Cuento del fraile: Prólogo

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CUENTO DEL FRAILE[205]

Prólogo al cuento del fraile

Aquel digno recaudador, el buen fraile, estuvo todo el rato lanzando negras miradas hacia el alguacil. Por decencia se había abstenido hasta ahora de insultar, pero al final espetó a la mujer de Bath:

—Dios os bendiga, señora. Creedme: habéis tocado un tema muy difícil y debatido en las escuelas. Debo decir que habéis acertado en muchos puntos, pero, señora, no es preciso comentar solamente los temas más ligeros mientras hacemos camino cabalgando. Por amor de Dios, dejemos los libros, las autoridades, los predicadores y las escuelas de teología.

Pero si los presentes no ponen obstáculo, les contaré una buena historia sobre un alguacil —¡Dios sabe que basta proferir su nombre para saber que no puede decir nada bueno de ellos!—, y ruego que ninguno de los presentes se sienta ofendido. Un alguacil es un tipo que va por ahí haciendo proclamas para convocar a juicio y recibe palizas en las afueras de todos los pueblos.

—Ah, señor —intervino aquí nuestro anfitrión—, un hombre de su posición debería ser más cortés y educado. No habrá peleas entre los presentes. Contad vuestra historia y dejad al alguacil en paz.

—No importa —afirmó el alguacil—. Que me diga lo que le parezca; cuando me llegue el turno, ¡por Dios!, que se lo haré pagar hasta el último céntimo. Ya le diré yo qué honorable es ser un recaudador lisonjero. Ya le diré qué clase de ocupación tiene, no temáis.

—¡Callad! —repuso nuestro anfitrión—. ¡Basta de todo esto!

Y entonces, volviéndose al fraile, le dijo:

—Mi querido señor, empezad vuestro cuento.

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