Mi Verdadero Nombre

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Antes de que Katay se diera cuenta, se encontraba en plena calle, tras haberles dado una torpe y rápida excusa a los ancianos de que necesitaba fotocopiar algo para el examen. ¿Qué iba a hacer? Su respiración hacía rato que se había descontrolado, y su corazón latía acelerado. El pánico la consumía por dentro.

"El Baedrik, el maldito y mismísimo Baedrik va a venir" se dijo con ansiosa desesperación.

Llevaba tanto tiempo convenciéndose a sí misma de que jamás tendrían que verse en la obligación de tener contacto con otros clanes, que podría llevar una vida normal, la que sus padres habían querido que tuviera, que no se había parado a pensar en que tal vez aquello no fuera posible, en que tal vez podría llegar el día en que alguien llamara a su puerta para sacarla de aquella falsa existencia humana.

Y ese alguien era el Baedrik.

"Cálmate, Katay, tal vez solo venga para asegurarse de que vivimos bien, de que estamos a salvo. No tiene motivos para sospechar. Supuestamente él se encarga de proteger a todos los que son como nosotros..."

Katay trató de calmarse repitiéndose hasta la saciedad mil frases tranquilizadoras, a cada cual más inverosímil. En el fondo sabía que la presencia del líder Kellay no podía ser por algo tan banal como preocuparse por el bienestar de ellos.

Sus pasos la condujeron hasta el río Guadalquivir. Llevaba largo rato caminando, ensimismada en sus demonios. Era tan frustrante no haber sabido jamás el por qué sobre nada. El por qué ella tenía que fingir frente a Granad y Dedrit, quienes sabía que la querían y harían lo que fuera por ella. No saber el por qué sus padres jamás les dijeron a ellos dos que no eran segundos hijos, sino primogénitos. Por qué se empecinaron tanto en no mostrar sus poderes, sus procedencias, y sobre todo, el por qué parecía tener ella algo que ver con todo aquello.

Pero lo que más se preguntaba, día y noche, desde hacía diez años, era el por qué tuvieron que morir. Por qué sacrificaron sus vidas, por qué los buscaban, y quién fue el culpable de aquella matanza.

Katay se sentó frente al hermoso río, y lo contempló, intentando distraerse para al final acabar fracasando deliberadamente. Si el Baedrik descubría algo, la última voluntad de sus padres habría sido para nada. Les habría fallado, y no podía permitirse deshonrar de semejante manera sus memorias.

En ese momento sus ojos se inundaron de lágrimas, de la rabia, de la incertidumbre, de la desolación de sentirse tan sola en su secreto, de no poder recordar ya apenas el rostro de sus queridos padres, de no saber por qué tuvieron que morir.

-¡Si por lo menos me hubierais dicho de qué vale callar tanto!-murmuró con amargura.

Y sin más dilaciones, rompió a llorar, allí, sola, sin nadie que la acompañara en su tormento, ni nadie a quien pudiera contarle el motivo de su llanto. Llevaba mucho tiempo guardando demasiado, sintiéndose una sucia traidora al no contarles la verdad a Granad y a Dedrit, pero no podía hacerlo, aunque lo hubiera deseado año tras año. Si ahora descubrían que ella los había estado engañando, la abandonarían, renegarían de su existencia, y entonces sería cuando no le quedaría nada.

"¿Y si el Baedrak me mata? ¿Y si el único legado que me dejaron mis padres, mi verdadero nombre, debe mantenerse en sombras porque de lo contrario me considerarían una enemiga? ¿Podría ser acaso ese el motivo de todo esto?" sus pensamientos daban vueltas y más vueltas a todas las posibilidades.

Tenía tanto miedo.

Siguió llorando hasta que oscureció. La gente pasaba por su lado, algunos incluso llegaron a escuchar los lamentos de la joven muchacha, pero nadie se paró, siguieron con su camino como si la delgada figura de la chica fuera un mero fantasma. Cuando las lágrimas se secaron en su rostro, completamente desolada, agarró un palo que sus manos encontraron, y casi de forma mecánica escribió en el barro su nombre, el nombre con el que había nacido.

Katay Croanoem de Danadríe.

Otra cálida gota salió de sus ojos, pero esta vez no de angustia, sino de pena. Llevaba tanto tiempo sin ver aquel nombre, sin pronunciarlo en voz alta. Era lo único que poseía de verdad, lo único real que había en su falsa existencia. Una sonrisa de añoranza asomó a sus labios, haciéndole recordar aquellos tiempos en los que podía ser ella misma, junto a su familia.

Rápidamente borró lo escrito en el suelo con su zapato.

-¿Perdone? ¿Le ocurre algo?

Katay se giró, asustada. Un joven muy apuesto de pelo cobrizo y ojos verdes se había inclinado junto a ella, con gesto preocupado.

-¿Eh? No, no-trató de convencerlo sin mucho éxito, pues su voz se quebró en la última palabra.

El desconocido le sonrió con dulzura.

-Creo que necesitas esto-le ofreció un suave pañuelo, y acto seguido, se sentó a su lado-No quisiera entrometerme, pero es obvio que hay algo que no te hace feliz.

Normalmente Katay se hubiera enfurecido porque un vulgar desconocido se tomara tantas confianzas con ella, pero en aquel momento de su vida nada necesitaba más que el consuelo de alguien.

-Todos tenemos algo que nos hace infelices-respondió, rehuyendo la mirada del desconocido para que no viera sus ojos hinchados y enrojecidos.

El muchacho frunció el ceño.

-Por supuesto, no te quito razón-le apretó el hombro con calidez-Pero te diré una cosa, aunque alguien como yo no pueda ayudarte, te voy a dar un consejo.

Katay fijó toda su atención en aquel hombre que había aparecido de la nada como un ángel salvador, y en ese momento quiso escuchar con todas sus ganas lo que tenía que decirle, como si lo necesitara.

-Soy todo oídos-trató de devolverle la sonrisa, sin mucho éxito.

El individuo centró sus verdes ojos como la selva en Katay, repentinamente serio.

-Nunca dejes que una situación te hunda. Nunca te des por vencida, y aunque te sientas sola en la vida, piensa que siempre te tendrás a ti misma-dicho aquello, se levantó y se marchó de forma tan abrupta como había aparecido.

Tal vez fueron aquellas palabras consoladoras las que hicieron que nuestra ingenua y angustiada protagonista no se hubiera dado cuenta de que aquel extraño había estado largo rato mirando el borrón que Katay había hecho con el zapato sobre su nombre escrito antes de irse.

Katay miró la hora, y supo que era el momento de volver y afrontar la visita que aguardaba. Cogió de su maleta un espejo y un lápiz de ojos para hacer desaparecer todo rastro de llanto en su rostro. Había salido preparada, porque desde antes de haber desaparecido por la puerta alegando que tenía papeleo que hacer en la tarde, sabía que irremediablemente acabaría derrumbándose, y lo último que necesitaba era parecer aterrorizada y culpable frente al Baedrik.

Sangre de KellayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora