A salvo en el campamento rebelde

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Capítulo 8:

Erik se levantó de la cama, le dolía todo el cuerpo, como si un elefante africano te hubiera aplastado. Tenía la cabeza vendada y, encima de una mesita de noche tenía su desayuno, una naranja exprimida y un par de manzanas. Después de eso, se metió en un barreño lleno de agua caliente. Mientras se bañaba recapacitó lo que había pasado, un dolor mordaz en la espalda, apoyarse en el mástil y finalmente, pegarse un golpe muy fuerte en la cabeza, lo que lo dejo inconsciente. Salió de la bañera y se secó, después de eso, se vistió con las ropas que le habían dejado junto al desayuno en la mesita de noche. Se aclaró la mente y salió de la habitación. El edificio era todo un hervidero. Soldados que iban a hacer el cambio de guardia, mensajeros que corrían como locos, hasta creyó ver una mujer vestida de guardia. Decidió preguntarle a alguien donde se encontraba. Iba a parar a un mensajero, cuando vio a Celeste salir de la habitación de al lado. Le hizo señas y este le contesto indicándole que entrara a su habitación, y Erik le obedeció. Segundos después, entró su compañero. 

-¿Dónde estamos?- preguntó el muchacho.

- En el campamento rebelde- le contestó su compañero.

-¿Qué ocurrió?- volvió a preguntar.

- Te dispararon una flecha, te apoyaste en el mástil y cuando el barco zarandeo y chocó con tierra firme te resbalaste y te golpeaste con un barril. Después de eso, te quedaste inconsciente, llevas así dos días- concluyó Celeste.

Erik tenía muchas preguntas, pero de repente sonó un cuerno. Su amigo le contó que era la hora de comer, o como allí lo llamaban, la hora del rancho. Salieron de la habitación y, llevados por la masa de gente, fueron guiados hasta el comedor. El sitio era muy acogedor, con las mesas puestas en círculos alrededor de una gran fogata, ahora apagada, que se utilizaba a la noche para calentar el ambiente. Cada mesa estaba asignada a cada persona, soldados por un lado, mensajeros por otros y en el centro, el Consejo, un grupo de personas sabias y ancianas, liderados  por un muchacho joven, el pelo rubio y los ojos azules. Al lado de éste último había dos sitios libres: uno para Erik y otro para Celeste. Cuando se sentaron, los murmullos empezaron a escucharse y no era de extrañar que el tema era la batalla de los barcos el día anterior y los dos nuevos participantes de la rebelión formaban muchas preguntas. Empezaron a entrar los platos, había pato guisado y acompañado de miel, jabalí con relleno de conejo y finalmente, para los vegetarianos, una ensalada con tomate y aceitunas. La comida fue agradable, aunque Erik y Celeste se sentían como el centro de atención, porque todo el mundo les miraban y luego se volvían para hablar con el que tenían al lado.

El rancho fue agotadora, ya que estaban todo el rato contestaban y tuvieron que contar otra vez su historia, pero esta vez mucho más larga. La comida se les hizo corta a todos los invitados, pero sobre todo a Erik, quien por culpa del golpe, se tuvo que excusar y volvió a su cuarto. Aunque se acaba de despertar nada más de dos horas, su cuerpo le pedía descansar. Y así lo hizo, se cambió la ropa, tapó las ventanas y se metió a la cama, nada más tocar cama se puso a meditar. A él le había parecido que había más de doce mil soldados, suficientes para plantar cara a un ejército, pero no ha dos. Él sospechaba, por lo que le había dicho el soldado en el barco antes de morir por esa extraña flecha, que Destructor el Sangriento y el usurpador, estaban aliados mutuamente y se mandaban refuerzos unos a otros. A la tarde noche, el muchacho se levantó temprano, también tomo constancia de que la cabeza no le dolía y la mente mucho más despejada. Se levantó se puso una vestimenta nueva que estaba encima de una silla y salió de la habitación. Se dirigió hacía la puerta donde a la mañana había salido su compañero. Él suponía que era su habitación. Golpeó la puerta, no con mucha fuerza, y  alguien respondió. La voz era de mujer, y a Erik ya le parecía haberla escuchado antes. La puerta se abrió y apareció Persal, la mujer que les había traicionado por un puñado de monedas. Erik, al verla, notó que su cara se coloraba de rabia, pues por su culpa, muchos hombres habían perecido. La sorpresa de la mujer fue todavía más grande, se le quedó mirando con los ojos muy abiertos y la boca casi tocaba el suelo. El primero en reaccionar fue Erik:

-¿Qué haces aquí?- le preguntó el muchacho.

-Lo mismo que tú- respondió la mujer.

-Creia que estabas de parte del rey, ya que nos vendiste a él-.

-No era del todo lo que parecía- continuó la muchacha- dos semanas antes de que vosotros vinierais, u os entraremos intencionadamente, los rebeldes contactaron con nosotros y nos dijeron que pasaríais por allí, ya que llevaban semanas siguiendo vuestro rastro. Entonces nos dijeron que os vendiésemos, yo lo hice, pero algunos prefirieron luchar contra los soldados del rey, los que lo hicieron fueron encarcelados y posteriormente, como me han informado, ejecutados-.

- ¿Y por qué nos teníais que vender?- volvió a preguntar Erik.

- Porque mientras erais liberados, otro grupo liberó a Ghali y sus hombres minutos después-respondió Persal.

Todo empezó a cuadrar en la cabeza de Erik, pero aún así tenía una pregunta en mente todavía. Cuando iba a formularla, un guardia les dijo que el jefe rebelde les quería ver. Siguieron al soldado, por el pasillo hasta una gran puesta de roble. La puerta se abrió, y ellos entraron, pero el hombre que les había acompañado se quedó a un lado. La estancia era amplia, pero los techos no muy altos, un par de columnas hacían que la estructura no se viniera abajo. En el medio de la habitación había un trono de madera grande con relieves. Sentado en el, estaba el hombre con el que habían comido. El jefe les indicó que se sentaran en unas sillas situadas alrededor de una mesa que no habían visto antes. En una de las sillas se encontraba Celeste.

-Bienvenidos a nuestra morada- empezó a hablar el hombre- aquí nos refugiamos y refugiamos  a gente que huye, ya casi somos quince mil. Hemos planeado un ataque contra el reino corrupto, pero estamos esperando a Ghali para ver que nos dices. Como veis, Celeste va más al corriente que algunos. Os contaremos el plan:

-Tenemos seis mil arqueros, dos mil de caballería y siete mil de infantería. Nuestro plan seria atacar la ciudad de noche, sin presentar batalla a campo abierto, disparar flechas no incendiarias, para que no las vean y maten a más guardias sin que den la alarma. Luego llevaríamos una torre de asalto dada la vuelta y la tiraríamos al pozo, así construiremos un puente rápido y finalmente, con el ariete, tiraremos la puerta abajo y entraremos sin hacer ruido y los más rápido posible-.

Mientras decían esto, se había ido acercando a la mesa, en la que había un mapa, todos menos Persal, que se había retirado a una esquina de la habitación. Al acabar esto, entró un hombre repentinamente a la sala y dijo algo que nadie se esperaba:

-Ghali y todos nuestros hombres han muerto- y continuó- sabían que íbamos allí y nos esperaban- dicho esto, murió.

- Esto da un cambio repentino a nuestro planes- dijo Earst, que así se llamaba el jefe rebelde- organizaremos el ataque enseguida, que convoquen asamblea de guerra-.

- Esto es una locura, es mejor no arriesgarse, ¿Y si nos esperan como estuvieron esperando a Ghali?, primero habría que descubrir al topo- dijo Erik.

- Eso ahora no importa, ya hemos soportado demasiado a Tambort, es hora de ir a la guerra- concluyó Earst, dando por terminada la reunión.

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