El tirano

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Capítulo 13:

-¡Como que no los habéis encontrado! - gritó Sharnar, tirano del reino mágico- Nosotros, que derrocamos a los dragones, que les diezmamos, ¿Me decís que no pudisteis contra unos insignificantes humanos?. Veo que todos estos años habéis empeorado, pero eso cambiará. He tomado una decisión. En cuanto matéis a esos humanos y al puñetero Juncar, último dragón dorado, partiremos hacia el mundo humano- añadió el líder centauro.

Sus soldados se quedaron largo rato callados procesando la información hasta que empezaron a vitorear a su líder y lanzar su antiguo grito de guerra:

-¡ MATA DRAGONES!¡MATA DRAGONES!- gritaron como si fueran uno.


Earst y sus hombres encontraron el rastro de la pelea en el que el grupo rebelde había librado contra los centauros. También estaban las huellas del dragón del sol, conocido como dragón dorado.

- No se que a ocurrido- dijo Persal- pero a debido ser una masacre-.

- La cosa buena- le contestó el rebelde- es que tampoco hay cuerpo de nuestros hombres, tan solo de centauros-.

Continuaron caminado siguiendo las marcas que había dejado el dragón al pasar rozando la tierra. Eso les llevó a una gran cueva camuflada por árboles inmensos. Había una abertura lo suficientemente grande para que pasara un gran animal volador. Sin consultarlo con sus capitanes, Easrt se internó en la cueva.


Erik estaba al lado de Juncar. El dragón se encontraba agazapado a la entrada de la cueva porque habían escuchado pasos y voces. No tuvieron que esperar mucho. El primero en entrar fue una mujer al que el rebelde conocía. Se trataba de Persal.

- ¿Persal?- dijo Erik- ¿ Qué haces aquí?-

- Estamos aquí todo los rebeldes que sobrevivimos a la batalla- contestó la mujer mientras entraban más y más hombres. El último en hacerlo era Earst. Juncar se mostraba reacio a los rebeldes, que lo rodeaban con respeto y admiración. Por la entrada a las casa subterránea, que estaba protegida de la entrada de la cueva, aparecieron Celeste y los otros seis supervivientes. Auriel se encontraba entre ellos.

Tenían muchas cosas que contarse. Lo ocurrido después de la batalla, como habían sobrevivido y como se habían encontrado, pero no había tiempo, porque a los minutos de encontrarse entre ellos, un ejército de centauros habían bloqueado la salida con la esperanza de que se quedasen sin alimento. Por suerte, había un salida secundaria oculta entre unos arbustos, que te llevaban al otro lado de la montaña, donde los sitiadores no estaban. Erik se encargaba de las idas y venidas,  para que fueran lo más discretas posibles. Los enemigos recibían cargamentos de armas y provisiones. Juncar nos decía que Grusandir, la ciudad de los centauros, se encontraba a semanas de viaje, con el otro factor de que las criaturas mágicas comían mucho. Cada día, más enemigos llegaban. Todos se congregaban alrededor de la entrada de la cueva, sin atreverse a entrar y tampoco sin saber que los rebeldes salían a su antojo.


Juncar estaba sentado delante de la entrada de la cueva, con disposición de atacar. Los centauros habían mandado patrullas de reconocimiento dentro de la cueva, y todavía no habían  vuelto, ni volverían jamás. Los rebeldes se hallaban a su derecha y a su izquierda, todos preparados para salir. El plan era hacer un ataque rápido como la luz y los más silencioso posible, hacer unas pocas bajas, sembrar la incertidumbre y finalmente retirarse. Todo lo tenían calculado al centímetro, ya que si salía mal, posiblemente todos los que en esos momentos se encontraban allí, incluido el dragón dorado, morirían. El aire que respiraba era tenso, todos sabían que solo tendrían una oportunidad. 

 Erik se encontraba a la derecha de Juncar, junto a Celeste, Auriel y Persal. Earst se hallaba al otro lado de la falange de combate para comandarla. Estaban listos desde hacía tiempo, pero esperaban a la mejor oportunidad: el atardecer, que era cuando el ejército enemigo se acostaban y hacían el cambio de guardia.  Ese momento llegaba. El sol ya caía acompañado de su guardia personal, las nubes, que galopaban en son del viento, vigilando que nadie molestara al sol. Los soldados sabían que muchos de ellos morirían, pero ya lo habían asimilado cuando entraban por la puerta que les llevó a ese mundo. Respiraron hondo, dispuestos a luchar por última vez por la libertad. Como sombras en la noche, cargaron.


Llamas de libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora