Mientras corrían, Aaron trataba de no entrar en pánico. Escuchaba como Sofía lloraba a sus espaldas y Mingo aullaba con pavor. Aaron debia ser fuerte, por ellos. No podían caer en manos de los Ayax.
En la pradera, corriendo hacia el este de su olmo favorito, Aaron y Sofía habian hecho un hueco que usaban para jugar cuando eran pequeños... y para esconderse cuando iban creciendo. Casi sin aliento y con el corazon escapandosele del pecho, llegaron a su pequeño escondite. Sofía no paraba de llorar, pero lo hacía en silencio, abrazando a Mingo para que este también se calmara un poco.
Escuchaba los escasos pasos de gente que había logrado escapar, o talvez de los Ayax que buscaban escondites como el suyo, pero prefirió pensar que era la primera opción. A lo lejos aún escuchaba algunos gritos, cosas ardiendo y rompiéndose. Aunque Aaron trataba de tranquilizarse, lo unico que lograba era imaginar a su familia sufriendo.
Pasaron varias horas, Sofía finalmente se quedo dormida, exhausta de tanto llorar y Mingo hacia guardia al rededor de ella. Aaron nunca habia visto al pobre animal tan asustado y enojado, le daba miedo tocarlo.
Mientras pasaban las horas, Aaron tuvo tiempo para dejar que una oleada de recuerdos pasara por su cabeza. Sus primeros recuerdos en la aldea, caminando tomado de la mano de su hermana mayor, Zaira, mientras su madre hacia compras en la plaza central a los comerciantes; ese día se habia perdido persiguiendo un pequeño pollito por las calles. Habia llorado por lo que le parecían días enteros antes de que su madre lo encontrara. Enojada pero claramente aliviada de que no habia terminado en la carreta de un comerciante, yéndose para siempre.
Recordó su primer día yendo a la pequeña academia de la aldea, el tenia apenas 6 ciclos. Su padre lo había llevado y antes de dejarlo en la puerta, se arrodilló frente a él para abrazarlo.
-Hijo mío,- le dijo con una tierna sonrisa- en este lugar te enseñarán a ser un miembro de nuestra aldea. Pero si ese no es el camino que deseas seguir, esta bien. Ten por seguro que te apoyaré a donde sea que vayas.-
Le dio un beso en la frente y se puso en pie.
-Anda Aaron, a aprender. Alluyah hijo- se despidió
-Alluyah papá- respondio Aaron y con entusiasmo corrió hacia donde estaban todos los niños.Recordaba las largas mañanas recibiendo clases. La tía Irina se paraba frente a los niños a explicarles la dinámica de su aldea, y el rol de cada persona.
-Hay comerciantes, hay artesanos, hay granjeros y hay herreros. Hay muchas funciones que cumplir en nuestro pueblo y ustedes, capullos, deben elegir una de ellas- decía dulcemente la tía Irina. Pero la mente de Aaron estaba en otro lado. El soñaba con ser un viajero del viento. Un pionero, que surque por caminos nunca antes abiertos y traiga dicha con su familia con grandes hallazgos.Recordaba la mañana en que conoció a Sofía. Su familia acababa de mudarse a la casa junto a la de Aaron. Él la veía desde la puerta, una niña de cabello castaño y grandes ojos grises. Vestía un simple vestido blanco y andaba sin zapatos. La madre de Aaron había horneado pan fresco para dar a sus nuevos vecinos, y Aaron la siguió tímidamente atrás de su pierna. Mientras su madre hablaba con los padres de Sofía, el se acerco a la niña, con mucha curiosidad. Veía que no dejaba de moverse y jugar con una larga cinta vieja amarrada en un palo. Sofía al verlo frunció el ceño.
-¿Qué haces ahí?- dijo confiadamente- Ven acá, te conseguiré una varita también y asi podemos jugar los dos-
Desde ese día habían sido amigos inseparables.Recordó con nostalgia el día que su padre se marchó. Lo vio caminar con su mochila en el hombro, hacia el gran carro donde se llevaban a varios hombres. Sus hombros gachos y su mirada distante.
-No te prometo que volveré, hijo.-le había dicho- Pero te prometo intentarlo con todas mis fuerzas.- Se despidió con lagrimas en los ojos y desde ese día poco había sabido de él. Ya habían pasado 4 ciclos. No se lo había dicho a Sofía, pero mientras recitaban su deseo, el también había deseado que su padre estuviera bien y que pueda volver pronto a casa.Tantas cosas le pasaban por la cabeza mientras el cielo se tornaba de oscuro a un rosa pálido. Tantos días junto a su familia, tardes junto a Sofía jugando y soñando con viajar juntos. Tantos momentos que no se repetirán con la llegada de los Ayax. El olmo crujía a sus espaldas, con un sonido tan lastimero, como si llorara por lo sucedido. Aaron dejo caer una pequeña lágrima, rodó por su rostro y cayó en la tierra junto a él. Aunque el no se dio cuenta, donde su lagrima aterrizó comenzó a crecer una pequeña planta, con tres tiernas hojas verdes y un tallo frágil.
ESTÁS LEYENDO
El país donde no sale el sol
FantasyNadia es la aprendiz del viejo hombre de la piel morena, que lleva en su corazón la esperanza de todo su pueblo, y en sus lagrimas los últimos alientos de aire fresco. Ella deberá aprender a liberarlos y junto a Sofía y Aaron, buscarán la cura para...