó ninguna alarma. Su nieto se había encargado de ello.
Con una sonrisa en el rostro y una mirada lagrimosa clavada en el bello planeta Tierra, Julius Muldoon activó las bombas que cargaba la nave y canturreó los diez minutos que tardaron en explotar y acabar con la existencia de los seres humanos.