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― Pasado mañana empezarás las clases. Hoy llegarán tus libros y materiales, así que tendrás hoy y mañana para preparar las cosas y descansar. ― la voz de Susan me recordó que se acercaba uno de mis mayores miedos: el instituto.

Asentí con la cabeza y seguí comiendo mis cereales.

―Por lo que hemos visto, tus notas siempre han sido muy buenas, no tendrás ningún problema aunque te hayas incorporado más tarde. ―añadió Robert.

― Sabemos que esto es algo nuevo, nos dijeron que estuviste asistiendo a un instituto público pero no durante mucho tiempo. Como ya sabrás, esto será diferente a las clases que recibías en la casa. ―desde que llegué Robert y Susan se referían al orfanato como la casa. No entendía porque no usaban la propia palabra, no me iba a poner a llorar por escucharla, pero supongo que así era mejor para todos. ―Harás amigos muy rápido, estamos seguros, así que no te preocupes por eso. Los alumnos son muy buenos, es el mejor centro de la ciudad, pero si tienes algún incidente habla con nosotros y con la directora. Durante tu primer día habrá una alumna que te acompañará a clases y te ayudará en lo que haga falta, los profesores también estarán a tu servicio si necesitas algo.

―No os preocupéis, me irá bien. Gracias por invertir tanto tiempo en aseguraros de que todo vaya bien.―dije para tranquilizarles y que supieran que valoraba todo lo que estaban haciendo por mí.



Robert y Susan se habían dado unos días libres para poder centrarse en mí y en todo este cambio, la verdad es que no sé a qué se dedican, solo que son dueños de empresas muy importantes. Pero les surgió un imprevisto y tuvieron que irse, así que no tuve nada que hacer durante la mañana aparte de empezar a devorar mi nueva colección de libros.

Llegó la hora de comer y recibí una llamada de Susan diciendo que la reunión se había alargado y que no llegarían a la hora de comer. 

Bajé las escaleras y me encontré a una de las criadas cocinando.

―Señorita, la comida estará lista en unos minutos. Si quiere le puedo avisar cuando esté lista. ―me dijo la misma señora que entró ayer en mi habitación.

― ¿Te puedo ayudar? ―siempre me ha gustado cocinar, en el orfanato siempre ayudaba en la cocina.

―No se preocupe, señorita. Es mejor que espere, le avisaré cuando acabe. ― me dijo mientras seguía removiendo algo en una olla.

Me acerqué a la encimera y sin decir nada empecé a cortar las verduras que había sobre la tabla de cortar.

― Veo que sabe lo que hace. ―me dijo la señora riendo.

― Ayudaba a cocinar en el orfanato. ― le dije sonriendo ― ¿Cómo te llamas?

― Dorothea, señorita.

― Oh, me puedes tutear y no hace falta que me llames señorita. Me llamo Jael.

―Sé tu nombre, los señores Williams han estado hablando de ti durante todos estos últimos meses. Ay Jesús, y la señora Williams no ha parado de decir tu nombre durante todo este mes. ― dijo con una expresión de ternura y alegría. ― Nos alegramos tanto de que estés aquí, ellos llevaban mucho tiempo queriendo una hija.

Después de cocinar le pedí a Dorothea que comiera conmigo, el comedor era enorme y me sentía bastante sola. Dorothea era una señora muy dulce, me contó que tenía un hijo y una hija y que su marido había fallecido hace seis años. A diferencia del viejito que me contó su vida en el avión, no me molestaba escucharla hablar de su vida.





― ¡Jael, tienes visita! ―chilló Robert a la vez que se escuchaba como la puerta se cerraba.

En unos segundos Jaxon apareció en la puerta de mi habitación.

Hold OnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora