1.- Antes de los Juegos

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Cuando Mari Katsuki tenía 15 años, llevaba el cabello largo hasta la mitad de la espalda, que su madre le ayudaba a peinar en dos trenzas porque de lo contrario, según sus palabras "se esponjaba como una melena de león".

Siempre lo odió y no pasaba un día sin que pensara en contarlo, hasta que...

-Me gusta mucho tu cabello.

Él tenía 15 años también, cabello negro, rostro pecoso, ojos grises y sonrisa radiante. Estaban en la misma clase y de pronto Mari se encontró conversando con él en los descansos, compartiendo todos sus almuerzos, y después, dándole pan y comida extra para que se llevara a su casa.

Estaba enamorada y feliz. Pero esa felicidad no duraría mucho.

Un día, lo esperaba después de la escuela. Pronto sería cumpleaños de una de sus amigas y le organizarían una pequeña fiesta. Tenía toda la intención de invitarlo.

Se encontró corriendo hacia él, pero detuvo su carrera al percatarse que no estaba solo.

-¡Hacía mucho que no probaba galletas de chocolate!-exclamó una voz melosa que reconoció como de una de las chicas de su clase.

-¿Verdad?-habló el chico pecoso, pasándole un brazo por los hombros a ella-Veré si puedo hacer que Katsuki me dé un poco de ese panqué de arándanos de la semana pasada, estaba delicioso.

-Oh, sí, por favor-rió emocionada la chica y después se paró de puntitas para besarlo en labios.

Él no la apartó.

Ese fue el día en que Mari le pidió a su madre que le cortara el cabello. Hiroko, siendo la mujer comprensiva que era, no indagó en detalles, pero le permitió llorar y desahogarse hasta que se sintió mejor y le preparó su platillo favorito para la cena.

Cortó todo contacto con él. Meses después, el chico pecoso resultó seleccionado en la cosecha. Apenas sobrevivió un día en los Juegos del Hambre. Esa fue la última vez que lloró por él.

***

Mari era bien consciente que la situación de su familia era considerablemente mejor que la de buena parte del Distrito 12. Buena casa, trabajo estable, comida caliente todos los días... mucho más de lo que muchos podrían desear. Eso se aplicaba igualmente a la cosecha.

Por supuesto que temía la posibilidad de ser elegida, al igual que todos, pero no perdía de vista que al menos en su caso, era considerablemente menor. A los 18 años y de acuerdo con las reglas establecidas, su nombre entraba en el sorteo únicamente 7 veces, suficientes, aunque no tantas como algunos chicos y chicas que conocía, que se veían obligados a pedir raciones extras para alimentar a sus familias a cambio de ser añadidos más veces, aumentando la posibilidad de resultar seleccionados. Una de sus amigas, de su misma edad, tenía 46 papeletas con su nombre.

Un año después, Mari debería estar celebrando que las cosechas para ella habían terminado. El problema es que eso implicaba que iniciaban para Yuuri.

Yuuri, de tan sólo 12 años, se encontraba sentado a la mesa sin tocar su desayuno. Mari rodó los ojos. Contrario con lo que se pudiera pensar, Yuuri siempre dejaba de comer cuando estaba nervioso, y en ese día en especial, él creía que tenía motivos de sobra para estarlo.

-Tu nombre sólo entrará una vez-le dijo intentando calmarlo.

-Con la chica del año anterior fue igual y la eligieron-la rebatió con apenas un susurro.

Se mordió la lengua. Yuuri tenía razón. Mari se esforzó por bloquear de su mente la posibilidad de que su inofensivo, tímido y sensible hermanito se viera obligado a ser parte de algo tan bestial como los Juegos del Hambre. Hiroko y Toshiya les prohibían verlos en la medida de lo posible, sobre todo a Yuuri, pero era imposible evitarlos del todo. Eran prácticamente de lo único que se hablaba en la escuela durante semanas y por lo que Mari y Yuuri pudieron escuchar, la chica de su distrito tuvo una muerte especialmente dolorosa cuando un bruto que le sacaba casi el doble en estatura y todavía más de peso, la atravesó con una espada. Yuuri tuvo pesadillas por casi un mes.

No es lo que pareceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora