Ya estaba cayendo, podía ver el suelo sobre el que me estrellaría; estaba totalmente consciente de que no llevaba paracaídas, de que al final no había un colchón para amortiguar el golpe. Iba a estrellarme, era cuestión de tiempo; pero aún no tocaba el fondo. Aún no.
Cualquiera pensaría que pasaría la noche preocupándome por cosas como mi futuro; el cómo o cuándo se lo diría a mis padres, o si alguna vez lo haría. El cómo tendría que enfrentarme constantemente a personas ignorantes el resto de mi vida; cosas incluso absurdas, pero no. Toda mi noche se me fue ideando la manera de acabar con cualquier forma de que el rumor avanzara, era todo lo que me importaba. No lograba pensar con claridad, más allá de que siguiera siendo sólo una niña –literalmente- asustada, eran muchas cosas las que tenía en la cabeza como para pensar con un poco de coherencia.
Tenía que alejarme de Alice, era lo más lógico. ¿Pero cómo haría eso?
¿Cómo iba a alejarme de alguien cuando yo fui la primera en acercarse? ¿Cómo, si ese alguien era Alice?
Al día siguiente llegué lo suficientemente tarde como para asegurarme de que ya estaría alguna de mis amigas, pero lo suficientemente temprano para que no me cerraran la puerta. El pequeño camino para atravesar el patio de la entrada fue físicamente doloroso, ahora las miradas y los murmullos se sentían intensificados; probablemente no había nada distinto, pero podía sentirlos taladrarme sin piedad. Tuve que aguantar las ganas de llorar ahí mismo; estaba muy cansada y moría de sueño, la cabeza me dolía y posiblemente estaba por resfriarme.
Estuve callada casi todo el día. Mis amigas sabían que algo ocurría, pero decidieron esperar a que yo hablara, sin presionarme, sin saber que de hecho jamás diría ni una palabra sobre eso.
Me platicaban cosas para tratar de animarme. En la clase de música, Sofía tocaba mientras yo la escuchaba desde mi banca, medio perdida en mis pensamientos; incluso tocó una canción que tenía letra y yo me sabía a la perfección, como para tentarme a unirme a ella, pero ni siquiera la volteé a ver.
Cuando llegó la hora del receso, me dediqué a caminar detrás de Olivia y Rebeca; platicaban animadamente, tratando de que participara en la conversación, pero yo simplemente no reaccionaba. Ellas se formaron en la fila para las mini pizzas, de las cuales pasé porque seguro que terminaba vomitando.
- Hola, Tori.
Pegué un brinquito cuando la escuché detrás de mí; me sonrió divertida y yo me perdí por un momento.
- Te estuve buscando. ¿Cómo estás? – Sus ojos verdes me estudiaban, podía sentirlos pasearse por mi rostro ligeramente demacrado por no dormir nada y llorar mucho.
- Un poco enferma. – mentí a medias con la voz ronca, resultado de no haber hablado desde que me despedí de mamá esa mañana. Torció la boca y se acercó un poco.
- Se nota, debiste quedarte en casa. – Le sonreí apenas, aunque no podía mentir, era la primera sonrisa del día. Encogí los hombros. – Olvidé traer tu historia, la dejé en mi cama antes de salir. – Bajó la mirada, sonrojándose; mi corazón latió descoordinado.
Ese día llevaba puesta una diadema negra con motas blancas. Se veía tan linda.
- ¿Te agradó el título que te dije? – Alzó las cejas con emoción.
Empecé a negar despacio un poco confundida, como si no supiera de qué hablaba, entonces escuché a alguien reír; pudo ser por cualquier cosa, pudo ser por algo que no tenía nada que ver conmigo, pero sentí un escalofrío en todo el cuerpo que me regresó a la realidad. Me tensé y empecé a entrar en pánico, entonces me di cuenta, bajé la mirada. Ella tenía sus dedos entrelazados con los míos, tenía sujetada mi mano y la balanceaba de un lado a otro mientras platicábamos; estaba cerca, quizá demasiado. «¿Siempre habíamos sido así?»
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Utopía escolar
Teen FictionEsta historia está basada en hechos verídicos. (Contenido LGBT) «Esta historia ya había sido escrita alguna vez. Recuerdo perfectamente la simpleza con que llené 8 cuartillas contando la historia de mi 'gran descubrimiento'. En ese entonces, 8 cuart...