Llegué pasadas las 7 a.m., como de costumbre; veinte minutos antes de la primera hora.
Atravesé el pequeño patio de la entrada, hasta llegar a las columnas del pasillo que unía ese espacio con el patio más grande; me recargué en el muro, esperando a que llegara Rebe, normalmente llegaba pisándome los talones; pero cuando alcé la mirada sentí algo diferente a los demás días. Era como si, a cualquier lugar donde volteara, hubiera alguien desviando la mirada a último momento para que no le descubriera observándome.
Miré alrededor, con la misma sensación. Me empecé a balancear entre las puntas de mis pies y los talones, nerviosa, pero sobre todo incómoda; sacudí la cabeza, tratando de alejar la paranoia. Pronto llegó Rebe, y enseguida Olivia; me olvidé de lo ocurrido, pensando que debía estar con los nervios de punta por estar en la semana de exámenes.
Sin embargo, por más que lo intentara, la paranoia iba creciendo cada vez más, aun después de que terminara esa semana tan complicada. Me sentía tan estúpida por creerme el centro de atención de personas que seguro ni reparaban en mi existencia, pero pronto las cosas empezaron a ser un poco más notorias.
Cada mañana, atravesar el pequeño patio de la entrada era un martirio; podía sentir muchas miradas sobre mí y pequeños murmullos que me descolocaban totalmente.
Poco a poco empecé a llegar más y más tarde, así cuando llegara ya estaría alguna de mis amigas ahí y no estaría sola torturándome con mis propios pensamientos. La entrada era la peor parte del día, me ponía de mal humor y no había forma de que me animara, sino hasta llegado el receso. Mientras almorzaba vivía la misma sensación, pero quedaba olvidado en segundo plano durante un rato, ya que pasar tiempo con Alice me relajaba considerablemente.
Decidí no hablar con nadie acerca de cómo me sentía, pues de verdad creía que todo era producto de mi imaginación; sin importar lo obvio que fuera, tenía esperanza de que no fuera nada importante, y que pronto pasaría todo; que las cosas volverían a la normalidad antes de que me diera cuenta, de la misma forma en que todo se empezó a descomponer.
Empezaba a sentirme débil, era mi espíritu quebrándose lentamente. Las miradas y murmullos eran cada vez más frecuentes, parecía que era una actitud que se esparcía de grupo en grupo, de grado en grado, hasta que pronto abarcaba a toda la escuela.
Mis amigas actuaban como si nada, como si no notaran que algo ocurría; incluso Alice parecía no notar ningún cambio. Eso de verdad me desconcertaba.
«¿Estoy volviéndome loca?»
Yo traté de actuar como si nada, quizá de esa forma lograría ignorarlo todo hasta que esa tonta sensación desapareciera.
Mi relación con Alice mejoraba sin esfuerzo; ambas éramos muy bromistas y simples, de forma que casi siempre nos estábamos riendo o discutiendo por tonterías.
- Nunca lo admitiré, Hansen. – Me crucé de brazos con gesto de indignación.
Ella sonrió victoriosa y tomó mi libreta de mis piernas.
- Oye, devuélveme eso. – Intenté arrebatárselo pero me esquivó sin problema. - ¡Alice!
Soltó una carcajada y negó con la cabeza; se alejó un poco y empezó a garabatear en la orilla de mi libreta. Acabábamos de terminar una partida de "Basta", en donde yo juraba que ella había hecho trampa, y ella juraba que simplemente era mala perdedora.
- Lo aceptaría sin problema si tu victoria fuese real, pero como no lo es... - Me encogí de hombros.
Se volteó, aun sonriendo con diversión y me mostró lo que había escrito.
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Utopía escolar
Dla nastolatkówEsta historia está basada en hechos verídicos. (Contenido LGBT) «Esta historia ya había sido escrita alguna vez. Recuerdo perfectamente la simpleza con que llené 8 cuartillas contando la historia de mi 'gran descubrimiento'. En ese entonces, 8 cuart...