I - UNA MAÑANA NORMAL

8 0 0
                                    

Como cada mañana, de lunes a viernes, me levantaba a las seis, y desayunaba muy poco, solo lo que necesitará, ya que durante el tiempo libre en la academia, me ponía las botas junto a mis compañeros de profesión, todos provenientes de otros países europeos. Después de la primera comida, me lavaba las dientes hasta que quedaran bien relucientes, me lavaba la cara, y antes de salir encendía la televisión para escuchar las noticias.

El metro estaba a dos calles de mi casa, sin duda era un lujazo tener la entrada tan cerca, ya que me facilitaba mucho las cosas. Siempre iba caminando con tranquilidad, ya que yo empezaba a trabajar a las ocho y media, y yo llegaba a mi parada a las ocho y quince, así que tenía tiempo de sobra.

Como ya era rutina, introducía la tarjeta que me permitía ir por el metro con la misma durante un año en la máquina, y me esperaba en el andén hasta que llegara el tren.

Allí abajo, cada día veía a una chica sueca, que era una rubia despampanante, con unos preciosos ojos azules, de nariz pequeña, y unos labios poco carnosos pintados de un rosa discreto. Debería tener mi edad, sobre los veintidós, y la verdad, que físicamente me gustaba mucho. Siempre intercambiamos miradas, aunque nunca hablábamos, ¿por qué?, sinceramente, no lo sé, tal vez no tenía la suficiente confianza para acercarme y decirle algo tipo: "Que casualidad que siempre nos veamos aquí".

Tras subir al tren, desaparecía de mi vista, ella se camuflaba entre la gente, al igual que yo lo hacía, y no la volvía a ver hasta el día siguiente.

Y lo demás, ya era rutina, salía del tren, entraba quince minutos antes de tiempo, tiempo que aprovechaba para tener todo lo que necesitaba durante la clase preparado, y cuando mis alumnos llegaban, les enseñaba todo lo que necesitarán saber del castellano, pero poniéndole un toque de humor a la clase para que mis pupilos no se durmieran. Mi filosofía en el aula es la que dice que la clase tiene que ser amena, divertida, familiar, pero sin dejar de tener el toque en el que puedes aprender algo fácilmente.

Tras tres clases seguidas, con alumnos de diferentes edades, me iba a la sala de profesores para reunirme con mis compañeros de trabajo: Giovanni de Italia, Elizabeth de Inglaterra, Anna de Francia, Salvador de Portugal, Angela de Alemania y Vladimir, proveniente de Rusia. Allí pasaba un buen rato comiendo y riendo con ellos, y aprendiendo un poco de la cultura de sus países.

Después de este agradable rato con mi compañeros de profesión, impartía un par de clases más y mi jornada laboral terminaba. Normalmente, al salir del trabajo, nunca iba a mi casa, ya que todo el papeleo de la escuela lo hacía vía ordenador, así que siempre cogía el metro y paraba en una de las estaciones del centro, y paseaba o me tomaba una cerveza, a veces, con alguno de los profesores de la academia.

Volvía a casa sobre las siete, y yo , como no pensaba cambiar mis horarios,  cenaba a las nueve, y a las once, ya estaba en cama. Así era cada día, pero todo cambió la mañana siguiente. 

La chica del metroWhere stories live. Discover now