La parte de los dioses
“... así mismo, el vino sufre una ligera merma durante
su crianza en barrica debido a la evaporación de los alcoholes.
Esa ofrenda es conocida como la parte de los dioses...”
Los sábados por la mañana había sido el momento adecuado, durante tantos años... Parece mentira que en ese tiempo el viejo nunca modificara sus horarios o su frenética actividad semanal ni para reunirse con su abogado. El Marqués no paraba quieto. Tenía, como decía la mujer de Antonio, formigas en el cu. Le gustaba tener su agenda completamente llena, con varios frentes abiertos y encadenando nuevos proyectos sin descanso. Quizás sólo trabajando de esta manera podía librarse de sus propios demonios. Esto había sido su vida los últimos setenta y dos años y todos ellos al pie del cañón. Entrevistas, programas de televisión, libros, catas, concursos, cursos, clases magistrales, convenciones, charlas, visitas a bodegas... Nada parecía satisfacer al enérgico Marqués de Pomerol quien, a pesar de su apariencia de uva pasa, poseía el vigor y la solera de un buen amontillado. Nunca cejaría de vivir por, para y con el vino. Ese mosto flor que llegaba a embelesar al viejo le traía sin cuidado a su abogado, Antonio Gatao.
-Bons dias, senhor Gatao.
-Bonjour Jules.
Esas oxidadas costumbres del Marqués reflejaban perfectamente el exagerado gusto por el protocolo de la nobleza francesa. “Senhor Gatao”. Cuarenta años tratándolo de usted, cuarenta años administrando sus negocios; convertido en su consiglieresiciliano pero nunca en su confidente. Aún así, Antonio gustaba de creer que era su amigo y seguramente el único. Pero su relación se había limitado a sus regulares encuentros sabáticos y a las periódicas y consabidas felicitaciones. Detalles y regalos que nunca acabaron de agradar al portugués pero que no por ello dejaba de agradecer.
Antonio respetaba al hombre de la nariz de oro y pero ante todo respetaba su profesionalidad. Había presenciado varios concursos de cata cerrada durante los cuales Jules había desvelado uno a uno todos los caldos seleccionados para la ocasión. Sin embargo él no compartía esa pasión. Para él no había diferencia entre un Ribera del 95 y un Ribera del 97. Si me apuran les diré que el abogado no podría distinguirlos de un tinto portugués del Alentejo, su patria chica.
No obstante, Antonio conocía ese obsesivo amor por el vino, propio de la condición más humana.Colegas portugueses habían caído en las redes de Baco y adquirieron recientemente una bodega junto con algunas hectáreas de viñedos en la región de Oporto. Su gran sueño era elaborar los más finos vintages del mundo. El abogado no compartía ese sueño pero les admiraba. Como admiraba a Jules de Pomerol.
-¿Qué estás comprobando esta vez?
-El último beaujolais de las bodegas para las que trabajo. Usted debería saber cuales son, letrado.
El portugués echó un vistazo al local. Siguiendo la moda era un bar de copeo de vinos selectos mas en Burdeos esto se llevaba hasta sus últimas consecuencias. La tienda bar constaba de tres plantas divididas en botelleros, zonas de cata, tienda, bar, restaurante y el desván. Todo según los patrones del diseño más moderno, bien sûr. Ahora se hallaban en la zona de cata sita en el primer piso aunque era habitual que el Marqués se zambullera entre los grandes vinos de guarda del desván.
-¿Y tienes que hacerlo precisamente aquí?
-Me gusta apreciar los vinos en el mercado. Lejos de espléndidas bodegas que subjetiven mis sentidos. Huyo de las condiciones perfectas para la cata, tratándose de un vino joven cuyo destino es la venta rápida, Sr. Gatao.
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