Capítulo 20.

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CAPÍTULO 20

Víctor se sentía la peor de las personas mientras veía cómo su hija apenas recobraba el sentido. Lo que hizo ella nada más despertar fue abrazar a Emiliana como protección, la pobre Victoria tenía miedo, lo miraba como si esperase algún golpe de su parte.

—Gloria, ¿podrías traer un vaso con agua? —pidió Harold, Gloria en seguida se retiró a la cocina, pues se notaba que Victoria necesitaba tranquilizarse con lo que fuera.

No lloraba, estaba asustada, mirando a su padre, protegiendo a aquello que más amaba y que Víctor le había pedido deshacerse de él. Que con gritos y maldiciones le había dicho que era un engendro, un pecado que no iba a ser bienvenido por él y que, a raíz de la protección que Victoria le dio desde que descubrió que crecía en su vientre, él la echó de su casa y le había dicho que se olvidara de que tenía madre y padre.

—Hija —habló Francisca—. Mi niña, por fin te vuelvo a ver.

Esa mujer no dejaba de llorar. No cabía en su felicidad. El encontrarse de nuevo lo tomaba como la oportunidad de dejarla hablar y que le dijera cómo pasaron las cosas, así la entendería. Así sabrían cuán enamorada estaba y sigue estando de Harold como para concebir fuera del matrimonio desde un principio, pensaba. Le alegraba que ellos estuvieran juntos hasta la fecha, que él no la abandonó en aquellos momentos. Ella creía que, con la ayuda de ese hombre, Victoria no había sufrido por nada. Qué ingenuidad de Francisca, pobre.

Gloria regresó de la cocina con un vaso con agua y se lo tendió a Victoria, esta lo bebió completo antes de mirar hacia su padre, quien era su único enfoque.

—Victoria, háblame, dime algo —pidió su madre, desesperada por no escuchar su voz de adulta, pues el recuerdo que tenía era solo de esa vocecita de casi catorce años, diciéndole que estaba esperando. Ese día lo recordaba como el peor de todos, no por lo que Victoria había dicho, sino porque esa fue la última vez que la escuchó.

—¿Qué quieres que diga? —Victoria se había puesto a la defensiva de repente, eso no era bueno. No lo era, puesto que habría problemas, problemas que traerían confesiones, confesiones que echarían a perder la nueva vida que estaba intentando tener—. Lo lamento, no quise hablarte así. Es solo que...

—No te preocupes, hija. Todo está bien ahora —la interrumpió la mujer mayor.

Victoria lentamente se separó de Emiliana y se acercó a su madre para abrazarla, suspirando de alivio en ello. Francisca le correspondió con la mayor de las ansias, demostrándole cuánto había deseado realizar tal acto. Los años sin la cercanía entre ellas, habían pesado demasiado, por lo que, aquella muestra de cariño desató el llanto y la paz en su pecho.

Así que esa sorpresa era de la que Harold hablaba, pensaba Victoria, él había encontrado a sus padres, seguro por todo lo que le había contado lo había hecho, porque él sabía que los extrañaba. Ahora sabía que debía agradecerle eternamente a ese hombre. Planeaba demostrarle amor y agradecimiento por todo lo que la estaba haciendo vivir. Su lado pervertido había maquinado todo el día. Sería más que agradecimientos, esa noche era la que deseaba, la indicada. Una semana planteándose en la cabeza todo un escenario, quería que todo fuese perfecto.

Por fin olvidaría el pasado, pensaba, se dejaría llevar por lo que estaba sintiendo, haría el amor con Harold, haría el amor por primera vez en toda su vida.

—Bien, ya basta de tristezas que yo estoy feliz porque por fin he podido conocer a mis abuelos —chilló Emiliana, espabilando un poco el ambiente tenso y miró a Víctor—. Abuelo, ¿no mueres de hambre como yo?

Víctor se quedó unos segundos en estado de piedra, sorprendido. Abuelo. Su nieta le había dicho esa palabra. Oírla provocó algo en el hombre mayor que, hacía mucho, Francisca no miraba. Víctor sonrió.

—Pero claro que muero de hambre y demasiada, el camino estuvo largo y la abuela solo me dio de desayunar —le dijo, tomándola por sus hombros y llevándola en dirección a la cocina, riéndose junto con ella de sus palabras. Esa niña se parecía a su pequeña Victoria, y la había amado al instante.

Victoria se había sorprendido. Miró a su madre quien también estaba sorprendida. ¿Qué le había pasado al hombre solemne de hacía dos horas de viaje?

—Te lo dije, Harold —mencionó la mujer mayor, guiñando un ojo en su dirección—. Solo era pura pantalla.

Francisca siguió a su marido y a su nieta, dejando a Harold y Victoria solos.

La morena se puso nerviosa. Tenían que hablar, lo sabía perfecto, pero, por ahora, que su hija estuviera alegre con la llegada de esas dos personas importantes, era la prioridad para ella y no cabía nada más.

—¿Esta era tu sorpresa? —preguntó ella, mirándolo.

—Sí, la verdad es que los contacté hace una semana, los visité y ellos accedieron a venir a verte y al cumpleaños de Emiliana. Siento no haberte consultado, quería sorprenderte —le informó, sonriendo con orgullo por su hazaña. Le besó la nariz y la abrazó—. ¿Lo he hecho? ¿Te gustó?

—Me ha encantado, Harold. —Le dio un pequeño beso en los labios mientras que resistía las ganas de llorar, cosa que claramente pasó segundos después. Estaba llorando de mera felicidad—. Gracias, en verdad. Eres el mejor hombre que cualquier mujer quisiera tener.

—Qué suerte que eres tú la que me tiene —se burló y Victoria puso los ojos en blanco. Pasó sus manos por su cara y se limpió pocas lágrimas, aunque estas seguían acompañándose la una a la otra.

—Y además modesto —fue su turno de burlarse.

—Lo decía por mí, cariño mío. —Él tocó su mejilla, ayudando con las lágrimas. Tal gesto erizó la piel de Victoria—. Es una suerte ser tuyo únicamente.

Victoria se quedó quieta, no supo cómo responder a eso, aunque sabía que quizás la respuesta era «Y yo tuya» pero cómo le daba vergüenza decir las cosas, mucho más si eran cosas como esas. Afortunadamente, Harold la besó, impidiendo una incoherente respuesta de su parte.

—¿De verdad? —dudó Emiliana más tarde, entre risas, y Francisca asintió. Victoria estaba sonrojada por ello—. Mamá, ¿en serio hacías eso?

—Correr desnuda a los tres años es algo que no solo yo hice, muchos bebés lo hacen, tú, por ejemplo —le respondió Victoria. Harold y Víctor solo observaban divertidos la escena.

Francisca le estaba hablando a su nieta de cuando su madre era una niña, contándole historias graciosas y riendo con las mismas. Victoria solo se ponía roja de la vergüenza, pero hasta ahora sabía qué responder.

—Calumnias —dijo Emiliana aun riéndose—. Yo no era una exhibicionista.

—A las pruebas me remito, Emiliana, te lo aseguro totalmente. Lástima que no me traje tu álbum de recuerdos de cuando eras bebé. Ahora mismo no te estarías burlando —le prometió. Emiliana dejó de reír. Luego miró a su abuela, ignorando el tema, y la abrazó por enésima vez en toda la tarde.

—Ya que andamos de historia, ¿mamá, papá, cómo se conocieron? —En seguida Victoria volvió a ponerse tensa. Caray, no lo habían planeado con antelación, ¿qué le dirían? Las versiones tenían que coincidir de alguna forma u otra, porque, si no, todo se iría al caño.

—Oh, mira qué buena pregunta, Emiliana —dijo Víctor con actitud seria, repentinamente, mirando a Harold y Victoria—. Yo también quiero saberlo. 

Otra manera de mirarte© [Miradas 1] Disponible en físicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora