Lo que voy a narrar en este escrito posiblemente resulte difícil e incluso imposible de creer. Me consideré desde siempre una mente escéptica, pese a que el lector probablemente tienda a pensar lo contrario. Sin embargo, las cosas que viví me indujeron a pensar que, efectivamente, existen cosas en este mundo que la ciencia actual aún no puede explicar, y probablemente desde su absoluta potencia racional, nunca pueda. Muchos de tales hechos, eventos o fenómenos son de una antigüedad inconmensurable, pertenecientes a una época donde el hombre se guiaba más por la ley del efecto que por la lógica y la razón. Hoy en día, la aceptación de tales fenómenos es un imposible para el noventa y nueve por ciento de las sociedades, exceptuando tal vez a algunas muy apegadas a sus tradiciones, como las tribus indígenas.
Los que así como yo hayan seguido de cerca el caso del pianista sabrán que hay mucho de comprobable en los hechos que voy a narrar. A fin de cuentas, los acontecimientos generales son conocidos por casi todos los habitantes de Buenos Aires, aunque probablemente nadie se haya involucrado personalmente en el caso tanto como lo hice yo, ni siquiera los detectives a cargo del caso. Y si alguien más lo hizo y tiene algo de información que pueda ser útil o al menos dar algún tipo de explicación a los extraños eventos, ruego que puedan transmitirla.
Para aquellos desconectados del mundo que aún no sepan nada sobre el caso del pianista, o al menos que no hayan seguido de cerca los acontecimientos, voy a dar una breve explicación. Todos saben sobre el terrible y mortífero azote que se abatió sobre Buenos Aires el último año. Más de doscientos muertos por causa desconocida en situaciones bastante similares, sin el menor indicio que pueda llevar a ningún cuerpo forense, por capacitado que sea, a explicar racionalmente lo ocurrido. Luego de seis meses de desconcierto total, apareció por fin la primera pista en el caso, y también la gran incógnita: el pianista.
El 5 de julio de 2016 ocurrió el evento que la mayoría de los periodistas e informes oficiales de la policía sitúan como el comienzo de la terrible andanada de desgracias que se abatió sobre nuestra sufrida metrópolis. Aquella fatídica noche el ajetreado y festivo ambiente del bar Insurgente, en el barrio de San Telmo, se transformó en una cacofonía de gritos y aullidos de dolor y agonía, que según los vecinos de la zona, se disolvieron en un devastador silencio al cabo de pocos minutos. La hora del comienzo de los gritos no está clara, aunque todos los testigos coinciden en que fue en algún momento entre las 2 y las 3 de la madrugada de dicho día. Sus declaraciones no aportaron demasiados detalles esclarecedores, dado que la mayoría de los vecinos de alrededor del lugar en cuestión eran adultos mayores que se encontraban durmiendo y fueron despertados por los terribles alaridos. Dada la situación de tremenda inseguridad que atraviesa nuestro país, no es de sorprenderse que ninguno se haya atrevido a acercarse al bar a ver qué había ocurrido.
Distinto y mucho más perturbador fue el testimonio de las tres personas que, al pasar por en frente del lugar y ver que algo fuera de lo normal ocurría, se atrevieron a entrar. Los tres dieron declaraciones oficiales en la comisaría correspondiente, y establecieron básicamente el mismo relato: el bar desde afuera se veía como si estuviera vacío, algo raro en el Insurgente, pero las luces estaban encendidas y se podía escuchar la música. Notaron o intuyeron que algo andaba mal, y al acercarse a las grandes ventanas vieron a una multitud de personas (los tres muchachos estimaron unas 35, 40 y 50 respectivamente) aparentemente inconscientes en posiciones extravagantes y en todos los lugares imaginables, tal como ocurre en las películas cuando alguien suelta gas venenoso en una habitación cerrada, y todas las personas dentro de ella mueren rápidamente al respirarlo. Esa era exactamente la situación que la policía halló en el Insurgente, al arribar al lugar luego del desesperado llamado de los tres muchachos.
Las personas que fueron encontradas en el bar estaban efectivamente muertas, y eran exactamente 43, entre los empleados del lugar, el supervisor y todos los clientes. No se halló a nadie con vida en el recinto. Una vista rápida de la situación permitió identificar rastros de sangre en varios lugares distintos, aunque ninguno de los cuerpos parecía presentar heridas mortales; daba toda la impresión de ser algún tipo de envenenamiento masivo. Se aisló inmediatamente el ambiente a la espera de que asistiera el equipo forense a primera hora de la mañana siguiente a investigar que era lo que había ocurrido.
Los resultados del análisis forense fueron completamente desconcertantes. Después de mucho esfuerzo, de hablar con muchas personas (e incluso después de pagar algunas coimas) conseguí hacerme con una copia del informe oficial. No haré aquí una transcripción exacta del documento, ya que sería extremadamente tedioso, pero si describiré los puntos más importantes. Ninguno de los cuerpos presentaba heridas mortales. Algunos tenían contusiones o cortes provocados posiblemente al caer al suelo, asumiendo que habían perdido la consciencia aún estando de pie, un hecho del que las posiciones en que muchos de ellos fueron encontrados daban fuertes indicios. La sangre hallada en la escena del crimen provenía, justamente, de estos cortes. Las autopsias no revelaron la presencia de ningún veneno ni toxina anormal (más allá de ciertas drogas usuales detectadas en algunos de los cuerpos) que pudiese ser causante de la muerte. Desde el punto de vista médico, el 100% de aquellos cadáveres estaban fisiológicamente sanos, exceptuando por el hecho evidente de que todos carecían de vida. La causa efectiva de muerte tampoco estaba clara, puesto que los cuerpos no exhibían en general ninguna tendencia recurrente en el mal funcionamiento de algún o algunos órganos, ni había rastros de ningún daño que pudiera ser indicativo de donde fue originada la muerte. "Estaban muertos y ya", era la mejor descripción posible de la situación, y el informe así lo hacía notar en las conclusiones, por supuesto con un lenguaje más académico, pero que no dejaba de expresar el desconcierto y una fuerte disconformidad con los resultados obtenidos. La suposición más razonable, decían al final los médicos del equipo forense, era que aquellas personas hubiesen sido víctimas de algún veneno nuevo y completamente desconocido, muy posiblemente experimental, cuyos efectos eran tan discretos como para no ser detectados en una autopsia pero tan potentes como para matar a todos y cada uno de los especímenes infectados.
El caso, como era de esperarse, trascendió. La policía hizo hasta lo imposible para mantener a los medios lejos de todo, pero como ocurre hoy en día, nada de lo que hicieron fue suficiente, y no habían pasado ni dos semanas del hecho en cuestión que ya todos los medios conocían a la perfección el estado del caso y el desconcierto de cuanto detective intentó indagar en el asunto. Se convirtió rápidamente en un tema viral del que millones y millones de personas debatieron, discutieron y expusieron teorías, una más disparatada de la otra, durante mucho tiempo y a lo largo y ancho de la Argentina, e incluso en otros países del mundo. Muchos creían que, dadas las características del caso, marcaría un hito en la historia mundial de crímenes sin resolver. Porque ya no cabía ninguna duda, al menos en la mayor parte de la población, de que lo que ocurrió había sido un asesinato.
Quiero decir, la excentricidad del hecho es un indicio muy poderoso para encaminar esa hipótesis. Los accidentes pueden ocurrir, pero no de formas tan extrañas. Los accidentes son en general corrientes, mundanos y conocidos. ¿Qué probabilidad hay de que un simple hecho fortuito conduzca a que cuarenta y tres personas mueran de la misma forma y sin razón aparente, en el mismo lugar y al mismo tiempo? Todo llevaba a pensar que aquél era un hecho perpetrado de forma consciente y deliberada. Esta misma suposición la hicimos probablemente todos los que en aquél momento observábamos anonadados el televisor, los diarios y las redes sociales cada vez que salía algún nuevo artículo acerca del caso. Los conspiranoicos tuvieron por supuesto material de sobra para formular las teorías más inverosímiles que se le podrían ocurrir a alguien, e incluso algunas resultan bastante cómicas. Por ejemplo, un famoso youtuber expuso en un video su idea de que aquello no había sido mas que la prueba definitiva de un nuevo tipo de arma química o biológica, creada en secreto por logias y sociedades ocultas en la búsqueda de un poder con el que subyugar a las naciones. Una teoría desde luego muy interesante para muchos internautas aburridos, pero sin ningún indicio que la avale (ni que hablar de pruebas). No obstante, esta teoría se viralizó rápidamente, y un grupo de seguidores del youtuber en cuestión acusaron públicamente a la logia masónica de estar detrás del asunto, algo que decantó en varias demandas judiciales. Otros, como era de esperarse, adjudicaron el genocidio a la interacción con razas alienígenas que no comprenden del todo la fisiología humana. Los políticos, por supuesto, no perdieron la oportunidad de entrar en el juego, y comenzaron a acusarse discretamente los unos a los otros de organizar, participar y/o permitir un genocidio con fines políticos. Al final, nadie estuvo ni remotamente cerca de explicar que era lo que había ocurrido aquél día. Y es que en verdad, era un caso desconcertante: no había ninguna pista ni indicio de ningún tipo, por más que toda clase de personas dedicaron semanas a examinar la situación desde toda perspectiva posible. En ese punto, era un caso que ni los mismos Sherlock Holmes o Auguste Dupin hubiesen podido resolver.
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El pianista
ParanormalEl insólito caso del pianista, narrado por un seguidor, quien relatará las siniestras y terribles revelaciones que coronaron una larga y desafortunada investigación.